El machismo del imperio se desnuda solo

Irene DE LEÓN

 

   
 

El imperio de hoy se parece mucho al régimen colonial de ayer pues, heredero de siglos de poder piramidal, en su identidad registra remozadas versiones de la misma ideología de poder, dominio, posesión y coacción que, entre otras cosas, han nutrido, siglo tras siglo, las pretensiones megalómanas de unos cuantos hombres y sus aspiraciones de colocarse en la cúspide de la pirámide, sojuzgando de lo alto al resto de la humanidad, convertida en peón movible y en casos desechable.
En la parte inferior de la pirámide abundan las mujeres, quienes a pesar de algunos cambios, siguen a la cabeza del grupo excluido, de las políticas sociales inexistentes, de los derechos existentes pero ninguneados, de la argucia del capital que soslaya lo humano y deifica al mercado.
Además de encabezar los grupos afectados por los desmanes del imperio, ellas son las primeras en pagar la factura de las incongruencias relativas a su imposición. En Irak, por ejemplo, son patentes los retrocesos en derechos operados desde el inicio de la invasión. Atrás quedaron las políticas de inclusión que, para reparar desigualdades, acordaban a ellas la prioridad para la educación, la salud o los cargos públicos; bajo el régimen de ocupación, ellas trajinan ahora recuperando heridos, alimentando de la nada a los suyos, resistiendo a la jungla militar. Igual sucede en Afganistán donde el pretexto de su liberación fue utilizado incluso como leitmotiv de la arremetida militar. El mundo entero esta plagado de bases militares, y en torno a estas pululan los servicios sexuales, en los cuales, una vez más las mujeres se ganan la vida al costo de ofrendarse ellas mismas.
Pero si la faz militar del imperio y sus más evidentes desplantes machistas, aparecen como lo más visible, las repercusiones sociales, económicas y culturales de su imposición, son la característica permanente de la guerra de baja intensidad, que su sostenimiento acusa.
No obstante, las mujeres siguen más bien cumpliendo un rol social y económico de primer orden, especialmente en las áreas desvalorizadas, justamente por ser catalogadas como áreas de competencia femenina: en la pequeña agricultura, que es donde la mayoría de la humanidad obtiene el sustento alimentario; en la producción y reproducción de la vida, imputada como una labor femenina específica y gratuita; en la educación, en la salud y en los cuidados, que desplazados al área doméstica por efecto de las políticas neoliberales, han vuelto a ser un asunto privado. Y, estos son apenas unos ejemplos de una lista interminable.
El imperio se nutre del trabajo deslocalizado, precario, doméstico gratuito y hasta esclavo, que son modalidad corriente en la inserción laboral de las mujeres, que se caracteriza además por los bajos salarios, las nulas condiciones laborales, el acoso sexual, la falta de garantías. La maquila y los servicios figuran entre los ejemplos típicos, pero estas modalidades también se extienden a todas las llamadas áreas informales y a sus extensiones de masividad reciente: el entretenimiento y el trabajo sexual.
Las pretensiones imperiales de exportar democracia, bienestar y éxito, principalmente a través del juego del libre mercado, son el ardid que legitima el asentimiento de las cúpulas sumisas de los países avasallados. Imposible imaginar, por ejemplo, que los gobiernos negociadores del libre comercio, desconozcan las consecuencias que la competencia desigual impone al mercado local y más aún a los pueblos, pero ellos prefieren ignorarlos para hacer prevalecer su sueño de colarse al grupo de los ganadores, subastando recursos y seres humanos a cambio de bagatelas.
Bajo el libre mercado, la competencia entre las productoras y vendedoras de tamales o tacos con la potente McDonald, solo llevará al aniquilamiento de las primeras y si sobreviven, tendrán que comprar franquicias a los dueños de los conocimientos y saberes que ellas mismas han producido. El libre comercio es el acabose para la pequeña agricultura doméstica, que es fuente central de la soberanía alimetaria de los países pobres, su desaparición llevará consigo el fin de uno de los espacios de producción de conocimiento que las mujeres, históricas descubridoras de la agricultura, han desarrollado por siglos.
La lista de terquedades del imperio ante las realidades de las mujeres es interminable, pues sólo la tozudez encuentra justificaciones para explicar por qué en épocas de biotecnología, mientras se invierte millones en ésta, la principal causa de mortalidad en el mundo sigue siendo la materna; por qué en la era digital y del conocimiento existen países donde hasta el 80% de mujeres son analfabetas; por qué mientras unos acumulan ganancias comparables al presupuesto de un país entero, millones viven, alimentan, curan y albergan, con los divisibles centavos de menos de un dólar por día.
Para la mayoría de mujeres en el mundo, los numerarios millonarios derrochados en los misiles inteligentes y otras armas, no sólo son una aberración sino también una abstracción, son cifras inimaginables para quienes, ante la privatización de la educación, se endeudan al infinito para que sus hijos puedan ejercer ese derecho humano universal, consignado desde el siglo pasado.
El imperialismo se nutre del racismo y de sus intersecciones con otras formas de discriminación, no sólo porque su ideología reconoce sólo a un grupo étnico como el depositario de todo principio de civilización, cuya visión del mundo se presenta como universal, sino porque coloca a las etnias, pueblos y grupos discriminados como un mal que podrá ser superado en cuanto éstos, olvidándose a sí mismos, se integren a la lógica de la globalización. Para lograrlo, además de la guerra económica y de las prácticas genocidas, impone políticas de población que incluyen mecanismos de control sobre el cuerpo y la vida de las mujeres, tales como la esterilización forzada impuesta a las de las etnias discriminadas y a las pobres.
En fin, el imperio se desnuda por sí solo, pues las tangibles realidades que provoca su imposición, ponen en evidencia la doblez de sus intenciones, lo patriarcal de su ideología y el autoritarismo de sus prácticas.

De las mujeres para la humanidad
Ante los desplantes del imperio, los posicionamientos del movimiento de mujeres son cada vez más elocuentes. Así, si las luchas del siglo pasado se caracterizaron principalmente por la procura de derechos específicos, en lo que va del nuevo siglo están en emergencia desarrollos de propuestas ubicadas en los llamados asuntos generales: el libre comercio, la guerra, el modelo, la macroeconomía, la comunicación, la diversidad, la gobernabilidad mundial, etc.
Mientras la Marcha Mundial de las Mujeres está proponiendo la formulación de una Carta de las Mujeres para la Humanidad, que enfoca buena parte de las problemáticas antes citadas, la Red de Mujeres Transformando la Economía se ha volcado al desarrollo de iniciativas sobre el libre comercio; la Articulación de Mujeres de la Vía Campesina enarbola la Campaña por la Defensa de las Semillas; la Federación Democrática Internacional de Mujeres da prioridad a la lucha por la paz...
Buena parte de las preocupaciones de las mujeres están volcadas a pensar alternativas para hacer viable la justicia económica y social. La feminización de la exclusión, en un momento marcado por el empinamiento de lo económico como ideología, donde la cultura, la política, el cotidiano, lo individual, lo colectivo, todo se percibe desde la óptica de una dinámica cada vez más focalizada en los éxitos del sector financiero y los réditos del capital transnacional, colocan estas problemáticas como asuntos de primer orden.
Asimismo, importantes sectores del movimiento de mujeres inscriben en sus estrategias la participación en espacios amplios. En la Campaña Continental contra el ALCA y otros espacios de lucha contra el libre comercio; en el Foro Social Mundial; en la Asamblea de los Movimientos Sociales; entre otros, la participación del movimiento de mujeres es cada vez más consubstancial.
Y, por otro lado, es cada vez más notoria la ampliación de los actores sociales que confluyen con el movimiento de mujeres en temáticas llamadas específicas, en el asunto de los derechos sexuales y reproductivos, por ejemplo, el activismo es más y más diverso. A la vez, como los mecanismos excluyentes de la globalización neoliberal se potencian justamente en la combinación de las múltiples formas de discriminación pre-existentes, entre las cuales la desigualdad entre los géneros es una de las de mayor masividad, figura en la agenda actual el fortalecimiento de interacciones con otros movimientos específicos; tal es el caso del combate al racismo.
Sin ninguna duda, la crudeza de los desplantes machistas del imperio requerirá de muchas acciones combinadas, de resistencias sólidas, de ideas nuevas y de acciones para ponerlas en práctica; en ello las mujeres tienen la gran experiencia histórica no sólo de resistencia sino también de una creatividad que ha permitido desde siempre su propia supervivencia y la del conjunto. Al despuntar el siglo se decía que este será el de las mujeres, y sin duda lo será, pues ellas tienen el ojo puesto en su futuro y en aquel de la humanidad.

 

   
 
Irene DE LEÓN
Quito, Ecuador


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