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Durante miles de años, los seres humanos soportába-mos
resignadamente el clima que nos tocaba. Ahora somos capaces de alterarlo.
En los últimos 30 años la temperatura superficial de los
mares tropicales ha aumentado 0,5 grados centígra-dos. Aguas más
calientes implican más huracanes. De hecho, en los años
sesenta hubo 8 huracanes catastrófi-cos, 14 en los setenta y 29
en los años 80.
La potencia de nuestra tecnosfera para torcerle el brazo a la biosfera
tiene muchos otros indicadores. En los últimos 100 años
el nivel del mar ha subido entre 10 y 25 cm, la masa de los glaciares
se ha reducido un 50%, el material removido por los humanos en actividades
mineras no energéticas es casi el doble del material arrastrado
por los ríos...
Sí, definitivamente, nuestra civilización es una fuer-za
planetaria. Hemos vencido. Lamentablemente, la primera víctima
de nuestra victoria somos nosotros mismos. Los científicos dicen
-y la gente corriente sabe- que nuestro modelo actual de desarrollo es
insostenible. Frente a esa convicción surge el paradigma del «desarro-llo
sostenible», que tiene tres dimensiones morales: debe satisfacer
las necesidades de la gente de hoy y las de la gente de mañana;
debe resolver el desarrollo del Sur y del Norte; y debe beneficiar tanto
a los seres humanos como al resto de los seres vivos.
La tarea de construir un desarrollo sostenible puede enfocarse de muchas
maneras. Me gustaría resaltar una en concreto: se trata de responsabilizarse
de las conse-cuencias de las propias acciones. Frank Kafka lo advirtió:
«la mayoría de los seres humanos no son malos... los humanos
se vuelven malos y culpables porque hablan y actúan sin imaginarse
el efecto de sus propias palabras y actos. Son sonámbulos, no malvados».
Sin embargo esa tarea, la de responsabilizarse de las propias acciones,
está dificultada, como señala Jorge Riechman, por varias
razones:
- El carácter crecientemente artificial de las acciones humanas
en las sociedades contemporáneas. Los niños apenas saben
que esos filetes que compraron en su supermercado proceden de un animal
vivo que debería corretear por las granjas.
- El carácter crecientemente socializado de la acción humana.
Consumimos la energía eléctrica y no sabemos de dónde
viene.
- Los efectos de nuestras acciones llegan muy lejos; en el espacio: el
CO2 de mi automóvil provoca los hura-canes tropicales; en el tiempo:
el agujero de la capa de ozono seguirá durante mucho tiempo, aunque
no utilice-mos ya aerosoles, por ejemplo.
- El enmarañamiento de las cadenas causales. El gas de los frigoríficos
estimuló el agujero de la capa de ozono.
- El anonimato disminuye la responsabilidad. El consu-midor de un perfume,
por ejemplo, no percibe que cola-bora con la multinacional que en el Sur
emplea por un pago irrisorio a miles de menores en la recolección
nocturna de la flor de jazmín.
- La discrepancia, no tan infrecuente, entre valores y conducta. En una
investigación de la Universidad Autó-noma de Madrid se pone
de manifiesto que el 63% de los encuestados piensa que utilizar el coche
privado deterio-ra el medio ambiente, pero sólo el 13% viaja siempre
en transporte público.
Estos factores dificultan la percepción de las conse-cuencias de
nuestras acciones y con ello nuestra respon-sabilización. Por otra
parte, desde mi punto de vista, en la cultura latina increpamos con frecuencia
al Estado por no hacer lo que está en su mano y nosotros no realiza-mos
lo que está en la nuestra. Y otra dificultad muy extendida entre
militantes progresistas y cristianos es pensar que la conciencia es la
llave maestra de los cambios: «una vez concienciada la sociedad,
cambia de forma natural». No es tan fácil.
Empujar el desarrollo sostenible o, lo que es lo mis-mo, responsabilizarnos
de las consecuencias de nuestras acciones, exige trabajar en las siguientes
líneas para educar en la responsabilidad social:
A) Trabajar en los 3 escalones del cambio ambiental: saber/querer/poder.
Para que yo recicle papel es necesa-rio que sepa por qué debo hacerlo,
que quiera hacerlo y que pueda hacerlo porque existan empresas reciclado-ras.
La empresas, en casi todos los ejemplos que poda-mos imaginar, son necesarias
para transformar la conciencia en prácticas sociales que transformen
la realidad. Las ONGs son buenos para concienciar, para trabajar el saber
y el querer, pero para poder practicar es fundamental el protagonismo
de las empresas.
Con frecuencia hemos olvidado a Berlott Brecht que nos recordaba que el
hombre nuevo no es sino el hom-bre viejo situado en condiciones nuevas.
Para crear condiciones nuevas, las empresas son imprescindibles.
B) La fuerza de la inercia siempre se opone al cam-bio. Vencerla exige
menguar el temor ante la incertidum-bre, ante lo desconocido. Y esa inseguridad
sólo se ven-ce eficazmente cuando hay ejemplos cercanos de cómo
se puede practicar esa nueva propuesta.
En definitiva, hagamos más, y hablemos menos. Prediquemos con el
ejemplo. Las buenas prácticas desarrolladas por personas innovadoras
anticipan los cambios, señalan los caminos que después deben
seguir las grandes mayorías.
C) Informar y formar acerca de las consecuencias de nuestras acciones,
y de nuestras omisiones. Con frecuen-cia los seres humanos no son tan
conscientes de la res-ponsabilidad que tenemos por no actuar. Y también
informar y formar acerca de las alternativas existentes. Un discurso monotemático
en denunciar lo que existe no construye esperanza, no crea cambio ambiental.
D) Hacer visibles a «los otros». Los que viven lejos, en otros
espacios, en el Sur. Hacer visibles a los seres humanos que todavía
no han nacido, pero que tienen derecho al Patrimonio Natural que nosotros
disfrutamos. En algunos Parques Naturales de Costa Rica en los años
noventa podía leerse el siguiente rótulo: «Este parque
pertenece a los muchos costarricenses que ya vivieron, a los muchos costarricenses
que vivirán mañana y a los pocos costarricenses que vivimos
hoy». Esa consciencia de «el otro que todavía no existe»,
y por tanto no vota ni nos reclama ante los tribunales, es fundamental
para construir un desarrollo sostenible.
No es infrecuente que practiquemos un «racismo» contra las
generaciones venideras. «Después de mí, el diluvio»:
no importa lo que venga después, porque yo no estaré. Construir
un desarrollo sostenible exige responsa-bilizarse de las consecuencias
que nuestras acciones tendrán el día de mañana, cuando
ya nosotros no este-mos. Esa indiferencia que mostramos hacia los hombres
y mujeres del mañana es una indiferencia si bien lo pensa-mos,
para con nuestros hijos y su descendencia. Dicho cruda pero realmente:
nos estamos comiendo el patrimo-nio de nuestros hijos. Quizás debería
crearse una nueva figura en los países democrá-ticos: «el
defensor de las generaciones venideras», que son, por cierto, las
que están más indefensas ante nuestros atropellos.
Y finalmente, pensar en el OTRO es pensar también en los otros
seres vivos. Durante miles de años nos dedicamos a administrar
la vida; ahora, como si fuéra-mos Dios, extinguimos especies enteras,
y las hacemos desaparecer para siempre de la faz de la tierra. Todavía
más: «creamos» seres que no existían, animales
nuevos, por ejemplo.
E) Usar todas las herramientas para construir el desarrollo sostenible.
A saber: la voz, tenemos que hablar, que construir otros sueños,
que denunciar adonde conducen los que con frecuencia son hegemónicos.
El voto. Mucha gente desprecia esa palanca porque no es la solución,
pero en la vida real no hay prácticas milagro-sas curalotodo. En
la vida real hay iniciativas que nos acercan más o menos a nuestro
objetivo. No poseemos muchas palancas de cambio, no podemos cometer la
frivolidad de despreciar las que tenemos. Y, finalmente, el VETO económico.
En una sociedad de mercado, desde nuestro papel como compradores, ahorradores
e inverso-res, que ejercemos a diario, podemos cambiar con gran rapidez
el sistema productivo. Sólo hay un problema: que creamos que tenemos
ese poder y lo ejerzamos. Dejamos de utilizar la palanca de cambio más
efectiva: nuestro dinero. Pongá-moslo a trabajar por el cambio
social y ambiental a través del «consumo responsable»
(cfr pág. xxx), las compras públicas verdes, la inversión
social-mente responsable...
El nuevo paradigma del «desarrollo sostenible» se funda en
los preceptos de los antiguos filósofos. Kant ya advertía
que hay que descartar como inmoralmente correctas aquellas prácticas
sociales que son inviables si se generalizan. Por ejemplo, la dieta estadounidense,
que equivale al consumo de 800 Kg. de cereales al año, no se puede
universalizar, el planeta no tiene capacidad para aportar 800 Kg. de cereal
al año para cada ser humano de este planeta. Pero sí sería
universalizable la dieta hindú (200 Kg) o la mediterrá-nea
(400 Kg).
Y, también. el desarrollo sostenible está emparenta-do con
los preceptos más relevantes de las religiones más seguidas
del planeta. Ama a tu prójimo como a ti mismo decía
Jesucristo. No hagas a los demás lo que no quieres que te
hagan: Confucio. No hagas a otro lo que a ti te resultaría
repugnante: Mahabharata.
¿Dónde está la novedad que introduce el nuevo paradigma
del desarrollo sostenible? En que ahora el prójimo ya no es sólo
mi vecino «próximo». Mi prójimo es también
el que vive en mis antípodas, el que vivirá el siglo próximo,
o el resto de los seres vivos. Con el desarrollo sostenible, de alguna
forma, se amplía el sentido del prójimo. Seamos pues «sostenibles»,
cuidemos al «prójimo».
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