La moderna esclavitud del imperio
João Pedro STÉDILE
Un amigo me ha contado que en su ciudad,
la mayoría de los obreros de la construcción civil, que
trabajan en la construcción de edificios lujosos, son ilegales
en el país. Por eso, muchas empresas que los contratan les pagan
algunas semanas, y después les niegan los últimos pagos
y los amenazan con denunciarlos a la policía. Neoliberalismo: libertad total de explotación Primero, imponiéndonos el dólar como moneda única. El dólar, que es fabricado sin ningún parámetro y que es controlado por el imperio. Así, las élites de EEUU pueden consumir a su gusto, y todos los años tienen en las cuentas del gobierno un déficit de 500 mil millones de dólares, y otros 500 mil millones de déficit al comprar más mercancías en el exterior de lo que venden. ¿Cómo financian ese consumo de un billón (un millón de millones) por año? Con la maquinita de imprimir dólares. Y todos los pueblos que se someten a utilizarlo también están subsidiándoles este derroche de consumo. Segundo, a través del pago de intereses. Hoy ya no confían en que una empresa del tercer mundo pueda tomar prestado capital en un banco del primer mundo, y pague sus intereses... La empresa puede fallar, o puede demorarse... Hoy día, es mucho más seguro cobrar los intereses a todo el pueblo. ¿Cómo? Muy sencillo: basta prestar a los gobiernos, imponerles contratos leoninos, con una cláusula cambiaria: si hay modificaciones en la tasa de cambio el gobierno paga igualmente. Y el FMI -el nuevo capataz de esta esclavitud moderna colectiva- garantiza a hierro y fuego que todos los gobiernos «honren» los contratos. No pueden contratar servidores públicos, ni crear más trabajo, ni hacer inversiones... sin antes honrar sus compromisos con los bancos del exterior. Así, casi todos los gobiernos del tercer mundo se transforman también en capataces de los intereses del «patrón internacional» del Norte. Las personas trabajan, consumen, pagan impuestos, directos e indirectos. Todos pagamos. Los gobiernos recogen los impuestos, los transforman en superavits primarios, los cambian por dólares y los entregan a los bancos internacionales. Los países del tercer mundo se han transformado en las últimas décadas en exportadores de capital hacia los países desarrollados. Este mecanismo perverso ya venía siendo explicado en A.L., por los estudiosos que desarrollaron la «Teoría de la dependencia», teoría que explicaba cómo el subdesarrollo de los países del Sur era condición necesaria para la acumulación del capital de los países del Norte. Tercera forma de explotación colectiva.
Las leyes de patentes para las empresas y sus tasas de regalías.
Desde siempre el conocimiento fue patrimonio de toda la humanidad... De
generación en generación, vamos agregando conocimientos,
desarrollando nuevas técnicas, nuevos productos, nuevos bienes.
Pero el capital financiero inventó un mecanismo perverso: leyes
de patentes que permiten que las empresas transnacionales puedan cobrar
regalías por el poder del conocimiento. ¿Y cómo lo
garantizan? De nuevo, con capataces como la Organización Mundial
del Comercio, que tiene como papel entregar ese «derecho»
a algunas empresas, y vigilar para que los gobiernos y los pueblos respeten
lo que ellos, cuatro gatos, decidieron entre cuatro paredes. Así,
ahora, quien utiliza soya transgénica, en cualquier parte del mundo,
tiene que pagar una tasa a la empresa estadounidense Monsanto. ¿Cuánto
deberíamos pagar al pueblo chino, que fue el que domesticó
la soya? Quien quiera utilizar el urucún -una pequeña fruta
tropical que se da en la selva nativa en todo el Brasil y que los indios
utilizan para pintarse de rojo en sus ceremonias- ¡tendrá
que pagar una tasa a una empresa fantasma francesa! Y tantas otras situaciones
semejantes. Cuarto, el dominio de la agricultura y
de los alimentos por parte de las grandes corporaciones transnacionales,
impone condiciones de comercio y precio que afectan a millones de familias
campesinas en todo el mundo. Hoy, 500 empresas transnacionales controlan
casi la mitad de toda la producción mundial, pero dan trabajo apenas
a un 1’6% de los trabajadores. Y en la agricultura, diez grandes
corporaciones transnacionales controlan: el 60% del comercio agrícola
mundial, el 30% de todas las simientes, el 75% de todo el comercio de
agrotóxicos... Ese control concentra riqueza y renta, y lleva a
la miseria a millones de campesinos, que ven su economía destruida
y el mercado local controlado por esas empresas. Desempleo: la mayor esclavitud de los ciudadanos
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João Pedro STEDILE
MST, Brasil |
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