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Al inicio del milenio África parece mostrarnos lo
peor: hambruna, destrucción ecológica en el campo, miseria
en las ciudades, sida y otras epidemias, avaricia y corrupción
de las élites, tiranía, inseguridad... Lo peor.
¿Qué pasaría en cambio si África nos diera
lo mejor de sus posibilidades? ¿Qué pasaría si mostrara
la cara de una de sus aldeas cuando goza de paz? Allí toda persona
es saludada y reconocida en su dignidad. Los conflictos que existen son
resueltos y la armonía restaurada mediante el diálogo público,
el consenso, y la reconciliación. La juventud desborda de energía
y los ancianos son respetados como fuentes de sabiduría y de tradición.
La fe religiosa es central en la vida pero sus diferentes tradiciones
conviven en el respeto mutuo.
Lo que más urge en África es una cultura de paz.
Ya existe esa cultura. Al nivel de la familia extendida y del pequeño
poblado se busca resolver públicamente los conflictos mediante
cuentos, proverbios y parábolas. Se logra por la expresión
pública de la verdad y por un consenso que toma en cuenta a todos
y no humilla a nadie. En septiembre del 2002 tuvo lugar en Sudáfrica
la cumbre interconfesional por la paz. Los delegados mani-festaron la
opción de emplear los medios africanos tradicionales para resolver
los conflictos, relajar las tensiones entre los partidos y vivir una coexistencia
pacífica y armoniosa. El método actual, modelo importado,
no está funcionando. ¿Por qué no ponen en práctica
la cultura africana?
La idea es buena, incluso imprescindible. Sin embargo sería un
espejismo si no confrontara el contexto de esos conflictos. La guerra
y el desorden son la culminación de la triste letanía
de problemas del África moderna: pobreza creciente, urbanización,
comercio de armas, refugiados y desplazados, problemas demográficos,
condición de la mujer, el sida, la calidad de las escuelas, el
saqueo de los recursos naturales, el medio ambiente, las divisiones étnicas,
la violación de los derechos humanos, la tiranía, la anarquía.
Algunos de estos problemas disminuirían si el mundo exterior aplicara
sin tardar algunas medidas. Por ejemplo, el tráfico de armas:
al final del siglo XIX las potencias europeas, ocupadas en consolidar
su dominio, prohibieron la venta de armas modernas a los «indígenas
africanos». Ahora en cambio Occidente impulsa una trata de armas
que martiriza al Continente. Por acuerdo africano e internacional debe
ser eliminada. Los que venden armas tendrían que vender medicinas
y libros.
Ya basta de explotación de los recursos del África pobre
por países que ya son muy ricos. Que Occidente acepte que los beneficios
del petróleo, diamantes y otros recursos deben quedarse en África.
No es imposible. Un consenso internacional pudo lidiar con la venta de
marfil. Una comisión internacional e interafricana podría
monitorear los contratos hechos al respecto utilizando la presión
moral de los medios de comunicación.
La deuda internacional de muchos países puede ser sencillamente
cancelada.
África ha sido muy mal servida por sus líderes. Es la tradición
de los big men. Colaboraron con los esclavistas portugueses, suahili,
ingleses, y estadounidenses. Dieron su apoyo al saqueo del río
Congo por el Rey Leopoldo. Posibilitaron al gobierno indirecto de las
colonias europeas y aprovecharon de las divisiones tribales que implicó.
Lucharon por el poder después de la independencia para luego enriquecerse
canalizando los recursos de África al extranjero y el erario público
a sus cuentas personales en Europa.
África, sin embargo, tiene una riqueza excepcional de talento
político. ¿Quién no se ha asombrado por la elocuencia
de su discurso o la sabiduría de sus consensos? El África
alternativa no surgirá si una nueva generación no
se pone de pie y si no resiste las seducciones del poder. En la lucha
por la independencia y por derrocar el apartheid se dieron enormes sacrificios
desinteresados. Ahora el Continente necesita de nuevo ese tipo de héroes.
Es a los jóvenes africanos a quien toca decidir.
Esa decisión supone una educación renovada. Tarea
posible a causa del gran anhelo de educación que tiene la juventud.
Tarea delicada porque fracasaría sin una buena infusión
de nuevos valores y métodos. El estudiante típico viene
en búsqueda de formación literaria, técnica o científica,
como un encanto mágico para posibilitar su éxito económico
personal. No le importa si esa formación escolar tiene relación
o no con las necesidades de su entorno. Todo lo contrario. Muchos sueñan
con estudiar en los países ricos o con instalarse allí.
¿Quién les culpará? Sin embargo, los tiempos requieren
más valor, más compromiso. Para responder se pide una educación
de valores y respeto de la realidad local.
El Padre Odilo Coujil informa desde Mozambique de un programa que intenta
responder a este problema. «Nos habíamos dado cuenta de que
la ideología había destruido la noción tradicional
y cristiana de la persona, su dignidad. Nadie hablaba de valores. Como
sabíamos que éstos se transmiten a través de las
tradiciones, comenzamos lo que llamábamos 'retiros de iniciación',
unos encuentros de una semana a los que acudían muchos chicos y
chicas para llevar a cabo su iniciación en las tradiciones, el
cristianismo y la modernidad
Fue una experiencia enriquecedora que
todavía se mantiene en nuestros días y da lugar a ejemplares
testimonios de vida cristiana en el mundo de hoy». Vislumbramos
ahí el tipo de iniciativa educativa que puede desarrollarse recargándose
en el genio africano de educación y yendo al encuentro de la fe
y de la modernidad. He ahí una visión alternativa.
Esta educación a base de la realidad africana es necesaria también
para rescatar el medio ambiente africano. Muchos preguntarán:
¿por qué pedir eso a los pobres que batallan para sobrevivir
ellos mismos? ¿Van a preocuparse por la desaparición de
bellos paisajes y animales salvajes? Sin embargo porque viven en las zonas
más desprotegidas son los pobres quienes más sufren por
la degradación de las fuentes de agua, la pérdida del suelo
cultivable, la contaminación del aire. En Sudáfrica, por
ejemplo, el 90% de la tierra es vulnerable a la degradación, y
ese proceso irreversible ya está empezando en la cuarta parte de
los distritos del país.
En África la radio, los periódicos y la televisión
no merecen siempre credibilidad. En muchos casos son instrumentos de los
valores de la globalización y de los países del norte. En
otros son portavoces de regímenes autoritarios o corruptos sin
integridad moral. La defensa y promoción de los valores de la vida
necesitan medios constituidos a favor de la gente, periódicos y
revistas, sitios y emisoras, arte y música, voces auténticamente
africanas comprometidas con la verdad. África ya cuenta con muchos
periodistas profesionales y muy valientes que han empezado esta tarea.
La colaboración de gobiernos de buena voluntad y de ONGs puede
crear una nueva ética de comunicación al servicio del bien
común. En efecto el proble-ma de los medios al servicio de la mentira
o del consumismo es muy grave en todo el mundo. Porque sus medios son
más nuevos, flexibles y jóvenes, África puede mostrar
al mundo una visión moral de los medios masivos.
Las instituciones religiosas son a veces las únicas en funcionar
y tener credibilidad en zonas sumidas casi en la anarquía. Esto
conlleva una responsabilidad muy grave. Muchos tratarán de explotar
«divisiones religiosas» para fines políticos. El proceso
ya se inició en Sudán y Nigeria. El verdadero sentido religioso
africano no va por ahí. Para muchos musulmanes y cristianos del
África su religión es una opción personal de esta
generación o la anterior. Un católico puede tener un hermano
musulmán y una hermana protestante. Los que no han hecho la misma
decisión que él no son descalificados. África ya
contiene ejemplos contundentes de una convivencia de confianza entre musulmanes
y cristianos, y ha avanzado mucho en la colaboración cordial entre
protestantes y católicos en los lugares donde antes había
tensiones. Soñamos en que África dé al mundo una
gran sorpresa. Sus guías religiosos se pondrán de pie en
nombre de su fe común en el Dios único y en nombre de su
identidad africana. Dirán: «Somos africanos. Somos especialistas
del respeto de la persona y de la reconciliación. No queremos importar
del Medio Oriente y de Occidente problemas que no nos corresponden. Nuestra
espiritualidad está al servicio de la Vida y de la Unidad, no de
la muerte y la dominación. No es nuestro estilo humillar a los
que no comparten nuestra fe. Siguen siendo seres humanos y nuestros hermanos
africanos».
Si África tiene derecho de soñar, lo podemos hacer
también en su nombre:
Veo el día en que África regresará a la casa de la
paz por la cultura de la paz, la justicia y la reconciliación.
Entonces habrá una celebración. La música de África
sonará con armonías desarrolladas en sus aldeas por sus
danzantes tradicionales y sus coros religiosos. La muchedumbre, bañada
en una alegría triunfante, se moverá al unísono al
compás de sus tambores. En sus idiomas ancestrales y recién
prestados y transformados, sus poetas celebrarán el gozo de vivir
y el don de la paz, la gloria de la vida y la bondad del Creador. De su
dispersión americana, caribeña y europea vendrán
sus artistas negros y sus futbolistas, reconciliados con su continente
ancestral, orgullosos de su alegría y creatividad, solidarios con
sus luchas y celebrando sus triunfos. Las imágenes televisoras
y los sitios del internet ya no anunciarán a África como
tierra de hambre, de terror y de desesperación, sino como cuna
y esperanza de la Humanidad, tierra de canto y celebración, de
convivencia y creatividad, de fe y de reconciliación.
Mungu ibariki Afrika.
¡Qué Dios bendiga África!
En ti todas las naciones se bendecirán.
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