Otra teoría económica es posible

Theotonio dos Santos

Universidad Fluminense, Brasil

   
 

Desde la década de los 60, la teoría de la dependen-cia produjo una gran cantidad de trabajos que demostra-ban los límites del desarrollo basado en la inversión extranjera directa. Como siempre, en vez de examinar las evidencias empíricas y los sólidos argumentos teóricos desarrollados por nosotros, los economistas oficiales han preferido recurrir a la descalificación. La principal es la de acusar de «políticas» nuestras conclusiones. Las de ellos sí son ¡científicas! Para ellos es científico lo que defiende el orden vigente. Terrible camino para la ciencia: el de convertirse no en fuerza crítica y revolucionaria, sino en defensora del orden injusto existente.
Pero el tiempo pasa y los hechos se hacen cada vez más obvios. Las tesis del «pensamiento único» convirtieron el capital mundial en el demiurgo del crecimiento económico, sobretodo de las economías atrasadas que no tienen, según ellos, ahorro interno y necesitan apoyarse en el ahorro internacional. Según sus tesis, el capital internacional sería fuente de transferencia de tecnología, además de asegurar, a través de la integración financiera internacional, la baja del costo del capital debido a la mejor distribución del riesgo. Sin hablar de los efectos indirectos, tales como la promoción de la especialización, la inducción de mejores políticas y la mejor orientación de la asignación de los recursos.
Desde los años 60 hemos demostrado que los hechos dicen exactamente lo contrario. La entrada de capitales busca tasas de ganancias más altas y terminan por enviar al exterior remesas de ganancias superiores a las entradas. Además demostramos que la balanza de pagos de nuestra región era necesariamente negativa debido al pago de los servicios del capital y los servicios técnicos, los fletes y otros items negativos de nuestra balanza.
Esta situación perversa era y es promovida por la aceptación de la condición de dependencia en la economía mundial, caracterizada por una posición negativa en la división internacional del trabajo (especialización en los productos de más bajo valor agregado y altamente especializados, sin economías externas), la sumisión a los servicios internacionales que raramente ofrecemos, la aceptación de tasas de interés impuestas desde el exterior en condiciones extremadamente negativas, la concentración del ingreso y la superexplotación del trabajo como condiciones para generar superganancias capaces de compensar la situación de clases dominantes dominadas que caracteriza a nuestra élite.
Si no somos capaces de examinar la especificidad de esta situación de dependencia y las leyes que las rigen no podemos producir ninguna teoría relevante para la comprensión de los fenómenos económicos que caracterizan nuestras economías. La fuerte evidencia de estos datos y de los razonamientos que los explicaban no fue jamás examinada en serio por los técnicos del FMI y sólo muy ligeramente por los de las otras organizaciones internacionales, excepto la CEPAL y la UNCTAD, que estuvieron influenciadas por el pensamiento de Raúl Prebisch que se aproximó a la teoría de la dependencia en el final de su vida.
La fuerte e indiscriminada apertura de América Latina para el capital internacional en las décadas de los 70, 80 y 90 tuvo como resultado el agravamiento de todos los problemas ligados al subdesarrollo de la región. Todas las instituciones internacionales tienen que reconocer hoy día que en este período no hubo casi ningún crecimiento económico en la región -si lo medimos por la renta per cápita-, se agravó dramáticamente la deuda externa de la región a pesar de la cantidad gigantesca de pagos de servicio de la deuda, se retrasó el avance tec-nológico y científico y la capacidad de generar conocimiento propio, se mantuvieron las condiciones desfavorables de educación y sociales en general, expresadas en los índices de desarrollo humano, en los cuales la región ocupa las posiciones más negativas, solo superadas por algunos países de África y Asia.
Para responder a la evidencia de nuestras críticas, muchos autores tomaron el crecimiento económico de los llamados «tigres asiáticos» como demostración de la posibilidad de superar la dependencia y el subdesarrollo sin necesidad de transformaciones estructurales.
No es aquí el lugar para discutir esta cuestión pero después de la llamada crisis asiática de 1997 estos argu-mentos bajaron de tono, a pesar de la necesidad de confrontar las diferencias de la colonización asiática y la nuestra, y sobretodo el rol de las reformas agrarias asiáticas y el debilitamiento de sus oligarquías después de la Segunda Guerra Mundial.
Pero lo interesante es constatar la fuerza de la evidencia de los hechos, que ha obligado al Banco Mundial y al FMI, bajo violentas críticas a la irrelevancia y fracaso de sus análisis económicos y de sus políticas econó-micas, a buscar un camino de investigación que tome en cuenta las dificultades en que se encuentran los países que siguieron y siguen su recetario.
Muchos han sido los estudios recientes que buscan definir los límites de la globalización, analizando sobretodo lo que ellos llaman volatilidad financiera, la pobreza y la cuestión del crecimiento económico que había desaparecido de sus documentos desde los años 80.
No es ésta la ocasión de resumir todos estos textos por los límites de espacio que disponemos. Quiero concentrarme en el último de ellos. Trátase de un informe terminado en el mes de marzo pasado con el interesante título de «Effects of Financial Globalization on Developing Countries: Some Empirical Evidences», preparado por Eswar Prasad, Keneth Rogoff, Shang-Jin Wei and M. Ayhan Kose y fechado el 17 de marzo de 2003.
A pesar de la total ignorancia de los autores de la vasta bibliografía de la teoría de la dependencia y aún de los neoestructuralistas sobre el tema, su trabajo maneja casi toda la literatura de su secta teórica financiada por el FMI y el BM que disponen de los datos originales enviados por los gobiernos para estas institucio-nes. Aún así el tratamiento que dan a estos datos es extremadamente limitado, desconociendo los fenómenos principales que rigen el funcionamiento de nuestras economías.
A pesar de esto, los datos con que trabajan y el clima de tensión en que viven estas organizaciones los obliga a ser más honestos con las evidencias empíricas que manejan. Sus conclusiones son extremadamente chocantes para el ambiente de terror ideológico que manejaron estas instituciones condenando al limbo científico cualquier negación de sus formalizaciones «teóricas».
El documento busca responder a algunas cuestiones centrales que podemos resumir en los siguientes puntos.
Primero: ¿La globalización promueve crecimiento económico en los países en desarrollo? La respuesta es claramente negativa. «Si la integración financiera (que los autores identifican con la globalización) tiene un efecto positivo sobre el crecimiento, no existe aún ninguna prueba empírica clara y robusta de que este efecto es cuantitativamente significativo».
Segundo: ¿Cuál es el impacto de la volatilidad macroeconómica en estos países? La respuesta es también muy taxativa: «La integración financiera internacional debería en principio ayudar también a los países a disminuir su volatilidad macroeconómica. Las evidencias disponibles sugieren (sic) que los países en desarrollo no lograron alcanzar completamente este beneficio potencial. En realidad, el proceso de liberalización de la cuenta de capital parece haber sido acompañada en algunos casos por una creciente vulnerabilidad a las crisis».
En tercer lugar viene una pregunta que difícilmente puede ser respondida con el aparato conceptual de los investigadores del FMI: ¿Qué factores pueden ayudar a beneficiarse de la globalización financiera? Aquí las cosas resultan complicadas, pero a pesar de todo nuestros autores deciden enfrentarlas. Veamos sus conclusiones:
«La evidencia presentada sugiere que debemos acercarnos a la integración financiera con cautela, con buenas instituciones y marcos macroeconómicos adecuados. La revisión de la evidencia disponible no nos entrega, sin embargo, un mapa claro del camino óptimo y de una secuencia integradora. Por ejemplo, hay una tensión irresoluta entre tener buenas instituciones antes de iniciar la liberación del mercado de capitales y la noción de que esta liberalización puede, por sí misma, ayudar a importar mejores prácticas y provocar un ímpetu para mejorar las instituciones domésticas. Tales cuestiones pueden ser mejor encaminadas solamente en el contexto de las circunstancias específicas y las características institucionales de cada país».
Además de la tautología que representa descubrir que los países más desarrollados son los que más pueden desarrollarse y aprovechar las ventajas internacionales, estas conclusiones nos conducen a una visión histórica concreta que la ciencia económica neoclásica y neoliberal en particular no conoce para nada.
De cualquier forma, estamos frente a un reconoci-miento honesto del fracaso de una teoría y una política. Ciertamente los autores no llegan a tanto. Para ellos, la teoría no puede estar errada pues fue la única que aprendieron en las escuelas en que estudiaron. Hay que buscar algún camino para romper la confusión en que se metieron. Hay que fortalecer las instituciones financieras internas para poder captar mejor las ventajas de la globalización financiera que la teoría dice ser lo mejor.
Los lectores conocen estas reacciones. Ningún filósofo escolástico del Renacimiento creyó necesario revisar profundamente sus teorías para ajustarse a su época. Ningún escolástico moderno puede creer que hay que cuestionar sus teorías para poder hacer avanzar la economía contemporánea...

   
   


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