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La humanidad tiende a perpetuar sus malas costumbres con
tozudez. Siempre con esa mala costumbre de soñar un mundo más
justo, y esa otra costumbre, también mala, de luchar en favor de
estos sueños de justicia. Y parece que la historia responde con
la mala costumbre de hacerle caso a la humanidad cuando lucha por sus
sueños. Proyectar un mundo más justo no es huir del mundo,
sino anticipar la historia. Ser fiel a una de las más nobles tradiciones
que caracterizan al género humano.
Nuestro sueño de hoy, como humanidad, es la construcción
de un pacto social global justo: la construcción de estructuras
democráticas de gobierno mundial. Con la globalización económica
capitalista en su versión neoliberal, durante los años noventa
el pacto social mundial lo han determinado, fundamentalmente, los mercados
capitalistas globales, liderados por las grandes empresas multinacionales
y los mercados financieros interconectados. Ellos han condicionado, más
que ninguna otra institución, la distribución del poder
económico, de la influencia cultural y del poder político
de los distintos países del mundo. La integración de los
distintos mercados nacionales en un único mercado capitalista global
en virtud de la globalización (es decir, de la libre circulación
de capitales, tecnología, bienes, servicios y conocimientos) ha
roto el equilibrio entre mercado y democracia que durante la guerra fría
había caracterizado el pacto social en una buena parte de las sociedades
del planeta. En la lógica del Estado del bienestar, los Estados
nacionales (democráticos) regulaban los mercados nacionales (capitalistas),
con el fin de estabilizarlos y redistribuir la prosperidad que éstos
saben generar pero que no saben repartir equitativamente. Con la globalización
económica, la democracia y los Estados nacionales, individualmente
tomados, han quedado devaluados.
Los críticos del neoliberalismo en los últimos años
han abogado por, al menos, restablecer el equilibrio entre mercado y Estado,
entre capitalismo y democracia. Sin embargo, dado que el capitalismo se
ha globalizado, para restablecer este equilibrio es necesario construir
estructuras, mecanismos e instituciones de democracia también global.
Es necesario globalizar la democracia: construir una democracia cosmopolita.
Éste ha sido uno de los leit-motivs de parte de los participantes
en el Foro Social Mundial en los últimos años: reclamar
el retorno de la política.
Sin embargo, cuando la globalización neoliberal ha revelado su
inestabilidad intrínseca en forma de desigualdad económica
creciente y de alienación cultural de las civilizaciones no occidentales,
el corazón del mundo liberal-capitalista, los EEUU, han dado el
salto desde el neoliberalismo al imperialismo unilateral. La política
ha vuelto, sí, pero con la cara que menos nos esperábamos:
por la vía del imperialismo, que es pura política, pero
basada en la superioridad militar. Y es que la política moderna,
por decirlo de algún modo, tiene dos caras fundamentales: Hobbes
o Rousseau. La democracia donde los derechos de cada uno son recíprocos
de los derechos del resto, o el poder autoritario que se impone a través
del miedo (el miedo de las armas), y gracias al miedo (que lleva a los
ciudadanos a vender su libertad por su seguridad).
Ahora, en pleno unilateralismo bélico, es el momento, cual nuevos
rousseaus del nuevo mundo global, de proyectar esa democracia global que
nos hace falta y que no tenemos. Para que el pacto social global esté
en manos de la política y no de los mercados; pero la política
democrática, que es la del diálogo, la negociación
legitimada y la justicia. Deberíamos imaginar la humanidad como
una implícita asamblea constituyente universal, cuyo fin sea construir
unas instituciones que garanticen a todos los humanos, en condiciones
de igualdad, los derechos que permiten llevar adelante una vida libre
y, a poder ser, feliz. Pero, para no caer en el absurdo de proyectar estas
instituciones en el vacío, el único camino es imaginarlas
como una reforma de las que hoy existen. ¿Cómo deberíamos
reformar el sistema de Naciones Unidas para avanzar hacia una democracia
global?
El filósofo Michael Walzer explica que, para contar con una democracia
global que respete el pluralismo social y cultural del mundo, deberíamos
asentarla en tres patas:
a) una ONU reforzada, más democrática y con más autoridad,
pero que mantuviera su carácter de organización inter-estatal
(y no de super-Estado mundial).
b) los actuales Estados, para contar en el mundo, podrían agruparse
en federaciones regionales, a la manera de la Unión Europea. Sólo
así podemos imaginar una geopolítica equilibrada, no polarizada
por la hegemonía occidental. Adelante, pues, con el Mercosur, o
con la integración, primero económica y luego política,
del sur-este asiático, del continente africano o del mundo árabe.
c) la sociedad civil mundial (ONGs, movimientos sociales globales, redes
sindicales, centros de investigación, partidos políticos,
etc.) en su pluralidad de organizaciones, objetivos e ideologías,
debe seguir ejerciendo un rol de alma de la democratización
de la sociedad mundial, a la manera de lo que es en los últimos
años el Foro Social Mundial. Cual parlamentos mundiales informales,
la sociedad civil debe seguir ejerciendo el rol de movilización
de las agendas y las conciencias globales, aun en el caso de que algún
día llegue a institucionalizarse un Parlamento Mundial oficial,
puesto que las instituciones son sólo el cuerpo de la democracia.
Pero un cuerpo sin alma -una democracia sin sociedad civil crítica-
desfallece.
Sólo asentándose en estas dos patas: a) una geopolítica
multipolar, basada en las federaciones regionales, lo que se ha dado en
llamar regionalismo abierto; y b) una sociedad civil global activa y crítica,
es posible construir una ONU democrática. Ahora bien, ¿en
qué consiste una ONU realmente democrática? Recordemos que
se trata de recuperar a escala global la lógica de los Estados
del bienestar (nacionales) y de reestablecer la preeminencia de los derechos
sociales por encima de los derechos del capital. Ésta y no otra
es la lógica de la democracia.
Si miramos aquella parte del sistema de Naciones Unidas que se encarga
de los asuntos económicos y sociales, encontraremos dos grupos
de instituciones. Por un lado los organismos económicos y financieros:
el FMI, el BM y la OMC, la santísima trinidad del orden
neoliberal. Por el otro, una plétora de instituciones de tipo social
o cultural: la OIT, la OMS, la UNESCO, la FAO, etc. Las primeras dirigen
la economía internacional y su proceso de integración: hacen
las veces de un ministerio de economía global. Tienen
poder, pero no son democráticas: están controladas por las
potencias occidentales (los países del g-7), y más concretamente,
por los EEUU. Las segundas disponen de legitimidad, dado que tienen la
misión de promover los derechos sociales y culturales de la humanidad,
pero carecen de poder político y capacidad financiera para promoverlos
eficazmente. Nuestra utopía de hoy pasa por dotar de legitimidad
a las instituciones con poder, es decir, pasa por democratizar el FMI,
el BM y la OMC, con el fin de poner el crecimiento económico global
al servicio de los países menos desarrollados y del bienestar social
de la humanidad en su conjunto. Y pasa por dotar de poder a las instituciones
sociales, que hoy sólo tienen casi un valor moral.
1. ¿Qué debería hacer un FMI democrático?
A) Regular la libre circulación de capitales, para estabilizar
los mercados financieros y evitar las crisis sistémicas, como las
que han sufrido en la última década países como México
o el Sudeste asiático; B) eliminar los paraísos fiscales;
y C) penalizar la especulación financiera, ya sea con la tasa
Tobin o con cualquier otra medida de propósito parecido.
2. ¿Qué debería hacer un BM democrático? En
la medida que su misión es erradicación de la pobreza, debería
poner las bases de un sistema de redistribución a nivel global:
un sistema fiscal internacional. Según el PNUD, las
necesidades más elementales de los pobres del mundo (el acceso
al agua potable, alimentación básica, escolarización
gasta 5† grado y salud primaria) tienen un coste de un 2 % o 3 % del producto
mundial. ¿Cómo la humanidad hoy no es capaz de articular
un sistema de solidaridad financiera Norte-Sur capaz de redistribuir un
1% o un 2 % de la riqueza del mundo para financiar los servicios sociales
básicos del Sur, es decir, para salvar la vida de la gente? Parece
altamente utópico, pero ¿qué es si no el 07%
sino un embrión, raquítico e insuficiente, de este sistema
fiscal global? Los Fondos de Cohesión de la Unión Europea
son un buen ejemplo (a escala regional) de cómo países ricos
financian parte de las infraestructuras de los menos ricos para promover
su crecimiento. Hace falta algo similar a escala mundial.
3. ¿Qué debería hacer una OMC democrática?
Acabar con un sistema comercial mundial asimétrico, que proclama
el libre comercio y sólo lo aplica al Sur, pero no al Norte. La
hipocresía de los países ricos en relación con el
libre comercio es estrepitosa: haz lo que digo pero no lo que hago.
La OMC debería acabar con los aranceles y las subvenciones que
los países del Norte ponen a los productos de los países
del Sur, y que es una de las acciones que más frena su desarrollo.
4. Estas instituciones podrían integrarse o quedar bajo el
control político- de un Consejo de Seguridad Económico y
Social (CSES) que ya estaba previsto en la Carta Fundacional de la ONU
pero nunca se creó, y que sería el contrapeso del actual
Consejo de Seguridad Político y Militar (CSPM). El CSES podría
impulsar, además, un Tribunal de la Deuda, que se encargue de fomentar
de manera imparcial la condonación de la duda externa de los países
pobres.
¿Qué cometido deberían llevar a cabo las instituciones
sociales y culturales de la ONU, si dispusieran de más poder político
y mayor capacidad financiera? La economía mundial afecta a cuestiones
sensibles para el desarrollo y la justicia de la sociedad global tales
como la salud, la educación, la cultura, la alimentación,
o el medio ambiente. Estas instituciones deberían tener capacidad
para regularla, en lo que a sus áreas es refiere:
1. La OIT debería tener la capacidad para instaurar unas condiciones
laborales mínimas de cumplimiento obligatorio para cualquier para
cualquier país y para inversor extranjero en el Tercer Mundo.
2. La OMS debería tener el derecho de regular de acuerdo con el
derecho a la salud el actual sistema de patentes vinculado a la industria
farmacéutica, que hoy depende en exclusiva de la OMC.
3. Se debería crear un Consejo de Seguridad Medioambiental encargado
de impulsar el proceso iniciado con el tratado de Kyoto, para llevar a
cabo una regulación global y cooperativa de los límites
ecológicos del crecimiento económico mundial
4. La FAO debería tener derecho a limitar el libre comercio siempre
que éste afecte a la seguridad alimentaria de los países.
5. La UNESCO debería proteger la diversidad cultural de un modelo
de capitalismo global que, al tiempo que incrementa las desigualdades,
supone una poderosa fuerza de occidentalizacioón de los países
del Tercer mundo y de las culturas tradicionales. El fundamentalismo es,
en cierto modo, una reacción defensiva contra esta occidentalización.
La UNESCO debe velar porque el desarrollo económico no sea vicario
de una homogeneización cultural del planeta, al tiempo que debería
promover un diálogo entre culturas que inmunice la defensa de la
identidad cultural del riesgo del fundamentalismo.
6. Vinculado a la UNESCO, se podría establecer un Consejo Mundial
de las Religiones, que, a la manera del actual Parlamento Mundial de las
Religiones, ofrezca un espacio para el diálogo interreligioso y
desactive todas aquellas manipulaciones políticas de la religión
que las utilizan como una excusa para el choque de civilizaciones. Este
Consejo debería mostrar las religiones como una fuerza al servicio
de la paz y la justicia social mundiales.
La otra gran área de instituciones de la ONU que debería
reformarse en una clave democrática son aquellas relativas a la
paz y la seguridad mundiales, para ofrecer una alternativa al actual orden
imperial norteamericano. Imaginamos tres pilares básicos para una
política mundial más democrática:
1) la democratización del Consejo de Seguridad (CSPM), para que
refleje equitativamente el mundo, y no sólo sus potencias militares.
Un CSPM democrático, un verdadero G-8 o G-9, estaría compuesto
por las federaciones regionales y aquellos grandes países que ya
son una región del planeta por sí mismas: China, India,
Rusia, la Unión Europea, el Mercosur, la Unión Africana,
la Asociación del Sureste Asiático, la Liga Árabe,
y los Estaos Unidos. Valga la lista sólo de modo intuitivo. Todos
deberían contar con derecho de veto, que es la expresión
del poder en este foro, y no sólo algunos.
2) el reforzamiento del Tribunal Penal Internacional como fuente supranacional
del derecho internacional, al cual deberían estar sometidos todos
los Estados. El Tribunal podría ser la sede de una policía
mundial que poco a poco fuera sustituyendo a los ejércitos
en el mantenimiento de la paz y la seguridad de las instituciones del
mundo. Se trataría de un paso adelante en el largo proceso que
lleva a la humanidad de la regulación de sus relaciones políticas
internacionales mediante la fuerza de las armas a la regulación
mediante el derecho democrático.
3) mientras, las potencias militares mundiales (la UE, los EEUU, China,
India, Rusia, etc.) podrían establecer una cláusula en sus
constituciones según la cual sus ejércitos sólo puedan
intervenir en el exterior cuando cuenten con la petición o la autorización
expresa del CSPM, debidamente democratizado. De esta manera, los grandes
ejércitos del mundo estarían al servicio de la comunidad
internacional, y se podrían ir convirtiendo en fuerzas de
paz, y no, como son ahora, en ejércitos para la guerra.
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