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Decía el teólogo Nicolás
de Cusa que Dios es “la armonía de contrarios”. Es
una gran definición porque nuestra realidad está absolutamente
repleta de contrarios, de dialécticas, de bipolaridades... que,
por lo general, no son armónicas sino enfrentadas o en busca de
una armonía imposible. La historia humana, si la miramos con un
poco de perspectiva, transcurre muchas veces por oscilaciones de un extremo
al otro de esa dialéctica: hay épocas más de derecha
y más de izquierda; más masculinas o más femeninas...
Y cada época ve como muy convincente aquella parte de la realidad
que está viviendo, porque su mentira nunca está en aquello
que afirma, sino en afirmarlo de una forma tal que excluya al otro polo.
Dentro del campo cristiano, Pascal ya señaló muy agudamente
que las herejías no son herejías por lo que dicen sino por
lo que dejan de decir (y a veces dejan de decirlo necesariamente, no por
olvido sino por la forma excluyente en que afirman lo que dicen).
Cuando yo era joven, se puso de moda la inquina contra todas las patrias,
quizá como reacción tras la experiencia de la idolatría
alemana de los nazis. Hubo gentes jóvenes que rompían sus
pasaportes y se declaraban ciudadanos del mundo, sin más. Aquella
corriente nos hizo mucho bien a gentes de mi generación porque
nos abrió al valor de lo humano sin aditamentos: los seres humanos
estamos mucho más unidos por el vínculo de ser humanos que
por el hecho de ser de tal o cual país o cultura..
Pero aquella corriente era otra vez una parte sola de la verdad: pues
lo humano común a todos no existe así en esa forma abstracta
de humano, sino a través de mil concreciones diversas: africano,
esquimal, brasileño japonés, y otras mil. Y nosotros no
podemos pretender realizar a fondo nuestra humanidad, si no es a través
de la particularidad concreta en que nos hemos encontrado. Se empezó
a decir entonces que la mejor manera de ser universal es que yo sea salvadoreño
hasta el fondo o catalán hasta el fondo etc. Esta es la moda del
momento, y tiene también su verdad, aunque muchos la falsean porque
entienden la expresión “hasta el fondo” en un sentido
excluyente.
Debajo de estas oscilaciones hay, como casi siempre, factores económicos:
con la excusa de la llamada globalización se está imponiendo
en el mundo una falsa universalidad que sólo es una uniformidad
de los mercados, pero no una verdadera universalidad de los mercados.
Para empezar, en ese mercado tan global usted habrá de pagar sólo
en dólares, y encontrará Cocacola hasta en el recodo más
recóndito de Africa o de América Latina. Pero es casi imposible
que pueda encontrar usted en Nueva York un jugo de pitahaya o un maracaná,
etc. Buena parte de la actual reacción localista es un gesto de
autodefensa contra una falsa uniformización que hace que muchas
gentes se sientan privadas de identidad. Porque la patria no vale por
ser la mejor ni la más hermosa... sino porque la patria, con la
lengua y la cultura que en ella se vehiculan, nos da a los seres humanos
algo que necesitamos mucho y sin lo cual no seríamos nada ni nadie:
nos da unas raíces o una tierra en la que poder arraigar, única
manera de crecer.
La patria nos da también unas personas concretas y relativamente
“prójimas” donde comenzar a practicar el amor al hermano/a,
al tenerlo cercano y concreto, escapando así a la tentación
frecuente en muchos supuestos revolucionarios de amar sólo a los
seres humanos en abstracto. Todo esto es verdad. Pero cuando esta postura
es reactiva amenaza con caer en la misma unilateralidad antes denunciada:
una patria que se afirma contra otros y sólo en ella, que no es
una pista de despegue hacia lo verdaderamente universal, sino un depósito
de agravios que me dispensan de interesarme por los demás o al
menos por aquellos que no sienten como yo.
Durante un tiempo sospecho que viviremos una época de afirmación
de lo local, como reacción contra la uniformación unilateral
que pretende imponer el Imperio. Se ha dicho también que esa nueva
afirmación de lo local debería llamarse “glocal”,
para incluir en la localidad la apertura a lo global. Porque hoy las dificultades
para muchos localismos no vienen sólo del Imperio, sino de las
nuevas condiciones que se han creado en la economía mundial: en
concreto, las migraciones y la movilidad de las empresas. Nacionalidades
con lengua propia (y quizás antaño oprimida) deben entender
que, en estos momentos, surgen otras dificultades para las lenguas minoritarias
que ya no vienen del poder central. Cuento sólo ejemplos que yo
he conocido. El africano, ucraniano o rumano que llega a Cataluña
es normal que al principio hable castellano porque aún no sabe
dónde se quedará y, si tuviera que salir de Cataluña,
le sería igualmente útil el poco castellano que aprenda.
Sólo si tras unos años ha echado raíces en Cataluña,
comienza a ir aprendiendo catalán. La empresa que se planteara
abrir una planta vg. en Euskadi se echaría atrás si el presidente
de esa comunidad le exigiera el uso del euskera. Y la chica que estudió
casi sólo en euskera y luego salió a otro lugar de la península
para hacer una especialidad en enfermería que no podía hacer
en su tierra lo pasará mal si sabe tan poco castellano que apenas
entiende clases y textos.... Desde entonces he dicho muchas veces a los
nacionalismos que hoy su gran enemigo ya no es la capital, sino El Capital.
Pero curiosamente, muchos grandes nacionalistas que no ocultan su inquina
hacia “la capital” no están dispuestos a albergar ninguna
antipatía contra el Capital, porque ellos quieren para su comunidad
local estar entre los más desarrollados tecnológica y económicamente.
El resultado puede ser que se equivoquen de enemigo. Esto al menos ocurre
en mi país; en otros, las cosas serán distintas. Y por eso
no puedo pretender hablar “ex cathedra”.
No sabemos cómo se irán resolviendo estas tensiones en que
las identidades particulares se ven amenazadas no por fuerzas exteriores
(que también las sigue habiendo) sino por la misma variedad con
que hoy se van configurando las sociedades occidentales. De hecho en Europa
han surgido en casi todos los países brotes alarmantes de racismo
contra los inmigrantes y en ocasiones han encontrado un preocupante eco
electoral. Esos racismos, como todo lo violento, son simplemente una señal
de miedo. Sin embargo, quien conozca la historia sabrá que muchas
identidades particulares no han nacido ni crecido como plantas de invernadero,
sino que se han configurado como fruto de mil mezclas y contactos. Los
niños y gente joven se acostumbran más fácilmente
a esa multiplicidad que sus padres o abuelos que cuajaron de otra manera.
Y no por eso crecerán sin identidad.
El grito que hay que dar siempre es el de multilateralidad contra unilateralidad.
Y la condena de todos los racismos, que pueden ser tanto grandes como
pequeños (aunque aquellos tengan más poder y éstos
a veces no pasen de románticos). En el futuro es posible que muchos
acabemos teniendo una “identidad de aluvión” que a
lo mejor nos hace humanamente más ricos. La historia irá
diciendo si los humanos sabemos conducirla.
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