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Si recordamos que la primera reunión de este tipo
se organizó en enero de 1999 en Zürich y Davos, solamente
con la participación de 5 movimientos sociales (uno por continente)
y con el título «Otro Davos», constatamos que los progresos
han sido espectaculares. En 2003 en Porto Alegre fueron cien mil personas
las que se dieron cita en el Foro Social Mundial (FSM), organizándose
cerca de 1.700 reuniones, seminarios y conferencias, en las cuales participaron
4.000 periodistas con una cobertura de prensa mundial que eclipsó
a Davos en los medios de comunicación internacionales. En 2004,
en Mumbai, el FSM reunió mas de 110.000 personas, con una gran
mayoría de Asiáticos
El FSM se ha convertido en el polo opuesto de Davos, y representa una
expresión de la sociedad civil de abajo, frente a la sociedad civil
de arriba. Las catástrofes sociales de las políticas neoliberales
son tan obvias que incluso algunas personas vinculadas con el sistema
(como es el caso de J. Stiglitz, por ejemplo) empiezan a reaccionar y
a denunciar el carácter ideológico de las políticas
que se llevan a cabo, así como sus efectos negativos. Cada vez
más y más grupos sociales resultan afectados por estas políticas
y cada vez más y más movimientos y organizaciones se juntan
en el FSM para expresar sus desacuerdos, analizar las causas y proponer
soluciones alternativas. La orientación fundamental de este encuen-tro
de movimientos está bien clara: se trata de crear un espacio de
intercambio mundial, continental, nacional y regional para los que luchan
contra el neoliberalismo, contra la hegemonía mundial del capital
y buscando alternativas a estos fenómenos (carta de base del FSM).
¿Por qué se ha producido esta explosión en tan pocos
años? Existen, evidentemente, varias causas. La primera, fue el
desarrollo sin obstáculos del neoliberalismo como fase de la acumulación
capitalista a partir de los años 70 y, en particular, después
de la caída del Muro de Berlín, caída que dejó
el terreno libre al capitalismo y a su lema de «economía
de mercado» o de «libre comercio». Dentro del mercado
capitalista, esto se traduce en la relación cada vez más
desigual entre las economías fuertes y las economías débiles,
y, dentro del interior de los países, la relación desigual
se expresa entre los actores económicos poderosos y los restantes,
los cuales tienen sus fuerzas reducidas.
El proceso de globalización contemporáneo extendió
la explotación del capital hacia sectores cada vez más amplios
dentro de las poblaciones, afectando no sola-mente a quienes se encontraban
directamente vinculados con las relaciones capital/trabajo, sino también
a aque-llos grupos sociales relacionados con otros mecanismos de la dominación
del capital: monetarios, financieros, fiscales, etc. Por otra parte, las
privatizaciones han conducido a que cada vez más y más sectores
de la vida colectiva y de los servicios públicos se transformen
en mercancías y, en consecuencia, los grupos más pobres
queden excluidos de su acceso. El predominio del capital ha estado acompañado
por una doble ofensiva contra los actores de los antiguos pactos sociales:
el trabajo y el Estado. Los resultados han sido tales, que los afectados
son cada día más numerosos: mujeres, pueblos indígenas,
pequeños campesinos, pobres urbanos...
Encontrarse es importante. Hacer crecer una conciencia colectiva también.
Desembocar en la acción es una necesidad que exige una vinculación
con el campo polí-tico. La propia existencia del FSM es seguramente
un hecho político en sí mismo. Nadie puede ignorarlo. Mu-chos
partidos políticos envían miembros y dirigentes para participar
en este evento, aun cuando no pueden formar parte oficial del proceso.
Sin embargo, las rela-ciones entre los Foros y los partidos políticos
resultaron ser elementos muy sensibles y discutidos en nume-rosas ocasiones,
especialmente en Mumbai.
Se reconoció la necesidad de los dos campos de acción, pero
admitiendo que cada uno tiene funciones propias y que no se deben confundir.
Por una parte, los movimientos y las ONG progresistas no pueden aceptar
ser instrumentalizados por los partidos en función de objetivos
electorales o partidarios y, por otra parte, los partidos no pueden aceptar
que las ONG y ciertos movi-mientos sociales contribuyan a despolitizar
las sociedades. El reconocimiento mutuo parece ser la única solu-ción
posible.
De hecho el funcionamiento de los Foros refleja su naturaleza y sus objetivos.
Por una parte, la diversidad exige una gran flexibilidad; por otra parte
el objetivo pide coherencia en la organización. Su fuerza reside
en el carácter masivo de la participación, lo contrario
del elitismo de Davos. Su fragilidad: el riesgo de hundirse en una dulce
anarquía. Hasta ahora, el equilibro ha podido estar asegurado gracias
a la conciencia compartida del carácter agresivo del adversario,
a un espíritu de tole-rancia interna y, por el FSM, a la inteligencia
del comité organizador brasileño.
Recordamos que en el nacimiento de la Primera Internacional, Carlos Marx
y Friedrich Engels se encon-traron frente a una situación bastante
similar: una gran diversidad de organizaciones de nivel y de desigual
nivel de conciencia social, donde los sindicatos, prohibidos en un gran
número de países se encontraban en minoría. En verdad,
el objetivo allí era diferente: hacer entrar la clase obrera en
el campo político internacional. Los fundadores insistieron sin
embargo en evitar todo autoritarismo, toda decisión que viniera
sólo de arriba y toda toma de posición que no contara con
el acuerdo general. Más tarde, cuando la estructura se tornó
autoritaria y vertical, terminó por estallar.
Los FSM están confrontados a una serie de cuestio-nes internas
y externas. En el plan interno, reúnen sindicatos obreros de diferentes
orientaciones y numerosos otros movimientos sociales, cada uno con una
cultura específica de la lucha. Convergen también allá
organizaciones no gubernamentales (ONG), de las cuales varias disponen
de medios importantes financieros y de perso-nal, con el riesgo de dominar
los debates. En la elección de las intervenciones y de las conferencias,
las estrategias individuales o institucionales no están tampoco
ausentes. Finalmente la dimensión misma de los foros mundiales
y continentales (100.000 personas en Porto Alegre y 40.000 en Hyderabad,
India, 40.000 en Florencia, 110.000 en Mumbai, y su crecimiento) plantean
problemas de organización, de participación y de financiamiento
considerables.
La presencia dominante de clases medias, y la poca representación
de medios populares se refleja en el lenguaje y a veces en la ideología.
En este sentido, el FSM de Mumbai estableció una nueva orientación:
la presencia intensiva (unas 20.000 personas) de los más pobres.
Los Dalits (fuera de casta), las minorías étnicas, los habitantes
de suburbios marginales de grandes ciudades estaban presentes, no en los
grupos de discusión, por razones de lengua, sino en el sitio mismo
del Foro, con manifestaciones permanentes, teatro de calle, etc.
Algunos reprochan a los Foros de vehicular una perspectiva reformista,
lo que se confirma por la mayoría de las organizaciones presentes.
Sin embargo, en la medida en que posiciones más radicales pueden
expresarse también, el hecho de compartir conocimientos, análisis
y propuestas, permite hacer progresar una conciencia social compartida.
La necesidad de crear otra relación de fuerza a escala mundial
es primordial y ha permitido hasta ahora alianzas antes imposibles, y
concebir ciertas posiciones críticas radicales reconociendo que
el corto plazo pasa por reformas, a condición de no detenerse.
Los problemas externos se revelan también muy importantes. Podemos
citar dos de ellos. Primero el sistema empieza a defenderse: adopta los
mismos conceptos (sociedad civil, participación, lucha contra la
pobreza...), pero transforma su sentido; coopta movimientos y ONGs en
los programas de desarrollo (Banco Mundial) o en encuentros internacionales
(Davos); dificultades administrativas; transformación del las legisla-ciones
penales; asimilación al terrorismo, criminalización de los
movimientos sociales (porque sus luchas se refuerzan en numerosos países)...
Por otra parte -y esto es el segundo elemento-, los medios de comunicación
tienden a «folklorizar» los eventos y ponen particularmente
de relieve ciertos aspectos insólitos, o durante las manifestaciones
contra los grandes poderes de decisión, los actos de violencia
cometidos por una minoría -o, como en Génova en julio 2001,
que fueron fruto de provocaciones policiales-. Este tipo de violencias
es objeto de otro debate entre los que quieren reforzar el movimiento
y ganar en número de participantes para crear una «masa critica»,
y los que, exasperados por la capacidad del sistema para absorber su contestación
-lo que le permite perseguir su obra destructiva-, se muestran partidarios
de una prueba de fuerza.
Más allá de estas contradicciones, un gran paso está
dado: el de recrear la utopía, es decir de proyectar un objetivo
que, si no existe hoy, puede realizarse mañana. ¿Qué
sociedad queremos? ¿Qué educación, qué tipo
de salud, qué transportes, cuál comunicación, qué
agricultura? El horizonte del mercado total, con su cortejo de consecuencias
sociales nefastas, ya no es la pretendida «solución única».
Esta esperanza tendrá que traducirse en objetivos alternativos
a medio y a corto plazo, y esto en todos los dominios, económicos,
políticos, sociales, culturales, en una dimensión tanto
macro como micro. En este punto, una simbiosis entre movimientos sociales
e intelectuales comprometidos es fundamental.
Ni Woodstok social, ni Quinta Columna Internacional: los FSM son de hecho
las asambleas multifacéticas de una sociedad civil de abajo en
movimiento.
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