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El gasto actual (en 2004) de EEUU en ayuda
externa es de 16.000 md (millones de dólares), frente a 450.000
md en gastos militares. La influencia del ejército en la política
exterior de EEUU es todavía predominante, pero no está ya
tan claramente en ascenso. Ni el imperio parece tan sólido como
hace un año. La impresionante debacle producida en Irak ha puesto
al descubierto las debilidades del «nuevo ejército reformado»
exhibido en Irak, ahora puesto en evidencia por sus limitaciones. De hecho,
lo que ha venido a ser puesto en cuestión es la competencia misma
del Departamento de Defensa (DdD) dirigido por el Secretario de Defensa
Donald Rumsfeld.
Muy elocuente a este respecto es el hecho de que un año después
de que Bush anunciara el fin de los combates mayores -ante una pancarta
en la que se leía «Misión cumplida»- EEUU esté
enviando miles de vehículos blindados, incluso tanques Abrams de
70 toneladas. Algunos expertos continúan caracterizando la política
exterior de EEUU como más militarizada que la de ningún
otro país después de la Segunda Guerra Mundial. Ciertamente,
en términos de gastos el presupuesto del Pentágono no tiene
precedentes y sobrepasa el total combinado de los diez países que
le siguen.
De hecho, después del 11 de septiembre, el viejo concepto de política
de las cañoneras –de principios del siglo pasado- ha dado
un nuevo giro de rosca hasta el punto de que las cañoneras han
desplazado decididamente a la diplomacia, al menos hasta que los recientes
castigadores sucesos producidos en Irak lleven a una reevaluación.
La cobertura mundial de EEUU no es tanto un imperio en el sentido clásico,
cuanto un Estado-cuartel mundial (más reductos/avanzadas militares
que colonias).
Presupuesto militar
Pero las cañoneras actuales son caras. El DdD sostiene que las
únicas reales amenazas militares para EEUU derivan de: 1) el posible
uso de armas nucleares, o 2) lo que el Pentágono llama «guerra
desigual», o sea, el uso táctico del terrorismo para confrontar
su superioridad militar. La guerra contra el terror declarada en 2001,
impulsó una reversión de los recortes que se produjeron
en los 90 en el presupuesto del Pentágono, y un pico en los gastos
que llegó a niveles nunca vistos. Cada día parece más
evidente que el gobierno de EEUU está expandiendo el terrorismo
con su contraproducente política exterior. Lo que en todo caso
es indiscutible es que el terrorismo está creciendo.
Este horizonte pesimista es compartido por la administración Bush
y fundamenta su presupuesto militar de este año. El presupuesto
actual de 363.000 md es en sí mismo más de diez veces el
del segundo país que más gasta: Gran Bretaña. La
solicitud de la administración Bush para 2004-2005 representa el
mayor incremento en los gastos del Pentágono en los últimos
veinte años. Sólo este aumento, de 38.000 md más
una «reserva de guerra» de 10.000 md, ya supondría
más dinero que lo que gasta ningún otro país actualmente
en gastos militares. La expansión de la financiación militar
para el futuro previsible –451.000 md en 2007 y 2,7 billones de
dólares en el ejército para los próximos 6 años-
no tiene precedente en toda la historia y contribuye al récord
del déficit, que se está aproximando a 500.000 md anuales.
La actual solicitud de asignaciones incluye el desarrollo de defensas
de misiles de largo alcance, desde hace tiempo promovidos por Rumsfeld;
no incluye el presupuesto militar suplementario para Irak, Afganistán
y la guerra mundial contra el terrorismo. El Pentágono se niega
a incluir una partida en la próxima solicitud, seguro como está
de superar las elecciones en noviembre. Sólo el suplemento especial
para Irak en 2004 ha sido de 87.000 md y está costando ahora cerca
de 5.000 md por mes, mientras el Pentágono asevera que no se puede
determinar ni el objetivo ni el costo de estas operaciones imprevistas.
Hay rumores sobre una cantidad entre 60 y 95.000 md en una o varias asignaciones
suplementarias para cubrir un estimado de entre 105.000 y 150.000 soldados
que permanecen en el país hasta 2005. Los cálculos originales
del doble o triple de ese número de tropas que se necesitarían
según el General Anthony Zinny y Eric Shinseki, que fueron tan
públicamente desdeñadas por el DdD, ahora resultan proféticos.
Shinseki, entonces jefe del Estado Mayor del Ejército, fue denunciado
por Rumsfeld y sancionado con el retiro.
Bases militares
Una gran parte del presupuesto está dedicada a la creación
y al mantenimiento de una amplia red mundial de bases del ejército
y de la inteligencia: más de 700 en total. EEUU mantiene actualmente
bases en Turquía, Irak, Arabia Saudí, Kuwait, Bahrain, Qatar,
Emiratos Árabes Unidos, Omán, Etiopía, Pakistán,
Uzbekistán, Tajikistán y Kyrgyzstán, así como
en la isla de Diego García en el Océano Índico. En
Okinawa -en el Pacífico-, una pequeña isla que puede recorrerse
en un par de horas, EEUU tiene 38 bases. Los neoconservadores del DdD
de Bush estaban ansiosos por reformar la política de bases, para
crear una entidad más flexible y móvil que pudiera responder
rápidamente o «desplegar hacia delante» fuerzas de
EEUU en cualquier situación de emergencia en el «arco de
inestabilidad» que se extiende desde los Balcanes hacia el Sur hasta
el Norte de África y hacia el Este hasta la frontera china. No
es casualidad que este escenario comprende también regiones ricas
en petróleo y gas natural. El Pentágono cree que durante
los 90 EEUU tuvo que prepararse para luchar dos guerras simultáneamente
–presumiblemente en el Medio Este y el Nordeste de Asia-; pero en
el mundo post 11-S tenemos que estar preparados para cuatro.
Las nuevas condiciones de que se dispone -por ejemplo, en Uzbekistán,
Pakistán y Qatar-, constituirán una serie de facilidades
para el lanzamiento de rápidos ataques e intervenciones anticipativas.
Después de nuestra primera Guerra del Golfo en 1991 se han establecido
bases en Arabia Saudí y los pequeños emiratos del Golfo;
esta ocupación de lugares sagrados del Islam fue una de las razones
declaradas para los ataques de Al Qaeda del 11 de septiembre. El proceso
de creación de bases se intensificó bajo Bush, incluyendo
varias en Pakistán y las repúblicas Centroasiáticas
de la antigua Unión Soviética después de la invasión
de Afganistán en 2001. Irak está cubierto por hasta catorce
bases permanentes de EEUU –lo que el Pentágono, extrañamente,
llama «campos permanentes»- para permitir a sus soldados reducir
su presencia en Arabia Saudita. Pero, por lo que se refiere al futuro
previsible, los militares controlarán el país entero de
una forma u otra.
Despliegue militar
EEUU tiene actualmente unos 480.000 hombres y mujeres en las fuerzas armadas,
con un tercio de las fuerzas activas capaces de combate en Irak. Además
de causar distracción respecto a la guerra real contra el terrorismo,
y además de enemistarnos a una buena parte del mundo (se puede
afirmar con toda seguridad que nunca ha habido una desconfianza y una
decepción tan grandes respecto al gobierno de EEUU), la guerra
en Irak ha sobreextendido peligrosamente las capacidades militares de
EEUU. The New York Times hacía notar en un editorial del 29.12.2003
que esta hipertensión militar ha llevado «a las fuerzas armadas
más allá de sus límites en tiempo de paz; si ocurriera
una crisis repentina en Corea del Norte y Afganistán, EEUU se vería
muy apurado para responder». El editorial añadía que
la Casa Banca debe reconocer que su unilateralismo está debilitando
al ejército, y que debe «cambiar esta trayectoria antes de
que los daños se hagan más difíciles de deshacer.
Irak ha distorsionado la política exterior y militar en no pocas
formas. James Fallows, en un artículo de abril de 2004 en The Atlantic
Monthly dice que «sólo es una pequeña exageración
decir que hoy todo el ejército de EEUU está o en Irak, o
volviendo de Irak, o alistándose para ir a Irak». Guardias
nacionales y reservistas del ejército, muchos de los cuales se
alistaron para conseguir beneficios en educación y nunca pensaron
ir a enfrentar una fiera y creciente resistencia en Irak, constituyen
el 40% de las tropas allí desplegadas.
Conclusión
Incluso antes del 11-S, la política exterior de EEUU era conducida
por las preocupaciones de la seguridad del Pentágono, más
que por cualquier agenda del Departamento de Estado un poco más
comprensiva social y económicamente. Después del 11-S, la
guerra contra el terrorismo vino a ser el principio organizador, el grito
de convocatoria política de la administración, y la sirvienta
del orden mundial dominado por EEUU.
Sin embargo, Al Qaeda ha realizado más ataques terroristas en los
30 meses desde el 11-S que en toda la década anterior. Y hay muchas
razones para anticipar que el mundo verá más terrorismo
a medida en que nos hundimos más y más en los dos cenagales
que hemos creado en Afganistán e Irak. Esta guerra antiterrorista
está siendo llevada como una operación militar convencional,
ignorando la complejidad del problema del terrorismo y la necesidad de
un planteamiento multifacético.
Los presupuestos de EEUU están sesgados hacia las operaciones militares,
pero es la escasa ayuda y la poca atención a las situaciones socio-económicas
de los países en aprietos lo que propaga la frustración,
la angustia y el terrorismo en las regiones en desarrollo. Los daños
colaterales del unilateralismo militar de Washington, una diplomacia chapucera
y una política exterior militarista, se reflejan en un histórico
despliegue de antiamericanismo a lo ancho del planeta y un antagonismo
sin precedentes hacia EEUU por parte de los líderes extranjeros
y los medios de comunicación. Estas repercusiones, así como
los actuales costos para EEUU en sangre y en recursos, todavía
están por ser adecuadamente calculados y comprendidos.
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