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Venezuela cierra el siglo XX y comienza el siglo XXI bajo
el signo de la crisis. Pero de suyo no debe ser interpretado esto como
un mal, sino como un proceso de crecimiento que puede conducir al país
a un nuevo tiempo, a una nuevas maneras de relación y a una profundización
de nuestras convicciones democráticas. Ha sido una lucha permanente
del pueblo venezolano el vivir en democracia, respetando la libertad de
expresión, la disidencia y la búsqueda de caminos alternativos.
Si algo nos resulta difícilmente tolerable es la imposición.
El siglo XX nació para Venezuela bajo el signo del caudillismo
personalista de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. A la muerte
de Gómez (1935) comienza un proceso de democratización de
la sociedad y del Estado, camino empedrado y complejo que paso por la
apertura controlada que dieron los gobiernos de López Contreras
y Medina Angarita durante los años 30 y 40, el ensayo democrático
del trienio de acción democrática (45 al 48), la década
de dictadura militar (48 al 58) para terminar en la democracia formal
bipartidista que se extendió desde el 1958 a 1998.
La impresión política que existía sobre Venezuela
es que era una democracia consolidada, con un amplio respeto de las libertades
civiles, en proceso de desarrollo, con una economía relativamente
estable en virtud de la renta petrolera. Si bien se sabía que existían
problemas sociales, éstos se consideraban menos agudos que los
existentes en otras naciones latinoamericanas. Esto fue así hasta
1989, cuando sorpresivamente sucedió un levantamiento popular contra
las medidas de corte neoliberal asumidas por el entonces recién
electo Presidente de la República Carlos Andrés Pérez.
Luego vendrán en 1992 las dos intentonas de golpe de estado encabezadas
por el entonces Teniente Coronel Hugo Chávez Frías. La población
no apoyó decididamente el camino del golpe militar, pero luego
apoyará el camino electoral emprendido por Chávez, quien
se convierte en un líder popular y es electo presidente al cerrar
el año de 1998.
El gobierno de Hugo Chávez se ha desenvuelto en medio de la mayor
polémica política que podamos recordar los venezolanos.
Aupada dicha polémica por el mismo presidente, ha llegado a crear
profundas rencillas y divisiones en el seno de la población. Esto
propició un intento de golpe de estado en abril de 2002 y una huelga
de diversos sectores productivos, encabezados por el cuerpo profesional
de la industria petrolera venezolana a finales de ese año.
Algunos tienen a Chávez como un héroe de la lucha popular.
Subido en los altares de los sectores marginales, compite con los santos,
es una suerte de nuevo Mesías que trae la liberación para
los pobres. Se oyen frases como el líder necesario, quien encabeza
la revolución, etc. Para otros Chávez es una suerte de demonio
que trajo la violencia al país. Le acusan de ser el creador de
la crisis política y social que hoy vivimos los venezolanos, una
suerte de asaltante de la tranquilidad pública que se ha instalado
en el poder con una banda de facinerosos. Pero comprender la crisis venezolana,
significa buscar y encontrar los motivos generadores de la misma y sus
posibles caminos de solución, que están inscritos en el
movimiento que se ha adelantado en la presente coyuntura.
Los partidos políticos habían degenerado el sistema político
venezolano a tal punto que lo que había en Venezuela para los años
80 era una partidocracia profundamente corrupta, con una crisis económica
por la baja de los precios del petróleo. Los partidos no fueron
capaces de renovarse y cambiar sus cuadros de dirigentes. Este esquema
comenzó a asfixiar el aire político hasta que sucedieron
los diversos estallidos sociales y militares. Se busco una reforma del
sistema, pero los partidos trabaron cualquier intento de democratización
de sus organizaciones, o incluso del Estado. Esto generó una fuerte
apatía hacia la participación en tales condiciones.
Dada esta ausencia de legitimidad, Chávez aparece en el escenario
político venezolano como una respuesta de cambio. Obtuvo no sólo
la mayoría de votos en los sectores populares, sino en las clases
medias y altas, y fue sin duda un fenómeno electoral. Propuso un
cambio en la estructura política a través de una asamblea
nacional constituyente, en la que obtuvo una mayoría aplastante.
De igual forma la población ratificó su confianza en él,
tanto en el referendo aprobatorio de la nueva constitución, como
en las elecciones que siguieron al mismo, aunque habría que señalar
que la abstención electoral fue muy alta.
Ya en diciembre del 2001 comienza un proceso de enfrentamiento frontal
entre el gobierno y la oposición. La política dejó
de ser progresivamente una lucha entre adversarios para convertirse en
una lucha de enemigos cuyo fin era la eliminación del contrario.
Esta lógica de tipo militar nos condujo a los sucesos de abril
de 2002, en los que se exaltó el odio político, tanto de
un grupo como del otro, en especial usando para ello los medios de comunicación,
lo que concluyó con la muerte de algunos venezolanos, un intento
frustrado de golpe y la percepción de que difícilmente saldríamos
del problema por vías democráticas. Lo mismo ocurrió
6 meses después con la huelga de diciembre: nuevamente se intentó
usar caminos extraconstitucionales para resolver la crisis política
venezolana.
En realidad no se puede decir que ni el gobierno ni la oposición
han tomado en cuenta seriamente a la población venezolana. Por
un lado está la Coordinadora Democrática, que ha reunido
a los antiguos partidos y diversos grupos organizados identificados con
los sectores medios y profesionales del país. Su único objetivo:
hacer un frente opositor al actual gobierno. Está liderada por
muchos políticos de las antiguas organizaciones partidistas que
en muchos casos ven más por sus intereses y privilegios que por
el país. Por otro lado Chávez se ha constituido en una suerte
de autócrata cuya voluntad no puede ser discutida y tampoco admite
con facilidad las críticas que desde varios escenarios del país
se le hacen. El grupo heterogéneo que lo apoya tiene por único
punto de contacto al mismo Chávez. No hay otro proyecto que no
sea sostenerse en el poder.
Entre estos dos grupos el diálogo se ha vuelto casi imposible.
Cada vez más vemos como se impone la violencia política.
De forma tal que hemos necesitado de la ayuda internacional para lograr
un mínimo de acuerdos que permita zanjar la situación. Por
eso desde el mes de noviembre se encuentra en Caracas, intentando coordinar
una mesa de diálogo y negociación, el Secretario General
de la OEA. Lo que está en cuestión en el país es
si podemos resolver nuestras diferencias políticas por vías
democráticas o si se impondrá el esquema de la violencia,
ya sea mediante un golpe, autogolpe, u otra formula de autoritarismo de
cualquier signo. Esto impactará sin duda el modo como tienda a
resolverse los conflictos en América Latina.
El pueblo una y otra vez ha señalado que desea el camino democrático
y electoral como vía para resolver el conflicto. En este aspecto
tanto los sectores populares como los otros sectores del país coinciden
en la necesidad de lograr una salida constitucional y democrática
a la actual crisis. De lograrlo por esta vía habremos crecido como
nación. El futuro puede ser más y mejor democracia, o puede
ser un nuevo autoritarismo (sin importar cuál pueda ser el cuño
del mismo). El camino emprendido por Venezuela en el siglo XX nos hace
ser optimista respecto a lograr una democracia en la que el pueblo (y
no grupos elitescos o líderes necesarios) sea el protagonista de
su historia. En la que la sociedad civil y la organización popular
cada vez más tenga la posibilidad de participar en el proceso de
toma de decisiones. Un camino hacia una mayor descentralización
que permita acercar a las autoridades y poderes públicos al pueblo.
Este camino de mayor participación se ha comenzado a transitar,
con dolor y dificultades, pero a la vez lleno de promesas si se asume
un compromiso histórico con el país y la América
Latina.
Hoy más que nunca hay una gran movilización política
y social en Venezuela que debe ser abocada a resolver los serios problemas
que nos aquejan como nación. Hay una mayor conciencia y organización
popular. También por su parte los sectores de clase media y profesional
han tendido a generar nuevos modelos de organización e incluso
de interacción con los sectores populares. Esto nos brinda esperanzas.
En medio de la huelga general del mes de diciembre, en una autopista de
la ciudad de Caracas, coincidieron frente a frente grupos afectos al gobierno
y grupos opuestos al mismo. Ambos se gritaban y parecía que la
escena terminaría en una riña colectiva con resultados de
heridos y muertos. Pero una mujer se atrevió a cambiar la historia,
saltó la vaya, abrazó a otra que estaba en el bando contrario
y todo cambió. La gente se dejó de insultar. Al final la
batalla se convirtió en un partido de futbolito en medio de la
autopista, y ante cada gol de alguno de los equipos solo se oía
un grito: ¡Venezuela!
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