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Sencillo, directo, ése es el texto del primer artículo
de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DDHH), aprobada
solemnemente por la Asamblea Gene-ral de las Naciones Unidas el 10 de
diciembre de 1948. Ese artículo nos muestra la característica
principal del mundo que se quería construir entonces, después
de la pesadilla de una guerra mundial.
La Declaración enumera a continuación los diversos tipos
de libertad que es preciso asegurar y los derechos inherentes a la condición
humana, que deben ser respe-tados dentro de los países y en las
relaciones entre los países. Y en su trigésimo y último
artículo, establece que ningún Estado tiene el derecho de
practicar cual-quier acto que conculque esos derechos y libertades.
¿Dónde estamos, una vez pasado más de medio siglo?
El mundo caracterizado en el primer artículo de la Declaración
es el mismo que buscamos cuando decimos hoy, en el Forum Social Mundial,
que «otro mundo es posible». Y como estamos todavía
lejos de verlo concre-tizado, ahora también decimos que él
es absolutamente «necesario y urgente».
En realidad, en primer lugar, a pesar de la amplitud de los derechos y
libertades considerados en la Declara-ción, el entendimiento de
la expresión «DDHH» se ha centrado, en las décadas
60 y 70, en la reconquista de estas libertades y en la protección
a los opositores a los regímenes militares que se instalaron en
nuestro Conti-nente, con prisiones arbitrarias, tortura y asesinatos políticos.
Sin duda conseguimos avanzar en esta acepción más restringida
de los DDHH. Hoy parece difícil que volvamos a regímenes
militares represivos. La democracia, aunque todavía limitada, insuficiente,
llena de distorsiones, va avanzando. Y a nivel mundial se consiguió
instalar un Tribunal Penal Internacional.
Pero los malos tratos y la crueldad de las condiciones carcelarias, y
hasta la tortura denunciada en la represión política-
son hace mucho tiempo prácticas habituales en el combate al crimen
común, por lo menos en los países en desarrollo. En éstos,
la sociedad llega hoy día a tolerarlos, desgraciadamente, ante
la inseguri-dad creciente creada por el crimen organizado y el narcotráfico.
Por eso, la lucha por los DDHH frecuente-mente se reduce todavía
más, siendo referida solamente en la opinión pública
alimentada por ciertos medios de comunicación de masas- a lo que
se viene llamando «defensa de los derechos de los bandidos».
En realidad esa lucha fue llevada a una trampa de la que necesita-mos
liberarnos. Incluso en su sentido más restringido ella todavía
tiene mucho que caminar.
En segundo lugar se plantea un problema todavía mayor: el de los
demás derechos establecidos por la Declaración. De hecho,
en el tercer mundo y en nuestra América, tristemente- la
mayor parte de los ciudadanos y ciudadanas vive en un estado de carencia
a veces casi absoluto, hasta respecto a la alimentación, condición
básica para la vida humana. Ni de lejos se ha alcanzado la igualdad.
Por el contrario, lo que crece es la desigual-dad entre las naciones
y dentro de ellas, incluso en los países desarrollados-. Al mismo
tiempo aumenta la pobreza también en esos países y más
todavía la miseria en las periferias del mundo, como consecuencia
de una lógica excluyente y concentradora de riquezas, propia del
sistema económico que se impuso después de la caída
del mundo de Berlín.
A su vez, la guerra, que la Declaración Universal de los DDHH pretendía
que fuese desterrada para siempre, dentro de un «espíritu
de fraternidad», se banaliza y se convierte en un espectáculo
televisivo. Al multiplicarse los conflictos armados de dimensión
local pero de inte-reses internacionales, lo que aumenta es el odio. De
la desesperación ante la dominación económica y política
surge el «terrorismo». que proporciona justificaciones para
el «terror» de la fuerza bruta: con el pretexto de defender
a sus ciudadanos de acciones insanas, el actual gobierno de la nación
hoy más poderosa del mundo EEUU, país en el que, por
cierto, fue discutida y aproba-da la Declaración- arroja toneladas
de bombas sobre un país ya combatido por otro gobierno igualmente
irrespe-tuoso de los DDHH. Se alimenta así una dinámica
que puede tener un efecto exactamente inverso al declarado, empujando
al mundo hacia un desastre sin precedentes.
Y en este proceso, como en un círculo vicioso, vamos retrocediendo
hasta el punto de colocar en riesgo la propia democracia, allí
donde ella consiguió afianzarse, al volver a la propia acepción
restringida de los DDHH, que juzgábamos más consolidada:
con el pretexto de la lucha contra el terrorismo se da un recrudecimiento
del control policial y militar, de las arbitrariedades y de la ilegalidad
en el ejercicio del poder. Hasta el uso de la tortura ha sido ya claramente
admitido.
¿Qué hacer? Necesitamos abrir nuevas perspectivas.
El primer artículo de la Declaración establece que somos
todos iguales no solamente en derechos sino también en dignidad.
La lucha por el respeto a la Digni-dad Humana de todos- puede por
tanto pasar a ser una nueva forma de lucha por los DDHH en toda su amplitud.
- Una forma de hacerlo está siendo propuesta por el Consejo Nacional
de Iglesias Cristianas de Brasil, CONIC (www.conic.org.br), que ha coordinado
la brasileña «Campaña de la Fraternidad de 2000»
con el tema «Dignidad Humana y Paz». Dando continuidad a esa
campaña a través de la publicación de un Informe
anual (en el que colabora también la Comisión Brasileña
de Justicia y Paz, www.cbjp.org.br), en el que se presenta un nuevo índice:
el de la Indignación del pueblo ante los atentados a la Dignidad
Humana. Mostrará, año a año, si la indignación
está aumentando o disminuyendo frente a lo que acontece con los
DDHH en Brasil. Se parte del principio de que la Dignidad Humana sólo
será respetada en una sociedad si ésta asume esa Dignidad
como un valor básico y fundamental a ser defendido en cualquier
circunstancia; y que la banalización del irrespeto a la Dignidad
Humana lleva a la sociedad a habituarse a convivir con la injusticia.
(El cuestionario utilizado para medir el índice de indignación
es presen-tado en el Informe, así como el modo de calcularlo; su
aplicación en cualquier país, ciudad, escuela o comuni-dad,
así como el uso de los demás textos presentados en el Informe,
puede ser un buen instrumento pedagógico para la necesaria toma
de conciencia de la Dignidad Humana como valor fundamental).
- Otra forma de luchar por los DDHH es la que propo-ne el objetivo de
plena ciudadanía para todos. La Decla-ra-ción de los DDHH
es en realidad una Declaración de Ciudadanía. El ciudadano
comienza a existir cuando toma conciencia de que, al nacer, ya tiene todos
los derechos expresados en la Declaración. En ese sentido, buena
parte de nuestras poblaciones latinoamericanas está constituida
todavía por medio-ciudadanos: ni saben que tienen esos derechos.
Despertarlos para esa concien-cia es algo fundamental.
En la etapa siguiente se pasa de la conciencia de los derechos a la lucha
para que sean respetados. Ello exige organización y persistencia,
porque las élites privilegia-das que se aprovechan del irrespeto
a los DDHH se defienden hace siglos y no ven a los demás seres
humanos como sus hermanos.
El paso decisivo a la plena ciudadanía es sin embar-go lo que se
puede dar después: luchar no solamente por los propios derechos
sino por los derechos de los otros en la acepción restringida
y amplia de los DDHH-, por los derechos del hermano próximo o lejano,
por el dere-cho de tener una Tierra en la cual la Humanidad pueda efectivamente
continuar viviendo. El desafío es compro-meterse en alguna de esas
múltiples luchas por la justi-cia que se llevan a cabo por todas
partes.
- Ahora tenemos que afrontar también, a nivel mundial, en el ejercicio
de una ciudadanía planetaria, la barbarie guerrera de EEUU. Ya
hemos sido capaces de llevar a cabo las mayores manifestaciones por la
paz que el mundo ha visto, con millones de ciudadanos de decenas de países
yendo a las calles para expresar su desacuerdo con una eventual invasión
de Irak. Pero, como esta lucha planetaria por los DDHH apenas está
comenzando, la invasión se consumó poco después.
Necesitamos estar con las antenas abiertas a las propuestas y convocatorias
que corren por el mundo, ahora que tenemos la ayuda de la red, internet.
Por ejemplo, en medio del movimiento de la lucha por la paz, mucha gente
se movilizó a favor de una convoca-ción extraordinaria de
la Asamblea de la ONU, utilizando su resolución 377, que permite
tal convocación cuando el Consejo de Seguridad está bloqueado.
EEUU intensifi-có sus contactos diplomáticos e hizo incluso
amenazas para evitar esa convocación. Sabía EEUU que tal
Asam-blea lo colocaría en una situación de embarazosa y
desgastante, cualquiera que fuese la decisión que la Asamblea tomara,
si se convocaba. También en esa iniciativa la Humanidad fue perdedora.
Pero estuvimos a punto de conseguirlo. (Una buena fuente para estar al
tanto de las propuestas y convocatorias en marcha es la página
del Foro Social Mundial y sus enlaces a otras páginas y redes:
www.forumsocialmundial.org.br).
La lucha por los DDHH es por tanto una lucha perma-nente, para que todos
nuestros hermanos, en todos los países del mundo, tengan condiciones
de vida de seres realmente humanos, se realicen plenamente, en la paz
efectiva entre las personas y entre las naciones. El «otro mundo
posible» es aquel en el que la dignidad propia de todo ser humano,
de cualquier ser humano, nunca será puesta en duda y será
siempre defendida.
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