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Durante mucho tiempo, la llegada de un nuevo siglo e incluso
de un nuevo milenio, era idealizada por muchos pueblos, de muchas formas
y por diferentes motivos. Hemos llegado hasta este siglo XXI con prácticas
que generan progreso, avances científicos y tecnológicos,
cambios económicos, políticos, históricos y sociales.
La mundialización, trae muchas transformaciones. Pero falta saber
para qué personas está siendo construido todo esto, o a
qué intereses pretende servir este nuevo orden.
La instauración de una política económica neoliberal
ha intensificado la pobreza, la desigualdad y la exclusión social
en todo el mundo. Este modelo favorece los intereses del imperio mundial
financiero, compromete la soberanía de los países y rompe
con los derechos sociales que deben asegurar por lo menos la calidad de
vida para todas las personas. Además de profundizar el individualismo
y la competitividad que alimentan las acciones capitalistas de opresión
y manipulación.
Si la economía, el mercado y el mundo están ya mundializadas,
¿por qué entonces, no mundializar también el acceso
de las personas a una sociedad más justa y fraterna, en la que
todos y todas tengan oportunidades iguales a la tierra, a la alimentación,
a la educación, a la cultura, al ocio, al trabajo, al derecho a
la vida? ¿Por qué no proporcionar las ventajas del mundo
virtual para los excluidos y las excluidas digitales? ¿Por qué
no permitir que los países subdesarrollados, llamados «tercer
mundo», tengan derecho a mantener su desarrollo sostenible, sin
tener que someterse al FMI que esclaviza y domina cualquier tentativa
de autonomía y independencia económica? O mejor, ¿por
qué no globalizar la paz entre todos los pueblos, en lugar de producir
la guerra y la violencia, para tener más poder y riqueza?
Para el imperio global financiero, es natural que se acentúen progresivamente
las desigualdades sociales, políticas e económicas, la opresión
de un pueblo para con otro, la violencia, la guerra, el racismo, el machismo,
los más diversos prejuicios hacia las personas, y en particular
para con las mujeres, negros y pobres. Mantener el poder sobre estas clases,
edifica su hegemonía.
Durante muchos siglos, la explotación de los oprimidos y de las
oprimidas, se dió de muchas formas. En el caso de las mujeres,
esta discriminación ha sido todavía mayor, a causa de las
diferencias físicas, porque todavía se piensa que las actividades
domésticas, delicadas y relacionadas con la maternidad, son tareas
específicamente femeninas. A los hombres, les son atribuidas las
funciones que generan la subsistencia de la familia. Además, hay
toda una trayectoria histórica que está marcada por la sumisión,
violencia sexual, imposición religiosa y masculina, esclavitud,
banalizacion del cuerpo, negación del acceso a la educación
y participación política, explotación de mano de
obra y del trabajo asalariado femenino, entre otras lacras. Con la instauración
del capitalismo, muchas de estas desigualdades se acentuaron.
El sistema neoliberal es contradictorio, porque al mismo tiempo que asegura
a las mujeres acceso al trabajo, construye ideológicamente la ilusión
de que pondrán ascender política y profesionalmente, dependiendo
solamente de su empeño y dedicación. La táctica es
utilizar su fuerza de trabajo -normalmente remunerada de forma inferior
a la de los varones- para generar personas consumidoras, reprimidas y
manipulables. El neoliberalismo permite que ellas tengan acceso a la educación,
pero evita que ocupen posiciones estratégicas respecto a la toma
de decisiones. No es interesante que ellas ejerzan su papel de ser constructoras
y soñadoras de un mundo mejor, luchando por una transformación
radical de la sociedad...
Para que se instaure una nueva sociedad, sin clases e igualitaria, es
necesario que las relaciones sociales de producción existentes
entre hombres y mujeres, no sean tomadas como relaciones de poder, sino
como prácticas que pueden transformar esta desigualdad globalizada
que es impuesta socialmente. Para esto, primeramente, es necesario que
la diversidad existente entre lo masculino y lo femenino sea respetada,
y que la equidad entre los géneros se dé de forma plena
en los aspectos legales, económicos, políticos, sociales,
sexuales, en el acceso a la educación, a cultura y al ocio y en
la igualdad de oportunidades profesionales. Es urgente y necesario pensar
las relaciones sociales de forma global, teniendo como premisa la humanidad
y no la estratificación entre las personas.
El modelo de desarrollo excluyente y opresor, que concentra las oportunidades
entre los detentadores del capital, debe ser combatido, para que sea instaurada
una nueva práctica que conciba a la persona en su integridad y
en la totalidad de su vida, a través de la justicia y la participación
social, respetando la diversidad de género, étnica y cultural.
Combatir la dominación, la explotación, el egoísmo,
la búsqueda del lucro... que generan injusticias, guerras, ocupaciones,
violencias, muertes, deben ser actitudes colectivas de hombres y mujeres
que creen en un nuevo mundo, a través de la participación
en políticas públicas que exijan de los gobiernos un compromiso
con la realización de los derechos civiles, políticos, económicos
y sociales.
Para que todos y todas tengan vida plena, es necesario luchar incesantemente
para que tengan igualdad, libertad, solidariedad, justicia y paz, entre
todos los pueblos de la tierra.
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