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Entre los tantos acusados de oscurantismo científico,
colocado en el siglo XIX y clasificado de dinosaurio tecnológico,
me siento en el deber ético de entrar en el debate científico
que envuelve la cuestión de los transgénicos, más
propiamente, sobre los fundamentos de la ciencia: su método, su
finalidad y el control ético sobre sus aplicaciones tecnológicas.
Entre los que nos acusan -periodistas y académicos- hay desinformados,
hay unos que sirven a intereses inconfesables, y hay otros que son víctimas
de un reduccionismo científico. En algunos casos se da una combinación
de los tres factores.
Los que más llaman la atención son los académicos
bien formados pero esclavos de un método científico reduccionista,
centrado en la segmentación del objeto y en la creencia ciega en
el determinismo genético; hijos, por tanto, de una escuela científica
incapaz de practicar la transdisciplinaridad y poco dispuesta a reconocer
la compleja interacción entre los sistemas vitales. Al decir de
Lovins&Lovins, en El Cuento de las Dos Botánicas, «dentro
de la tradición cartesiana de reducir el todo complejo en partes
simples, se empeña en alterar genes aislados y obviar la totalidad
interactiva de los ecosistemas» (Instituto Rocky Mountain, Colorado,
EEUU)
Este reduccionismo se traduce en la atribución de gran efecto a
un único gen. Aunque los genes son determinantes en la expresión
de las características, la apariencia de un ser vivo es resultante
de interacciones genéticas complejas, más allá del
efecto ambiental. Es extremadamente difícil que una característica
no sea afectada por alguna interacción.
Algunos tienen un gusto especial por determinar el siglo científico
en que están otros. Pues se registra que este paradigma científico
es propio de los siglos XIX y XX, y comenzó a ser superado en las
dos últimas décadas del siglo XX. Al inicio del siglo XXI
la Humanidad está frente a dos caminos. O continúa insistiendo
en un paradigma científico cada vez más fragmentado y especializado,
financiado por grandes capitales y servil a ellos, consolidando la cooptación
de los científicos, o profundiza la construcción de un nuevo
paradigma científico integral: biocéntrico, transdisciplinario,
ecológico, sistémico y holístico, riguroso en el
método y en la experimentación, serio en la disciplina exigida
por el estatuto propio de la ciencia, pero capaz de captar y relacionar
el conjunto de las implicaciones inherentes a cualquier intervención
humana sobre la realidad, especialmente sobre los seres vivos.
En este nuevo modo de hacer ciencia, por el cual luchamos, el control
social y ético guía las aplicaciones tecnológicas
de la ciencia y tiene precedencia sobre los mecanismos del mercado. En
este nuevo paradigma se defiende en igual grado de intensidad la libertad
de investigación y el control público y democrático
sobre las aplicaciones de los resultados del conocimiento científico.
La cuestión de los transgénicos, desde el punto de vista
científico, involucra cinco BIOs:
1 - Biodiversidad;
2 - Biotecnología;
3 - Bioseguridad;
4 - Biopiratería;
5 - Bioética.
Desde el punto de vista de la soberanía nacional deberíamos
preocuparnos sobre manera con la biopiratería de nuestro patrimonio
genético, el oro verde del siglo XXI.
Discurso simplista
Pero la verdad es que los fanáticos pro-transgénicos, con
un discurso simplista de defensa de la ciencia, sólo se han preocupado
de un área de la ciencia: la biotecnología. Y en la biotecnología,
sólo la de laboratorio, aprovechándose y mercatilizando
el mejoramiento genético realizado por las comunidades campesinas
y por los «mejoradores», teniendo como base nuestra fantástica
biodiversidad vegetal y animal. Y en la biotecnología de laboratorio,
por razones ciertamente impublicables, se restringen a la defensa sectaria
de aplicaciones tecnológicas controladas por pocas grandes multinacionales.
Demuestran ceguera científica o compromisos de otro orden, camuflados
en la defensa de la ciencia. En nombre del avance de la ciencia, lo que
se está defendiendo, en la práctica, es una técnica
de laboratorio, limitada a la manipulación genética de interés
comercial, controlada por monopolios económicos. Están promoviendo
productos tecnológicos de alto riesgo, mercantilizados sin control
ético, sin pruebas a mediano plazo, sin análisis de bioseguridad,
sin evaluación de potenciales bioriesgos, sin evaluación
de impactos en la biodiversidad y, lo que es peor, colocando el interés
de lucro de grandes empresas sobre el de la protección de la vida,
ignorando por completo, por tanto, la bioética.
La trama de la vida, formada en millones de años, no puede ser
manipulada por técnicas de laboratorio, por más fantásticas
que sean, sin estudiar e investigar el conjunto complejo de sus interacciones
y impactos. Por esto es por lo que luchamos: por más ciencia y
por un paradigma científico más amplio y más completo.
Los transgénicos, de la forma como son colocados hoy en el mercado,
son producto de un modelo científico en crisis, creador de consecuencias
ambientales funestas para la Humanidad, servil a los dueños del
poder económico e incapaz de dar respuestas nuevas a los nuevos
problemas que ha creado. La posibilidad científica de reprogramar
la vida, rompiendo, inclusive, la barrera del cruce sexual entre las especies,
exige por sí misma, la superación del modelo de ciencia
en que hoy está circunscrita.
Pero me cabe señalar que un número cada vez mayor de científicos
se manifiestan contrarios a cualquier forma de transferencia genética
entre seres vivos de especies diferentes y que la transgenia en sí
es un error. Defienden que debemos rescatar e investigar otros aspectos
de biotecnología, otras formas de saber científico, que
reconozcan y capten la enorme complejidad y la diversidad de situaciones
locales que envuelven a las varias formas de interacción vital
que ninguna ciencia de laboratorio consigue alcanzar.
En la cuestión de los transgénicos falta ciencia y hay poca
investigación. La ironía es que los que quieren más
ciencia son acusados de oscurantistas. Y la empresa dueña de la
patente de soya transgénica, que se niega a presentar investigaciones
elementales a mediano plazo y en suelo brasileño, sobre impactos
ambientales y de seguridad alimentaria de una planta engendrada en laboratorio
con partes de material genético de un virus, de dos agrobacterias
y de la petunia, condicionada para resistir las altas dosis de un veneno,
comercializado por la misma empresa, es presentada como modelo de avance
científico.
La hora de las ciencias
Llegó la hora de la ciencias -esta palabra no tiene el derecho
de ser utilizada en singular- con abordaje transdisciplinario, holístico,
amplio, integral, que se inclinen e investiguen el conjunto de las cuestiones
involucradas en el tema.
Y si queremos realmente modernidad, volvamos al siglo XVIII e incorporemos
los valores de la democracia en la asimilación social de los resultados
de la ciencia. O tendremos tecnologías totalitarias, impuestas
en contra de la voluntad del conjunto de las ciudadanos y sin plena conciencia
del conjunto de sus implicaciones.
La humanidad no conoció hasta hoy ningún totalitarismo benéfico,
por más máscara de modernismo con que pudiese presentarse.
(Agradezco las innumerables contribuciones a este texto, especialmente
de Silvia Ribeiro y Rubens Nodari).
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