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El imperio de hoy se parece mucho al régimen
colonial de ayer pues, heredero de siglos de poder piramidal, en su identidad
registra remozadas versiones de la misma ideología de poder, dominio,
posesión y coacción que, entre otras cosas, han nutrido,
siglo tras siglo, las pretensiones megalómanas de unos cuantos
hombres y sus aspiraciones de colocarse en la cúspide de la pirámide,
sojuzgando de lo alto al resto de la humanidad, convertida en peón
movible y en casos desechable.
En la parte inferior de la pirámide abundan las mujeres(1), quienes
a pesar de algunos cambios, siguen a la cabeza del grupo excluido, de
las políticas sociales inexistentes, de los derechos existentes
pero ninguneados, de la argucia del capital que soslaya lo humano y deifica
al mercado.
Además de encabezar los grupos afectados por los desmanes del imperio,
ellas son las primeras en pagar la factura de las incongruencias relativas
a su imposición. En Irak, por ejemplo, son patentes los retrocesos
en derechos operados desde el inicio de la invasión. Atrás
quedaron las políticas de inclusión que, para reparar desigualdades,
acordaban a ellas la prioridad para la educación, la salud o los
cargos públicos; bajo el régimen de ocupación, ellas
trajinan ahora recuperando heridos, alimentando de la nada a los suyos,
resistiendo a la jungla militar. Igual sucede en Afganistán donde
el pretexto de su liberación fue utilizado incluso como leitmotiv
de la arremetida militar. El mundo entero esta plagado de bases militares,
y en torno a estas pululan los servicios sexuales, en los cuales, una
vez más las mujeres se ganan la vida al costo de ofrendarse ellas
mismas.
Pero si la faz militar del imperio y sus más evidentes desplantes
machistas, aparecen como lo más visible, las repercusiones sociales,
económicas y culturales de su imposición, son la característica
permanente de la guerra de baja intensidad, que su sostenimiento acusa.
No obstante, las mujeres siguen más bien cumpliendo un rol social
y económico de primer orden, especialmente en las áreas
desvalorizadas, justamente por ser catalogadas como áreas de competencia
femenina: en la pequeña agricultura, que es donde la mayoría
de la humanidad obtiene el sustento alimentario; en la producción
y reproducción de la vida, imputada como una labor femenina específica
y gratuita; en la educación, en la salud y en los cuidados, que
desplazados al área doméstica por efecto de las políticas
neoliberales, han vuelto a ser un asunto privado. Y, estos son apenas
unos ejemplos de una lista interminable.
El imperio se nutre del trabajo deslocalizado, precario, doméstico
gratuito y hasta esclavo, que son modalidad corriente en la inserción
laboral de las mujeres, que se caracteriza además por los bajos
salarios, las nulas condiciones laborales, el acoso sexual, la falta de
garantías. La maquila y los servicios figuran entre los ejemplos
típicos, pero estas modalidades también se extienden a todas
las llamadas áreas informales y a sus extensiones de masividad
reciente: el entretenimiento y el trabajo sexual.
Las pretensiones imperiales de exportar democracia, bienestar y éxito,
principalmente a través del juego del libre mercado, son el ardid
que legitima el asentimiento de las cúpulas sumisas de los países
avasallados. Imposible imaginar, por ejemplo, que los gobiernos negociadores
del libre comercio, desconozcan las consecuencias que la competencia desigual
impone al mercado local y más aún a los pueblos, pero ellos
prefieren ignorarlos para hacer prevalecer su sueño de colarse
al grupo de los ganadores, subastando recursos y seres humanos a cambio
de bagatelas.
Bajo el libre mercado, la competencia entre las productoras y vendedoras
de tamales o tacos con la potente McDonald, solo llevará al aniquilamiento
de las primeras y si sobreviven, tendrán que comprar franquicias
a los dueños de los conocimientos y saberes que ellas mismas han
producido. El libre comercio es el acabose para la pequeña agricultura
doméstica, que es fuente central de la soberanía alimetaria
de los países pobres, su desaparición llevará consigo
el fin de uno de los espacios de producción de conocimiento que
las mujeres, históricas descubridoras de la agricultura, han desarrollado
por siglos(2).
La lista de terquedades del imperio ante las realidades de las mujeres
es interminable, pues sólo la tozudez encuentra justificaciones
para explicar por qué en épocas de biotecnología,
mientras se invierte millones en ésta, la principal causa de mortalidad
en el mundo sigue siendo la materna; por qué en la era digital
y del conocimiento existen países donde hasta el 80% de mujeres
son analfabetas; por qué mientras unos acumulan ganancias comparables
al presupuesto de un país entero, millones viven, alimentan, curan
y albergan, con los divisibles centavos de menos de un dólar por
día.
Para la mayoría de mujeres en el mundo, los numerarios millonarios
derrochados en los misiles inteligentes y otras armas, no sólo
son una aberración sino también una abstracción,
son cifras inimaginables para quienes, ante la privatización de
la educación, se endeudan al infinito para que sus hijos puedan
ejercer ese derecho humano universal, consignado desde el siglo pasado.
El imperialismo se nutre del racismo y de sus intersecciones con otras
formas de discriminación, no sólo porque su ideología
reconoce sólo a un grupo étnico como el depositario de todo
principio de civilización, cuya visión del mundo se presenta
como universal, sino porque coloca a las etnias, pueblos y grupos discriminados
como un mal que podrá ser superado en cuanto éstos, olvidándose
a sí mismos, se integren a la lógica de la globalización.
Para lograrlo, además de la guerra económica y de las prácticas
genocidas, impone políticas de población que incluyen mecanismos
de control sobre el cuerpo y la vida de las mujeres, tales como la esterilización
forzada impuesta a las de las etnias discriminadas y a las pobres.
En fin, el imperio se desnuda por sí solo, pues las tangibles realidades
que provoca su imposición, ponen en evidencia la doblez de sus
intenciones, lo patriarcal de su ideología y el autoritarismo de
sus prácticas.
De las mujeres para la humanidad
Ante los desplantes del imperio, los posicionamientos del movimiento de
mujeres son cada vez más elocuentes. Así, si las luchas
del siglo pasado se caracterizaron principalmente por la procura de derechos
específicos, en lo que va del nuevo siglo están en emergencia
desarrollos de propuestas ubicadas en los llamados asuntos generales:
el libre comercio, la guerra, el modelo, la macroeconomía, la comunicación,
la diversidad, la gobernabilidad mundial, etc.
Mientras la Marcha Mundial de las Mujeres está proponiendo la formulación
de una Carta de las Mujeres para la Humanidad(3), que enfoca buena parte
de las problemáticas antes citadas, la Red de Mujeres Transformando
la Economía(4) se ha volcado al desarrollo de iniciativas sobre
el libre comercio; la Articulación de Mujeres de la Vía
Campesina(5) enarbola la Campaña por la Defensa de las Semillas;
la Federación Democrática Internacional de Mujeres(6) da
prioridad a la lucha por la paz...
Buena parte de las preocupaciones de las mujeres están volcadas
a pensar alternativas para hacer viable la justicia económica y
social. La feminización de la exclusión, en un momento marcado
por el empinamiento de lo económico como ideología, donde
la cultura, la política, el cotidiano, lo individual, lo colectivo,
todo se percibe desde la óptica de una dinámica cada vez
más focalizada en los éxitos del sector financiero y los
réditos del capital transnacional, colocan estas problemáticas
como asuntos de primer orden.
Asimismo, importantes sectores del movimiento de mujeres inscriben en
sus estrategias la participación en espacios amplios. En la Campaña
Continental contra el ALCA y otros espacios de lucha contra el libre comercio;
en el Foro Social Mundial; en la Asamblea de los Movimientos Sociales;
entre otros, la participación del movimiento de mujeres es cada
vez más consubstancial.
Y, por otro lado, es cada vez más notoria la ampliación
de los actores sociales que confluyen con el movimiento de mujeres en
temáticas llamadas específicas, en el asunto de los derechos
sexuales y reproductivos, por ejemplo, el activismo es más y más
diverso. A la vez, como los mecanismos excluyentes de la globalización
neoliberal se potencian justamente en la combinación de las múltiples
formas de discriminación pre-existentes, entre las cuales la desigualdad
entre los géneros es una de las de mayor masividad, figura en la
agenda actual el fortalecimiento de interacciones con otros movimientos
específicos; tal es el caso del combate al racismo.
Sin ninguna duda, la crudeza de los desplantes machistas del imperio requerirá
de muchas acciones combinadas, de resistencias sólidas, de ideas
nuevas y de acciones para ponerlas en práctica; en ello las mujeres
tienen la gran experiencia histórica no sólo de resistencia
sino también de una creatividad que ha permitido desde siempre
su propia supervivencia y la del conjunto. Al despuntar el siglo se decía
que este será el de las mujeres, y sin duda lo será, pues
ellas tienen el ojo puesto en su futuro y en aquel de la humanidad.
Notas:
1.- «Las mujeres son el 70% de los mil doscientos millones
de pobres», in Irene LEÓN, Apuntes para una crítica
feminista del Neoliberalismo, «América Latina en Movimiento»,
n† 351 (04-09-2002), Ecuador.
2.- Irene LEÓN, De Mulheres, vida e sementes, en Sementes
Patrimonio dos Povos, Vía Campesina, 2004 Brasil.
3. - www.marchemondiale.org
4.- http://movimientos.org/remte
5.- www.viacampesina.org
6.- www.fedim.it
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