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Des de langúnia del fang i la misèria
hi
ha uns ulls que ens repten
(Desde la angustia del fango y la miseria
hay unos ojos que nos desafían)
Miquel Martí i Pol
Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, la reciente guerra en
Irak y -con anterioridad a ellos- las crecientes disparidades entre el
norte y el sur, cuyas consecuencias, como la miseria, apenas empezamos
a vislumbrar, reafirman la urgente necesidad de conferir a las Naciones
Unidas el papel de instancia suprema que le corresponde y que tanto se
echa en falta en el desorientado panorama actual. Las Naciones Unidas
constituyen la única posibilidad de un marco ético jurídico
a escala mundial. En lugar de apartarlas de su misión y reducirlas
a acciones de ayuda humanitaria, deberían reforzarse para que no
sólo la paz, sino la convivencia pacífica en relación
a los demás y al medio ambiente - se convirtiera en realidad. Y
pudieran cumplir la misión fundamental que sus fundadores plasmaron
en el Preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas: NOSOTROS,
LOS PUEBLOS hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror
de la guerra...
Sin embargo, poco a poco, se ha debilitado el sistema de las Naciones
Unidas, se le han encomendado funciones de ayuda humanitaria y mantenimiento
de la paz postconflicto, en lugar de construir la paz a través
del desarrollo endógeno, de la capacidad de cada país para
explotar sus propias riquezas, comenzando por el talento y las facultades
creadoras de sus habitantes.
En consecuencia, uno de los deberes más acuciantes, en este inicio
de siglo y de milenio, consiste en replantear, con lucidez y firmeza,
las reglas de la política internacional del siglo XXI, con un plan
de puesta en práctica de múltiples acuerdos, de tal modo
que los derechos humanos de una gran parte de la humanidad no sean simples
enunciados mediáticos. Es en las Naciones Unidas en donde se hallan
las bases morales, políticas, sociales, económicas y jurídicas
de un verdadero orden de paz.
Debemos ser conscientes de que la paz y la seguridad basadas en la justicia
y en la libertad siguen ausentes y continuamente amenazadas en el mundo.
Una gran parte de los habitantes del planeta malviven en condiciones deplorables
de pobreza. Y los países prósperos continúan inmersos
en un tipo de crecimiento económico que produce fracturas y asimetrías,
y cuyo impacto sobre el medio ambiente es tan peligroso que la calidad
de vida de las generaciones futuras está cada vez más en
entredicho. La pérdida de diversidad cultural constituye otra tendencia
que empobrece, tal vez de forma irreversible, una de las características
más importantes de la humanidad.
Los países más avanzados deben por su responsabilidad
particular en relación a la seguridad general de todos los ciudadanos
del mundo y la integridad del planeta concertar rápidamente
sus esfuerzos para nuevas alianzas que permitan aliviar el sufrimiento
de la humanidad en su conjunto y reducir el impacto de los desastres naturales,
incluidos los originados por seres humanos.
Muchos de estos países han suscrito en los últimos años,
bellísimas declaraciones, resoluciones y convenios. Pero, con raras
excepciones que hay que destacar, no han cumplido luego sus compromisos.
El incumplimiento ha desembocado en grandes disparidades de índole
económica y social. En múltiples ocasiones he subrayado
la contradicción, tan nociva, que representa la existencia de democracia
-que es la solución- en el ámbito nacional, y de oligocracia
en el internacional.
En un mundo en el que las fronteras no pueden evitar el paso de los flujos
informativos, financieros, ambientales, etc., las instituciones políticas
nacionales y supranacionales basadas en el Estado, progresivamente debilitado,
son insuficientes para resolver los principales problemas y desafíos
de alcance planetario. La ausencia de regulación democrática
a escala mundial favorece intereses particulares y alimenta las tendencias
unilaterales basadas, sobre todo, en la fuerza militar. Sin reglas, la
globalización no gobernada se convierte en la principal
fuente de inestabilidad y confusión.
Es necesario y apremiante plantear nuevos contratos en el orden social,
ético, cultural y natural en base a unos principios comunes que
sitúen al ser humano por encima de los intereses comerciales y
económicos. Un nuevo contrato que de prioridad a los derechos humanos
sobre el resto de la legislación internacional; que posibilite
decididamente la eliminación de la pobreza y garantice un desarrollo
solidario más equitativo y respetuoso con la diversidad de género,
cultural y medioambiental.
Se precisa una reforma en profundidad del sistema de instituciones internacionales,
que articule un verdadero sistema de gobernanza democrática global.
Comparto con Carlos Fuentes que la globalidad en sí misma
no daría sus frutos sin la prevalencia del derecho, y que
una globalidad sin reglas conduciría a desequilibrios peligrosos
y a injusticias perpetuadas... Si Estado, Nación, Comunidad Internacional,
no se comprometen con la Legalidad superior a las fuerzas del mercado
y del crimen, éstas se impondrán con la fuerza de la fatalidad
invisible....
Existen importantes iniciativas sobre la reforma de las Naciones Unidas.
Una de ellas corresponde al Foro Mundial de la Sociedad Civil la
Red de Redes «Ubuntu»- que ha iniciado una campaña
mundial para la reforma en profundidad de las instituciones internacionales,
con el fin de que puedan responder a los grandes desafíos sociales,
económicos y culturales de nuestro tiempo, y se sustituya la presente
impunidad a escala mundial por los mecanismos reguladores apropiados Esta
iniciativa ha merecido un decidido apoyo de personas de renombre mundial
y de prestigiosas organizaciones. Su objetivo es contribuir a establecer
un «sentido ético» en la aldea mundial y propiciar
un gran plan de desarrollo endógeno planetario.
Ubuntu propone una reforma que refuerce y democratice a las Naciones Unidas
y ponga las demás organizaciones multilaterales bajo su control,
a través del desarrollo de la legislación internacional
que es ampliamente aceptada por su valor y legitimidad democrática
Carta de Naciones Unidas, Declaración Universal de los Derechos
Humanos, Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, el
Pacto Internacional de Derechos Económicos, sociales y culturales,
etc.-. Institucionalmente, es urgente fortalecer la Asamblea General de
las Naciones Unidas y poner bajo su autoridad todos los órganos,
agencias y organizaciones multilaterales mundiales (Banco Mundial, Fondo
Monetario Internacional, Organización Mundial del Comercio, etc.).
Es primordial dotar al sistema judicial internacional de los medios humanos
y financieros exigibles, para asegurar el cumplimiento de la legislación
internacional.
La reforma del ECOSOC, como Consejo de Seguridad Económica y Social,
debería promover el desarrollo de los países más
rezagados y empobrecidos. De igual modo, establecer un Consejo de Seguridad
Medioambiental permitiría garantizar un desarrollo humano sostenible
y contrarrestar las tendencias más negativas. Las nuevas
Naciones Unidas debería propiciar modelos de convivencia coherentes
y respetuosos con la diversidad cultural, nuestra gran riqueza común.
Una reforma, en suma, que fortalezca la democracia representativa, participativa
y anticipativa del sistema de instituciones internacionales. De la misma
manera que los Estados son insuficientes para gobernar la globalización,
las instituciones internacionales también lo serán si no
se incrementan las posibilidades de participación real de los ciudadanos
tanto en la toma de decisiones como en la puesta en práctica de
las mismas, mediante mecanismos de representación directa de la
ciudadanía mundial y de participación de la sociedad civil
organizada.
El futuro no tiene por qué ser necesariamente igual que el presente
y el pasado. Me gusta repetir que lo fundamental es la memoria del
futuro todavía intacto, para que pueda escribirse con líneas
menos torcidas, todas las manos juntas. Memoria para saber que la integración
nunca se consigue por el interés y el dinero sino por el hilo conductor
de la cultura, por el tejido denso de las hebras distintas. Memoria del
pasado para saber que todas las transformaciones nunca se hicieron por
la fuerza de las armas, sino por la fuerza de las ideas, de los ideales.
Pongámonos todos a favor de la vida, todos al lado de la paz
preventiva. Pongámonos en pie de paz para reforzar rápidamente
a las Naciones Unidas, dotándolas de los recursos necesarios para
establecer los códigos de conducta mundiales que sean precisos,
para asegurar, en nombre de todos, su cumplimiento y contribuir a hacer
posible la transición de una cultura de fuerza, imposición
y violencia a una cultura de diálogo, compresión y paz.
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