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Consumo responsable
Sin pan, sin vestido, sin casa, sin trabajo, sin cultura
nadie puede
vivir en dignidad humana. Necesitamos consumir para vivir. La ideología
liberal-capitalista dominante invierte los términos: vivir para
consumir. El tener sobre el ser. El egoísmo sobre el amor. Las
cosas sobre las personas. El consumir sobre el vivir.
Frente al consumo compulsivo (consumir por consumir, para sentirse vivo),
el consumo responsable para vivir digna y solidariamente con todos y con
todo.
+ Consumir menos para compartir más. En nuestro programa de consumo
nunca puede faltar la situación de los que no pueden consumir ni
lo imprescindible para vivir. Esto nos llevará a hacer realidad,
a encarnar nuestro «deber de ayudar con lo propio superfluo
y, a veces, incluso con lo propio necesario para dar al pobre
lo indispensable para vivir». Entendiendo bien que lo superfluo
no es lo que nos sobra después de tenerlo todo; eso superfluo no
existe: siempre necesitamos más si hemos apostado por un estilo
de vida consumista. Lo superfluo es todo lo que no nos hace falta una
vez cubiertas las necesidades básicas. Entonces sólo queda
lo necesario, que también se está dispuesto a compartir.
+ Consumir con la naturaleza. Sólo aquello que no la daña,
que no abusa de ella, que no la destruye. Lo que daña a la naturaleza
nos daña a nosotros como seres vivos que formamos parte de esa
naturaleza. Un consu-mo que respete los bosques, el aire, el agua, la
capa de ozono, la biosfera
Evitar toda clase de productos que violen
a la madre naturaleza. Aunque no fuera más que por puro egoísmo:
«Dios perdona siempre; el ser humano, algunas veces; la naturaleza,
nunca», como dice la sabiduría popular.
+ Consumir selectivamente. Es necesario informarse, mirar las etiquetas
y marcas, conocerlas. Como criterio general podría servir éste:
no consumir nunca productos de transnacionales o nacionales que no respetan
la naturaleza, que contaminen el ambiente, que malpagan las materias primas,
que pagan salarios de hambre a los obreros del tercer y cuarto mundos,
que sangran a los países más empobrecidos y no invierten
en ellos
Sirvan algunos ejemplos. Michael Jordan, el jugador de baloncesto, recibía
al año 20 millones de dólares por hacer publicidad de la
marca NIKE. Esos 20 millones son una cifra muy superior a la suma total
de los sueldos que, durante un año, cobran los miles de indonesios
-muchos de ellos niños- que trabajan para Nike.
NESTLÉ reclamó a Etiopía seis millones de dólares
como indemnización por la nacionalización, en 1975, de una
empresa Nestlé por parte del gobierno. Etiopía es uno de
los países con más hambre. La suma reclamada le supone a
Nestlé el 0,007% de sus ingresos anuales. Una auténtica
miseria para la marca, y algo vital para Etio-pía. Y más
grave si cabe: el gobierno etíope se tuvo que declarar dispuesto
a pagar porque llevar colgado el cartel de moroso le cierra los préstamos
de los organis-mos internacionales y provoca la huida de cualquier inversor
extranjero. ¡Cómo se ayudan los grandes de este mundo! La
facturación anual de Nestlé es 13 veces superior al producto
nacional bruto de Etiopía
La empresa KRAFT, propietaria de SAIMAZA, obtiene grandes beneficios de
sus marcas de café, mientras paga a los pequeños productores
tan poco, que muchas familias no pueden hacer frente a las necesidades
básicas. Es una injusticia que cuatro grandes transnacionales
controlen el mercado del café. Es injusto que sean cada vez más
y más ricas a costa de nuestra hambre y miseria. Pero, eso
sí, Kraft ha presentado su balance econó-mico anual que
el último año ha reflejado un incremento de beneficios del
80% .
La lista se puede alargar. Muchas de las marcas más famosas están
fabricadas con salarios de auténtica miseria en el Tercer y Cuarto
Mundo. Se trata, por tanto de consumir productos y marcas de los que sepamos
a ciencia cierta que no son producto de tanta injusticia.
Comercio justo
El actual funcionamiento del comercio internacional es una de las
causas estructurales del empobrecimiento de muchos países del Sur.
El llamado comercio justo es, no la solución, pero sí una
forma de implicarse en una práctica eficaz de solidaridad con los
pueblos del Sur que ataca esta causa. Es, además, una práctica
en la que todos estamos implicados. (Francisco Porcar).
Comercio justo se opone a comercio libre. Parten de filosofías
diametralmente opuestas. Una filosofía del compartir, de la justicia,
de los derechos de los pobres
frente a una filosofía del
negocio, del acaparar, de la marginación de los pobres, del enriquecimiento
de los ya enriquecidos
Estas filosofías llevan consigo actitudes
y objetivos distintos.
El comercio libre persigue el aumento de ganancias en las manos de los
ya dueños del dinero. Persigue mantener y aumentar el nivel de
bienestar y consumo, a costa de otros, de los que vivimos en los países
enriquecidos. Multiplica los productos, cada vez más innecesarios
de cara a una vida sanamente humana y solidaria. Cada vez tenemos más
cacharros inútiles y sobrantes.
El comercio justo se centra en las personas y en su dignidad. Su objetivo
no es el enriquecimiento de los ricos y el mayor consumo de los que ya
consumimos demasiado, sino que pretende que vivan en dignidad las personas
que producen con su trabajo aquello que consumimos los que tenemos dinero.
Para ello, el comercio justo elimina los intermediarios abusivos entre
productor y consumidor, Los productores reciben un salario justo que les
permita vivir dignamente y son los primeros beneficiados, aunque a los
consumidores nos cueste un poco más, porque los productos no son
tan masivos, pero sí más naturales.
Vayamos a los ejemplos. Con una hora de trabajo un obrero español
puede comprar 4 kgs. de pan; un trabaja-dor nigeriano podrá comprar
300 gramos de pan. Es consecuencia del comercio libre: paga poco al obrero
de Nigeria, pero, por lo que él produce, en el Primer Mundo se
paga un precio elevado. De cada euro que paga el español en la
tienda por el café, el nicaragüense con su familia recibe
un 5% aproximadamente. Y es que el precio de ese café ha sido fijado
en la Bolsa de Nueva York. Y ahí el campesino nicaragüense
o nigeriano o brasileño no es que importen demasiado.
El comercio libre lleva a los países a consecuencias como éstas:
países con problemas de alimentación y de hambre exportan
gran parte de su producción agrícola. Malasia, el 73%; Gambia,
el 60%; Sri Lanka, el 57%; Kenia, el 46%
La agricultura de muchos
países del Sur está orientada a producir para exportar a
los países del Norte. Para que el Norte consumir hasta de manera
exótica. Ni los grandes terratenientes, ni las grandes transnacionales
producen para erradicar hambres y pobrezas, sino que producen explotando
y venden ganando y ganando y ganando.
El mercado y el comercio justos lo impulsan diversas ONG y comunidades
religiosas que compran directamente los productos a cooperativas de trabajadores
o a cooperativas creadas por esas mismas organizaciones y los comercializan
sin intermediarios, pagando un precio justo a los trabajadores. Nació
en Holanda en 1969. Actualmente está presente ya en muchos países.
En Europa hay ya alrededor de 10.000 tiendas de comercio justo, que suelen
presentarse como «tiendas solidarias».
Planteadas así las cosas, no es extraño que nos cuesten
un poco más los productos del comercio justo. Pero sabemos por
qué y para qué. Esta propuesta sólo se puede aceptar
desde la generosidad y desde la filosofía a la que
hemos hecho referencia. Porque sabemos que hacemos algo importante: el
intercambio con los empobrecidos de este sistema no es de donativos coyunturales
(aunque todavía necesarios), sino de solidaridad innovadora, de
intercambio más justo. Pagamos lo que debemos pagar para que cobre
y viva dignamente quien debe cobrar y tiene derecho a vivir con dignidad.
Juntos, coordinados, unidos
Necesitamos comunicarnos entre nosotros. Boca a boca, calle a calle, grupo
a grupo... Ampliar esta comunicación interpersonal con el contacto
y unión a organizaciones populares de base, a iniciativas de escuelas,
de universidades, de sindicatos, de vecinos, de comunidades religiosas
Emplear los medios masivos de comunicación, en la medida que podamos,
y los medios nuestros, por muy sencillos que sean.
Boicotear directamente, en nuestra acción personal y familiar y
haciendo tomar conciencia de ello a todos los consumidores, todas las
marcas y productos que con toda seguridad sepamos que están en
la órbita del imperialismo comercial del mercado. Unirnos a campañas
con este objetivo o crearlas nosotros allí donde vivimos. Proclamando
nombres concretos. Todos los consumidores hemos de tomar conciencia de
que este tema nos afecta y de que nuestro esfuerzo, unión y compromiso
no serán en vano. Nestlé, en el asunto que hemos citado,
rectificó en parte por la presión de determinadas ONGs.
Esto podemos hacer los consumidores. Para ello, hemos de convertir nuestro
necesario consumo en un medio de hacer frente al poderoso mercado libre
e imperialista. No nos pide un esfuerzo añadido. Sí nos
pide ser coherentes con lo que sabemos y pensamos y ser éticos
en nuestra actuación personal y familiar. Sí nos pide dedicar
un poco de tiempo a seleccionar los productos que compramos. Sí
nos pide superar la tentación tan frecuente de que como la mayoría
no lo hace, no va a servir de nada, las grandes compañías
no lo van a notar. Sí que lo van a notar, aunque no sea todo lo
que querríamos. ¿Por qué no pensar que la extensión
de acciones así es posible y que llegará el día en
que millones de personas frenemos el enriquecimiento indecente de los
que ya nadan en la abundancia?
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