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Hoy,
en la sociedad «globalizante» existe la libre circulación
de bienes y de individuos, que fomenta la expansión de la democracia
y al mismo tiempo y paradójicamente, pone en evidencias los limites
de las estructuras democráticas habituales. En esta sociedad en
la que se dice que todos los entes son libres y con derechos iguales;
en ésta surgen, desde de su base gritos provenientes de los excluidos,
de los que se quedan y están al margen de esta sociedad que engloba.
Más que nunca se escribe, se habla, se exige libertad, en este
mundo global en el que todo es libre.
La globalización está estructurando de forma muy profunda
nuestros modos de vivir y principalmente nuestro modo de pensar. Ese modo
que nos lleva a resignar a los globalizados-incluidos-conectados, es decir,
el hemisferio norte-occidental-masculino, como la mayoría, los
que tienen pleno derecho y constituyen la norma y el modelo. Esta sociedad
que todavía hoy, se estructura con los mismos criterios sociales
que los de la antigua cultura greco-romana, en que el «hombre de
pleno derecho» es el hombre masculino adulto, culto (clase media/alta)
y blanco.
La globalización se conjuga con la política del neoliberalismo
y al «banquete neo-liberal» no todos están invitados.
Se quedan excluidos del «banquete» todas las otras etnias,
razas y culturas que no sean la del «hombre de pleno derecho».
Se queda de fuera, principalmente, la otra parte de la Persona, el mundo
del femenino.
Además de la exclusión y de la destrucción de la
persona y del ecosistema, existen otras consecuencias de la globalización:
la desintegración y la fragmentación. Desintegración
de la familia y de la comunidad (y de las relaciones sociales en general).
Fragmentación religiosa y espiritual de la sociedad (mercado religioso,
donde cada cual puede «comprar» la religión y espiritualidad
que más le gusta).
Globalización destructora de las culturas e identidades locales.
Espíritu consumista y materialista que desintegra a la Persona.
Absolutización de los valores de eficiencia y competitividad. Individualismo
radical. Aplastamiento del ser humano como sujeto, en su corporeidad y
subjetividad.
La antropología del neoliberalismo es la corriente de pensamiento
que domina y caracteriza la sociedad «globalizante». Esta
antropología tiene sus raíces en los valores patriarcales
en que el hombre-individual es el centro de todo. Centro de si mismo,
centro de la relación con los demás y de la relación
grupal, y centro de la sociedad. Todo surge del individuo y debe estar
en función del individuo. Esta corriente realza la autosuficiencia
(la mínima necesidad de los demás es solo por utilidad),
la relación competitiva y el individualismo posesivo.
La imagen del hombre-individual es la de un ser «universal».
En todos lugares del mundo los individuos son «iguales», no
en el sentido de una «igualdad de derechos», sino en el sentido
de que ni el lugar geográfico en el que se vive, ni la cultura
de la que se es parte, lo configura en modo alguno.
El hecho de que el neoliberalismo sea el nuevo rostro del patriarcalismo
trae como consecuencia que, la sociedad tenga dos mundos, dos realidades,
dos miradas. O mejor, un mundo dominante y un mundo dominado, pero que
muestra como una sola cara, la cara del dominante. Un mundo jerarquizado
y divido por género, en que el género masculino es el dominante
sobre el femenino que es el dominado.
El mundo masculino, el dominante, fue a lo largo de los siglos positivamente
valorizado como siendo aquél que tenía las capacidades de
liderazgo, de eficacia, de ejercito del poder. El mundo de los independientes,
de los racionales, de la individualidad, de lo social, de los más
aptos, de los cultos, de los fuertes, es decir, el mundo atribuido al
rol del varón, que era visto como lo humano por excelencia. El
mundo femenino, por el contrario, a lo largo del desarrollo ontogénico
era mirado como el mundo inferior, débil, frágil, domestico,
privado y dependiente. El mundo que se acercaba más a la naturaleza,
a los instintos, a las emociones, el mundo de los rasgos no masculinos
que eran atribuidos al papel de la mujer.
Así la sociedad de la globalización no es un sistema (un
sistema relacional, de interdependencia), como seria de esperar y que
aparentemente hace creer, sino una estructura piramidal en que la base
vive debajo de las definiciones sociales que las elites dominantes imponen.
La estructura neoliberal hace de la igualdad entre los dos géneros
su lema clave. Pero esa igualdad lleva a la negación y a la perdida
de la identidad femenina, para una construcción de una identidad
androgenica que tiene orientaciones de fondo masculino, pues la igualdad
es siempre en «comparación a». El igualitarismo nunca
conseguirá hacer justicia a las mujeres porque varones y mujeres
no son iguales.
A su vez la equidad entre los géneros es la única respuesta
frente a la globalización en la medida que la equidad permite que
no haya una dominación y una sujeción, pues todos los sujetos
tienen el mismo valor. Equidad vista como un modelo general de relación
recíproca entre individuos que se reconocen mutuamente en sus diferencias.
Así al hecho diferencial de tener uno u otro sexo, de ser de una
u otra raza, de tener más o menos fuerza física, no se sigue
lógicamente la necesidad de un trato desigual entre los sujetos
así diferenciados.
Esta relación de equivalencia hace que todo un mundo inmerso, rechazado
y silenciado, el mundo femenino, surja dando voz a todos los mundos excluidos.
Esta equidad permite que las definiciones sociales no sean impuestas por
las elites dominantes sino que sean orientaciones que nacen desde las
necesidades de la base, para que sea una mirada desde de abajo para arriba.
O mejor una sociedad sistémica como un organismo unificado en que
en el centro se encuentren los empobrecidos/excluidos que no dejen olvidar
el valor de la persona, como un corazón donde parte la sangre y
para donde ésta vuelve. Una sociedad sistémica que viva
en un proceso de humanización con el objetivo de ser Persona en
su esencia relacional. La equidad reivindica una «igualdad entre»,
esto es: ahuyentar el peligro de asimilación mecánica al
modelo dominante, pues se trata de ir construyendo un modelo alternativo
no sesgado desde el sistema de dominación género-sexo. Es
decir, la equidad es en gran medida lucha por la «igualdad entre»
y para luchar hacen falta medios de lucha, o sea, es necesario el ejercicio
del poder por parte de los desiguales y que se les reconozcan tal ejercicio
del poder. La equidad nos llevaría a la equipotencia donde nadie
prevalecería sobre nadie, ni nadie podría oprimir a nadie,
puesto que tendría tanta capacidad de afectar al otro como de verse
afectado.
La equidad así, permitiría pasar de una vida al servicio
de la economía a una economía al servicio de la vida en
que el Bien Común prevalezca sobre el bien individual.
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