Desnudar al nuevo Imperio
para superarlo definitivamente

José María Vigil

 

   
 

 

Hace apenas tres años palabras como «imperio» e «imperialismo» estaban reservadas a un sector de la izquierda mundial. De pronto, comenzaron a utilizarla -teniéndola a gala(!)- los halcones republicanos de EEUU. Luego fueron los comentaristas europeos... y ahora son las palabras y las categorías más referidas en los informes y en los debates de los mayores analistas internacionales, todos los días (véase la bibliografía).
De pronto el mundo se ha dado cuenta de que se ha vuelto de nuevo un imperio (Paul Kennedy). Se trata de un imperialismo diferente, muy distinto a los del tiempo de la guerra fría, o al del tiempo del neocolonialismo, o de la Conquista de América, o al del imperio romano... pero con un núcleo estructural esencial que es común y que lo pone en continuidad con todos ellos. Hoy vemos claro que esta página imperial de la historia actual pertenece todavía a una misma gran etapa histórica, inconclusa todavía, que ya clama por su superación.
¿Desde cuándo hay imperios sobre la tierra? No «desde siempre», sino desde hace «relativamente poco tiempo»: desde la revolución agrario-urbana. Desde que hay «ciudades» en la Humanidad, ciudades que enseguida se convirtieron en «ciudades-Estado», la primera forma de unidad política mayor, y que en cuanto alcanzaron un grado suficiente de desarrollo como para «avasallar» a las vecinas ciudades, las sometieron, en guerras de expansión y dominio, hasta crear los primeros imperios, hace ahora poco más de cinco mil años. Ello ocurrió por primera vez, precisamente, en el lugar más convulsionado por el imperialismo de hoy: en el Irak actual, la Mesopotamia de entonces, con los acadios, que con su rey Sargón a la cabeza iniciaron para la historia el modelo de «imperio» (cf. el artículo de Hoornaert).
Después... ya sabemos: una sucesión continua de imperios cuya hegemonía va desplazándose históricamente del Este hacia el Oeste... La historia entera puede relatarse y periodizarse sobre la sucesión de los imperios, que han ido transformando sus formas de avasallamiento y de dominio (Stédile). Si al principio éstas fueron sobre todo la invasión, la conquista, la imposición de tributos y la esclavización de la población, más tarde -saltando muchas etapas- fue la conquista de territorios y de recursos naturales... Hoy es sobre todo a través del capital financiero internacional y sus instituciones internacionales como se extrae la moderna imposición tributaria sobre los pueblos dominados. Houtart lo explica bien en esta agenda (cfr. pág 34), y concluye: «Nunca antes, aun durante el tiempo más duro de la colonización, las metrópolis del Norte extrajeron tantas riquezas de sus periferias del Sur como hoy día»...
Es decir: en términos de imperialismo, no hemos avanzado mucho históricamente. Estamos donde estábamos. El imperialismo sigue vivo, muy vivo, y aunque adopte formas aparentemente más civilizadas, es el mismísimo, el mismo que brotó como por generación espontánea, «naturalmente», cuando el ser humano pasó de ser nómada recolector de frutos, a convivir, a ser sedentario agricultor vinculado a la propiedad de una tierra sobre la que trabajar y vivir. Cinco mil años después, estamos donde estábamos: en el mismo imperialismo que nació en Mesopotamia y que hoy grita clamorosamente en Irak, y en otras muchas regiones del planeta.

Pero el imperialismo no está ni ha estado solo en el mundo. También está ahí la resistencia. Que no es tan antigua. No surgió a la vez, desde el primer momento. Se demoró en aparecer de un modo visible y organizado. Los teóricos cifran simbólicamente los orígenes de la izquierda en Espartaco, unos 70 años antes de la era llamada cristiana. Él sería un arquetipo de los movimientos sociales que, apelando a la sublevación moral y al compromiso político, buscan acabar con situaciones de inhumanidad, y la erradicación del sufrimiento humano causado por mecanismos de explotación y de dominación. Si denominamos con el nombre genérico de izquierda al conjunto de movimientos más o menos organizados que han luchado y siguen luchando contra la barbarie de la explotación y la dominación y que impiden la fraternidad, la igualdad y la libertad, no podríamos remontarnos mucho más allá de las revueltas de los esclavos para localizarla en la historia. Durante los primeros miles de años del imperialismo, los pobres, los desamparados, los estratos inferiores de la pirámide social, soportaron inermes todo el peso de la opresión, y murieron sencillamente aplastados por los imperios. Durante estos dos últimos milenios, las luchas de liberación de millones de seres humanos han alimentado el curso humanizante de la historia. La conciencia humana y la crítica social se han ido desarrollando, y estamos en una época («cambio de época») en la que, por un conjunto de causas -sociedad «reflexiva», red de información incontrolable, sociedad del conocimiento...-, este crecimiento se acentúa, y parece acercarse al día en que va a ser capaz de dar la batalla al viejo paradigma que está en vigor todavía desde el albor de la historia.
El clímax agudo de imperialismo que estamos viviendo en la actualidad -exacerbado por la toma del poder en EEUU de la extrema derecha capitalista conservadora, que, autojustificada por el alza del terrorismo, ha llevado al país a una situación de ilegalidad internacional y de irracionalidad bélico-militar, pone quizá al mundo ante una oportunidad decisiva: un kairós. Si nunca en la historia ha habido un imperio cuantitativamente tan grande y cualitativamente tan sofisticado -y ése imperio no es EEUU sino un ‘sistema-mundo‘ internacional- , también es verdad que nunca ha habido una resistencia cuantitativamente más importante, un movimiento de protesta mundial por primera vez efectivo, y una conciencia de alternatividad y utopía que sabe que no se aparta del realismo cuando reclama que «otro mundo es posible».
Como en el cuento de Andersen y en el anterior de don Juan Manuel -del Conde Lucanor- sobre «El rey desnudo», llega un momento en que la sociedad está madura para comprender y reconocer lo que realmente ya estaba viendo sin de hecho dar crédito a sus ojos. Nunca el imperio ha estado más desnudo que ahora, cuando en su propio seno, su propia población privilegiada reconoce su actitud imperial y su carencia de una ética realmente mundializada que considere a los demás pueblos no como inferiores y susceptibles de «imperializados», sino como miembros de la única sociedad mundial global de la que hemos de reconocernos miembros igualitarios todos los humanos. Esta nueva conciencia, superadora de la posibilidad misma del imperialismo, está cayendo sobre nosotros como una fruta madura.
Pues bien, si es verdad que el imperialismo está en un clímax, también lo está la resistencia, la alternatividad y la conciencia humana. Estamos en un «pulso» de fuerzas que reclama la colaboración de todos. El imperio tiene la fuerza, las armas, el dinero, la mayor parte de los medios... y en esos campos es invencible. Pero le falta la Verdad y el Derecho, que está con las víctimas.
La actual, no es una batalla más en la larga historia del enfrentamiento del imperialismo contra los pueblos. Es tal vez la batalla decisiva. Por el grado de maduración de la conciencia humana. Por el cambio social profundo que estamos viviendo a todos los niveles en la actualidad. Después de la «época de cambios» -acelerados- está en curso el «cambio de época»: radical, sustancial. Los paradigmas más profundos que han vertebrado la sociedad humana están a punto de caer. Concretamente, el paradigma de la dominación de los otros, de la conquista, de la depredación, del endiosamiento nacional y del desprecio de los otros pueblos... son insostenibles a estas alturas de la historia, se están cuarteando -a la vista de quien quiera ver- y se debaten en retirada, acorralados...
La batalla no es mediante las armas, ni el dinero, ni por el enfrentamiento. No es por «la toma del poder», sino por la toma de la conciencia: por el poder de la verdad, por la fuerza de la razón, contra la razón de la fuerza. Es preciso «desnudar» al imperio; o mejor, es necesario simplemente poner al descubierto su desnudez, evidenciarla, proclamarla, señalarla, hacerla reconocer por los muchos que en realidad ya la están viendo sin querer concienciar lo que ven.
La época del imperialismo está muriendo. El movimiento de la historia presenta suficientes señales de que ese período que viene desde la revolución agrario-urbana, de los últimos 10.000 años -el mismo período desde el que nos viene el patriarcalismo, precisamente-, está agrietándose y quebrándose. Ese cambio de época civilizacional es lo que se refleja en tantas convulsiones de la sociedad actual, incluida la crisis radical de la religión (las religiones -no la espiritualidad- también surgieron en esta época, y acompañaron y dieron apoyo a todos los imperialismos, también al actual [Horsley, Velasco]).
Por otra parte, urge que aceleremos la llegada de esta nueva etapa de la historia. Porque el viejo paradigma de la conquista y de la dominación ha sido y es, también, depredador de la naturaleza (artículo de Boff). Y ha llegado demasiado lejos. El sistema actual ha ocupado el 85% del planeta, ha destruido gran parte de los recursos, y se está acercando peligrosamente a un punto de no retorno en su amenaza contra la sostenibilidad del planeta. Los expertos de la ONU señalan el año 2030/2050 (Cf. Leonardo Boff). Será pues enseguida, pasado mañana. O detenemos el imperialismo y su sistema-mundo actual, o él podrá enterrarnos a todos -planeta incluido- pasado mañana, en el tiempo de vida de la actual generación.

Es la hora. Es el momento. Es un Kairós.
Desnudemos el imperio, para derrotarlo en la historia, definitivamente.

   
 

José María VIGIL
Panamá


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