Otra Venezuela es posible

Arturo PERAZA

 

   
 

 

Venezuela cierra el siglo XX y comienza el siglo XXI bajo el signo de la crisis. Pero de suyo no debe ser interpretado esto como un mal, sino como un proceso de crecimiento que puede conducir al país a un nuevo tiempo, a una nuevas maneras de relación y a una profundización de nuestras convicciones democráticas. Ha sido una lucha permanente del pueblo venezolano el vivir en democracia, respetando la libertad de expresión, la disidencia y la búsqueda de caminos alternativos. Si algo nos resulta difícilmente tolerable es la imposición.
El siglo XX nació para Venezuela bajo el signo del caudillismo personalista de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. A la muerte de Gómez (1935) comienza un proceso de democratización de la sociedad y del Estado, camino empedrado y complejo que paso por la apertura controlada que dieron los gobiernos de López Contreras y Medina Angarita durante los años 30 y 40, el ensayo democrático del trienio de acción democrática (45 al 48), la década de dictadura militar (48 al 58) para terminar en la democracia formal bipartidista que se extendió desde el 1958 a 1998.
La impresión política que existía sobre Venezuela es que era una democracia consolidada, con un amplio respeto de las libertades civiles, en proceso de desarrollo, con una economía relativamente estable en virtud de la renta petrolera. Si bien se sabía que existían problemas sociales, éstos se consideraban menos agudos que los existentes en otras naciones latinoamericanas. Esto fue así hasta 1989, cuando sorpresivamente sucedió un levantamiento popular contra las medidas de corte neoliberal asumidas por el entonces recién electo Presidente de la República Carlos Andrés Pérez. Luego vendrán en 1992 las dos intentonas de golpe de estado encabezadas por el entonces Teniente Coronel Hugo Chávez Frías. La población no apoyó decididamente el camino del golpe militar, pero luego apoyará el camino electoral emprendido por Chávez, quien se convierte en un líder popular y es electo presidente al cerrar el año de 1998.
El gobierno de Hugo Chávez se ha desenvuelto en medio de la mayor polémica política que podamos recordar los venezolanos. Aupada dicha polémica por el mismo presidente, ha llegado a crear profundas rencillas y divisiones en el seno de la población. Esto propició un intento de golpe de estado en abril de 2002 y una huelga de diversos sectores productivos, encabezados por el cuerpo profesional de la industria petrolera venezolana a finales de ese año.
Algunos tienen a Chávez como un héroe de la lucha popular. Subido en los altares de los sectores marginales, compite con los santos, es una suerte de nuevo Mesías que trae la liberación para los pobres. Se oyen frases como el líder necesario, quien encabeza la revolución, etc. Para otros Chávez es una suerte de demonio que trajo la violencia al país. Le acusan de ser el creador de la crisis política y social que hoy vivimos los venezolanos, una suerte de asaltante de la tranquilidad pública que se ha instalado en el poder con una banda de facinerosos. Pero comprender la crisis venezolana, significa buscar y encontrar los motivos generadores de la misma y sus posibles caminos de solución, que están inscritos en el movimiento que se ha adelantado en la presente coyuntura.
Los partidos políticos habían degenerado el sistema político venezolano a tal punto que lo que había en Venezuela para los años 80 era una partidocracia profundamente corrupta, con una crisis económica por la baja de los precios del petróleo. Los partidos no fueron capaces de renovarse y cambiar sus cuadros de dirigentes. Este esquema comenzó a asfixiar el aire político hasta que sucedieron los diversos estallidos sociales y militares. Se busco una reforma del sistema, pero los partidos trabaron cualquier intento de democratización de sus organizaciones, o incluso del Estado. Esto generó una fuerte apatía hacia la participación en tales condiciones.
Dada esta ausencia de legitimidad, Chávez aparece en el escenario político venezolano como una respuesta de cambio. Obtuvo no sólo la mayoría de votos en los sectores populares, sino en las clases medias y altas, y fue sin duda un fenómeno electoral. Propuso un cambio en la estructura política a través de una asamblea nacional constituyente, en la que obtuvo una mayoría aplastante. De igual forma la población ratificó su confianza en él, tanto en el referendo aprobatorio de la nueva constitución, como en las elecciones que siguieron al mismo, aunque habría que señalar que la abstención electoral fue muy alta.
Ya en diciembre del 2001 comienza un proceso de enfrentamiento frontal entre el gobierno y la oposición. La política dejó de ser progresivamente una lucha entre adversarios para convertirse en una lucha de enemigos cuyo fin era la eliminación del contrario. Esta lógica de tipo militar nos condujo a los sucesos de abril de 2002, en los que se exaltó el odio político, tanto de un grupo como del otro, en especial usando para ello los medios de comunicación, lo que concluyó con la muerte de algunos venezolanos, un intento frustrado de golpe y la percepción de que difícilmente saldríamos del problema por vías democráticas. Lo mismo ocurrió 6 meses después con la huelga de diciembre: nuevamente se intentó usar caminos extraconstitucionales para resolver la crisis política venezolana.
En realidad no se puede decir que ni el gobierno ni la oposición han tomado en cuenta seriamente a la población venezolana. Por un lado está la Coordinadora Democrática, que ha reunido a los antiguos partidos y diversos grupos organizados identificados con los sectores medios y profesionales del país. Su único objetivo: hacer un frente opositor al actual gobierno. Está liderada por muchos políticos de las antiguas organizaciones partidistas que en muchos casos ven más por sus intereses y privilegios que por el país. Por otro lado Chávez se ha constituido en una suerte de autócrata cuya voluntad no puede ser discutida y tampoco admite con facilidad las críticas que desde varios escenarios del país se le hacen. El grupo heterogéneo que lo apoya tiene por único punto de contacto al mismo Chávez. No hay otro proyecto que no sea sostenerse en el poder.
Entre estos dos grupos el diálogo se ha vuelto casi imposible. Cada vez más vemos como se impone la violencia política. De forma tal que hemos necesitado de la ayuda internacional para lograr un mínimo de acuerdos que permita zanjar la situación. Por eso desde el mes de noviembre se encuentra en Caracas, intentando coordinar una mesa de diálogo y negociación, el Secretario General de la OEA. Lo que está en cuestión en el país es si podemos resolver nuestras diferencias políticas por vías democráticas o si se impondrá el esquema de la violencia, ya sea mediante un golpe, autogolpe, u otra formula de autoritarismo de cualquier signo. Esto impactará sin duda el modo como tienda a resolverse los conflictos en América Latina.
El pueblo una y otra vez ha señalado que desea el camino democrático y electoral como vía para resolver el conflicto. En este aspecto tanto los sectores populares como los otros sectores del país coinciden en la necesidad de lograr una salida constitucional y democrática a la actual crisis. De lograrlo por esta vía habremos crecido como nación. El futuro puede ser más y mejor democracia, o puede ser un nuevo autoritarismo (sin importar cuál pueda ser el cuño del mismo). El camino emprendido por Venezuela en el siglo XX nos hace ser optimista respecto a lograr una democracia en la que el pueblo (y no grupos elitescos o líderes necesarios) sea el protagonista de su historia. En la que la sociedad civil y la organización popular cada vez más tenga la posibilidad de participar en el proceso de toma de decisiones. Un camino hacia una mayor descentralización que permita acercar a las autoridades y poderes públicos al pueblo. Este camino de mayor participación se ha comenzado a transitar, con dolor y dificultades, pero a la vez lleno de promesas si se asume un compromiso histórico con el país y la América Latina.
Hoy más que nunca hay una gran movilización política y social en Venezuela que debe ser abocada a resolver los serios problemas que nos aquejan como nación. Hay una mayor conciencia y organización popular. También por su parte los sectores de clase media y profesional han tendido a generar nuevos modelos de organización e incluso de interacción con los sectores populares. Esto nos brinda esperanzas.
En medio de la huelga general del mes de diciembre, en una autopista de la ciudad de Caracas, coincidieron frente a frente grupos afectos al gobierno y grupos opuestos al mismo. Ambos se gritaban y parecía que la escena terminaría en una riña colectiva con resultados de heridos y muertos. Pero una mujer se atrevió a cambiar la historia, saltó la vaya, abrazó a otra que estaba en el bando contrario y todo cambió. La gente se dejó de insultar. Al final la batalla se convirtió en un partido de futbolito en medio de la autopista, y ante cada gol de alguno de los equipos solo se oía un grito: ¡Venezuela!

   
 


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