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El siglo tiene 3 anos. Es poco, pero los acontecimientos
ya permiten prever los rumbos que el siglo va a tomar tanto en la sociedad
como en las Iglesias. El porvenir es más previsible en la sociedad
humana total que en las Iglesias, pero algo se puede imaginar también
en cuanto a ellas.
El gran acontecimiento que está dibujando el juego entre las naciones
en el siglo XXI, fue la guerra de Irak. Este acontecimiento tiene efectos
decisivos en la geopolítica, en la economía mundial y en
la evolución cultural de la humanidad.
Primero veamos el nivel geopolítico. En primer lugar la
guerra de Irak fue la primera aplicación, y, por lo tanto, la confirmación
en los hechos, de la nueva doctrina estadounidense. Hasta 2002, oficialmente,
Estados Unidos no había reemplazado la doctrina Truman por otra
doctrina geopolítica. La doctrina Truman, definida en 1947, daba
como meta a la política americana la contención (el containment)
del comunismo. Es decir: tenía por prioridad impedir cualquier
expansión del comunismo más allá de las fronteras
establecidas de hecho en 1947. La doctrina Truman legitimó la guerra
de Corea e innumerables intervenciones militares en todos los continentes.
Con la disolución de la Unión soviética, el comunismo
dejó de ser una amenaza grave, y ni siquiera Corea del Norte molesta
mucho los planos imperiales de Estados Unidos.
En septiembre de 2002, en diversas manifestaciones, el presidente Bush
anunció una nueva doctrina geopolítica. Ésta afirma
la necesidad de «guerras preventivas» contra cualquier amenaza
posible, no sólo real, sino posible al liderazgo mundial de Estados
Unidos. No se trata de responder a una agresión, sino de hacerla
imposible. Estados Unidos no podrá tolerar la formación
de ninguna potencia que pueda amenazar su predominio. Fue la proclamación
oficial del imperialismo norteamericano para que nadie tuviera dudas.
La guerra de Irak mostró que la doctrina sería aplicada.
Fue un mensaje dirigido a todas las naciones del mundo.
En esta forma, Estados Unidos promete garantizar la paz mundial. Como
todos los imperios, el imperio estadounidense se legitima por la promesa
de una paz mundial, permanente y universal. En América Latina la
conquista de las tierras de los indígenas se justificó siempre
por la pacificación: la misma conquista era acto de
pacificación, según la ideología imperial de los
conquistadores.
En Irak, Estados Unidos vino a traer la paz, aunque que esta paz no sea
aceptada por la mayoría de sus habitantes. Es una advertencia dirigida
a los pueblos árabes o musulmanes en general. Los primeros destinatarios
son Siria, Irán, Pakistán, pero también los pueblos
de Arabia Saudita o de Egipto.
Ocupando militarmente Afganistán e Irak, contando con una docena
de bases militares en la región, Estados Unidos puede controlar
todo el Medio Oriente y Asia central. Podrá instalar gobiernos
vasallos en la mayoría de las repúblicas de la región
e intimidar a los demás.
Por supuesto, los pueblos de la región no aceptarán tan
fácilmente esta situación de dependencia, y Estados Unidos
va a tener que ejercer una represión permanente en todo su imperio,
lo que hará manifiesta la contradicción entre el imperialismo
y la democracia. La principal oposición vendrá del pueblo
del mismo Estados Unidos.
La guerra de Irak cambia los equilibrios económicos mundiales
y crea más bien un desequilibrio radical. Con la conquista de Afganistán
e Estados Unidos es dueño de casi todo el petróleo del mundo.
Ya había conquistado las reservas petroleras de África,
en Angola, Gabón, Nigeria, Guinea. Ahora domina todo el Medio Oriente
y Asia central, o sea, las antiguas repúblicas asiáticas
de la Unión Soviética.
Con esta conquista del petróleo consta que la gran vencida de la
guerra de Irak es Europa. Europa está eliminada del petróleo
y va a depender económicamente de Estados Unidos. Algunos gobiernos
europeos estaban conscientes de lo que estaba en juego, y, por eso, trataron
de evitar la guerra. No lo consiguieron. La conclusión es que Europa
perdió el acceso al petróleo del Medio Oriente después
de haber perdido en Afganistán el acceso a Asia central. Dejó
de ser una amenaza posible al dominio económico de Estados Unidos.
El nivel cultural es más importante para nosotros. En efecto
la guerra de Irak ha profundizado la oposición entre dos culturas,
la cultura occidental y la cultura musulmana. Y en esta oposición
cultural el elemento más importante es la religión. De parte
del gobierno estadounidense está claro que se trata de una posición
religiosa: los actuales dirigentes de Estados Unidos tienen alma de cruzados
y se consideran los representantes de Dios en su lucha contra el «eje
del mal». Una parte del pueblo estadounidense es secularizada y
no cree en las cruzadas. Los pueblos europeos son mucho más secularizados
y no pueden siquiera entender una cruzada. Sin embargo, la situación
objetiva es ésa, aunque los pueblos occidentales sean inconscientes
de que son vistos como pueblos cristianos. En la mente de los musulmanes
está claro que se trata de una guerra de religión, una nueva
cruzada, una nueva invasión del Islam por el Occidente cristiano.
Esta situación va a incomodar a las Iglesias cristianas que no
se reconocen en el gobierno de Estados Unidos. En adelante ellas van a
tener cada vez más dificultad para dar a entender a los musulmanes
que no apoyan esa cruzada. Los pueblos juzgan por lo que es inmediatamente
visible y obvio, y no hacen matices. El diálogo entre cristianos
y musulmanes será más difícil. Los cristianos que
viven en medio de pueblos islámicos van a ser más perseguidos,
y en las naciones occidentales los musulmanes serán tratados más
y más como sospechosos, por su solidaridad con los pueblos musulmanes
que protestan contra la dominación del imperio. Entramos en una
dialéctica de creciente oposición. Será un gran reto:
¿cómo rehacer lazos de amistad y aceptación recíproca
entre cristianos y musulmanes?
América Latina
América Latina se pregunta: ¿cuál será su
lugar en la nueva configuración imperial? ¿Cuál es
el lugar que le reserva Estados Unidos? ¿Cuál es el lugar
que va a aceptar? Estados Unidos tiene un plan: el ALCA. ¿Hasta
qué punto van a obligar a los gobiernos latinoamericanos a aceptar
ese plan? Es lo que veremos en breve.
En 2003, aparecieron algunas señales de cambio en la política
de las naciones de América Latina. En primer lugar se dio el inicio
del gobierno de Lula en Brasil. ¿Hasta qué punto Lula logrará
limitar las ambiciones de Estados Unidos? Todavía no está
claro. El nuevo gobierno argentino entra en un movimiento de resistencia
antineoliberal, después de 12 años de capitulación
que llevaron el país a un estado de miseria inconcebible. Chávez
se mantiene en Venezuela. Gutiérrez asumió el gobierno de
Ecuador con grandes esperanzas por parte de los indígenas, aunque
ha entrado en el mismo camino de la prudencia de Lula, evitando provocar
al león.
Oficialmente el FMI cambió: reconoció algunos errores y
admitió que los resultados de sus políticas no son lo que
esperaba. En la práctica continúa insistiendo en lo mismo.
Dice que el reto es luchar contra la pobreza y la desigualdad. Pero en
la práctica continúa imponiendo políticas que engendran
pobreza y desigualdad. ¿Hasta qué punto los nuevos gobiernos
latinoamericanos y las opiniones públicas que los apoyan podrán
enfrentar el FMI? Son las incógnitas de este año.
Está claro que crece la oposición al sistema neoliberal
en los movimientos sociales, entre los intelectuales, incluso entre los
economistas. El Forum Social de Porto Alegre en enero de 2003 fue una
manifestación significativa. Pero también fueron significativas
las restricciones del gobierno de Lula con relación a los temas
del Forum. En todo caso Estados Unidos puede ejercer más presiones
sobre los gobiernos que los mismos electores a los que el actual sistema
electoral permite engañar con tanta facilidad. Los medios de comunicación
no dan a la opinión publica informaciones exactas sobre las consecuencias
del ALCA. Por eso, la oposición al ALCA todavía es débil.
La mayor amenaza a la independencia de América Latina está
en las fronteras de Colombia con sus vecinos, en donde la alianza de la
guerrilla con el tráfico de drogas constituye una fuerza que el
gobierno colombiano no ha logrado vencer. Estados Unidos quisiera liderar
una coalición latinoamericana para reducir esa fuerza. Lo que asusta,
es que este combate al narcotráfico puede ser el pretexto para
una conquista de toda la Amazonía por las fuerzas militares de
Estados Unidos. Veremos si la presión norteamericana crece, o se
mantiene todavía a un nivel moderado.
En la Iglesia católica, el pontificado de Juan Pablo II
se prolonga sin renovarse. Los católicos y muchos otros admiraron
al Papa que se atrevía condenar la guerra de Irak con tanta claridad.
Sin embargo en lo que se refiere a la vida interna de la Iglesia, está
cada vez más claro que la Iglesia está profundamente dividida,
y que se divide más cada año.
Por un lado, hay una Iglesia triunfante. Es la Iglesia de los movimientos,
del marketing católico, la Iglesia que conquista poderes y visibilidad.
Ésta es la que recibe todo el apoyo y todo el estímulo de
Roma.
Por otro lado hay una Iglesia que se siente siempre más rechazada
por la Iglesia triunfante. En esta Iglesia crece la impresión de
que las respuestas del mundo católico a los cambios mundiales,
sobre todo los cambios culturales y religiosos, quedan siempre postergadas.
Y crece la convicción de que nada de nuevo aparecerá ya
en este pontificado.
Por eso, muchas voces ya se levantan para pedir un nuevo Concilio ecuménico.
Son cada vez más numerosos son los que creen que sólo un
Concilio puede de nuevo poner a la Iglesia católica en movimiento.
Sólo un Concilio puede abrir puertas y ventanas al mundo exterior
dentro de una fortaleza cada vez más encerrada en sí misma.
Con su política de contención de toda respuesta al mundo
actual, el Papa produjo una parálisis general. Roma se repite indefinidamente
sin saber si la humanidad escucha. Aumenta el sentimiento de que la Iglesia
no sabe dirigirle la palabra al mundo actual y habla como si estuviera
todavía en el pontificado de Pío XII. Con una diferencia:
en el pontificado de Pío XII todavía se daba la sumisión
de la totalidad de los católicos. Hoy en día la situación
es otra. Muchos ya no se someten ciegamente como antes. Quieren saber,
quieren entender, quieren valorar lo que piensan los demás, los
hombres y mujeres de buena voluntad. Creen que ellos también han
recibido el Espíritu Santo: significativa es la expansión
del movimiento «Somos Iglesia». Quieren una obediencia informada
y consciente.
Dos temas de Juan XXIII reaparecen con fuerza: que ya no estamos en una
época de condenación, sino de misericordia; y que hay que
distinguir la verdad revelada de siempre y la forma como la presentamos
hoy día. Pues muchos creen que la forma como la Iglesia habla hoy
no permite una verdadera comunicación.
En la Iglesia católica en América Latina, esta situación
no aparece tan claramente, y por eso puede ser más grave a largo
plazo. Los episcopados han sido reducidos al silencio de los claustros.
No se manifiestan en el mundo. Esta situación no se comenta mucho
porque los episcopados han sido reemplazados en la dirección de
las Iglesias locales por los movimientos seglares que han recibido tanto
apoyo de Juan Pablo II: Opus Dei, Focolarini, Legionarios de Cristo, Communione
e Liberazione, Neo-catecumenado
y muchos otros movimientos internacionales
o nacionales de menor peso. Muchos obispos vienen de estos movimientos.
Estos movimientos están todavía en plena ascensión
y van conquistando posiciones de poder en la sociedad, en la política,
en la economía, en la cultura. Esta ascensión de los movimientos
crea la impresión de que el poder de la Iglesia está en
plena expansión. En Brasil hay que añadir el extraordinario
crecimiento de los movimientos carismáticos.
Todos estos movimientos son tradicionalistas, o integristas, en su orientación.
Están centrados en la clase media, o sea la clase superior de la
sociedad. Están prácticamente ausentes del mundo popular,
no tienen contacto con él. Por eso, estos movimientos son espiritualistas
y muchos no dan valor a la acción social y política de los
cristianos, excepto en forma de asistencialismo.
El documento sinodal Ecclesia in America había marcado a
la Iglesia dos objetivos: la educación superior y los medios de
comunicación, que, de hecho, son las dos fuentes de poder en la
sociedad actual. En estos dos sectores los movimientos han tenido éxitos
espectaculares, lo que les confiere una cierta visibilidad social. Ésta
es más limitada que lo que ellos piensan, porque alcanza un público
católico tradicional y penetra poco en el cuerpo de la sociedad,
pero, por lo menos, le da al clero una sensación de fuerte presencia
en la nación.
Todos los movimientos afirman que su proyecto es evangelizar, pero todos
tienen algo en común: buscan la evangelización por medio
de la integración en los mismos movimientos y todos buscan la evangelización
con medios de poder. No se acuerdan ya de lo que se había dicho
en otros tiempos del poder evangelizador de los pobres. Con un poder social,
político, económico y cultural renovado, creen que van a
ser capaces de formar una nueva clase dirigente que evangelizará
la sociedad. Ésta es la renovación de las ilusiones del
clero durante 200 años: creyó que la Iglesia iba a rehacer
una clase dirigente católica y que una clase dirigente católica
iba a transformar la sociedad evangelizándola.
Los movimientos no están solos en la Iglesia, aunque tengan una
posición privilegiada. Hay también otras fuerzas. Están
los religiosos. Ellos han sido postergados en este pontificado. Muchos
religiosos no se convencen de la validez del proyecto dominante de hoy,
que es la reconquista del poder. No aceptan la prioridad dada a la política
de poder y permanecen fieles a la opción por los pobres.
Una minoría en el episcopado y en el clero quiere también
permanecer fiel a las opciones de Medellín y Puebla. Esta Iglesia
de Medellín y Puebla no está muerta. Se siente marginada
en el presente pontificado, pero todo puede cambiar de nuevo si un nuevo
Papa abre la puerta a nuevas orientaciones. Lo que es propio de América
Latina es la sumisión total y absoluta, casi infantil, no sólo
a la persona del Papa sino a todos los funcionarios de la Curia y a todos
documentos que se presentan como voluntad de Papa.
Hay en todos los países muchos laicos que se sienten marginados,
y no logran identificarse con las actuales orientaciones del clero. Ellos
esperan una nueva oportunidad para reafirmar las opciones hechas después
de Vaticano II y renovar su compromiso con la Iglesia de la opción
por los pobres. Hay un inmenso capital humano que la Iglesia podría
movilizar de nuevo, si no estuviera tan ligada a los movimientos espiritualistas
o integristas. El episcopado podría recuperar la conducción
de la Iglesias locales que perdió casi completamente.
En América Latina, no se observa la reacción de laicos en
posición crítica con relación a la jerarquía,
como en Europa. Lo que existe, es el silencio, de miles de laicos que
eran comprometidos y se retiraron sin decir nada. No critican, y, por
eso no llaman la atención, y algunos pueden engañarse y
creer que nada pasó, cuando realmente lo que pasó es muy
grave. Hay toda una generación que mira con nostalgia al pasado;
no creen que las opciones que habían hecho fuesen sin valor, ni
que el nuevo modelo de Iglesia que se está implantando sea mejor.
Es verdad que el número de ateos aumenta, pero uno puede preguntarse
si ese ateísmo no es esencialmente un rechazo del modelo de Iglesia
y de cristianismo más visible hoy día.
En el mundo popular, durante los años de régimen militar,
en la mayoría de los países, la Iglesia había acumulado
un capital de simpatía y de confianza en el mundo de los pobres.
Este capital todavía existe, pero no se puede dejar pasar mucho
tiempo, ya que las nuevas generaciones van a perder el recuerdo de esa
simpatía.
Las Iglesias pentecostales continúan creciendo. Van adquiriendo
más poder social y político, por ejemplo en Brasil. Ante
esta constatación, un prelado católico decía que
si bien la Iglesia católica estaba perdiendo en cantidad, estaba
ganando en calidad. Es indiscutible que el nivel medio de los católicos
ha subido bastante en el mundo popular. Esto se debe principalmente a
toda una generación de comunidades eclesiales de base.
Sin embargo, si la calidad de las comunidades populares de la Iglesia
católica ha mejorado, no se puede minimizar el problema cuantitativo.
Las Iglesias evangélicas también han mejorado. No hay que
hacer opción entre calidad y cantidad. La calidad puede ser extendida
a una mayor cantidad. El problema de la Iglesia católica es la
debilidad de su presencia física en el mundo popular, la falta
de pastores presentes en medio del pueblo. Es en el mundo popular donde
los sacerdotes, religiosos y religiosas son más escasos. Y esta
situación no mejora con el clero joven que viene.
Ahora bien, en el mundo popular sólo crecen las comunidades que
tienen líderes verdaderamente populares. Para explicar e crecimiento
de los pentecostales y el relativo estancamiento de las comunidades católicas
basta con una mirada hacia los sacerdotes y los pastores. En la diferencia
entre ellos está la explicación de la diferente eficacia.
Sin embargo, en los subterráneos hay muchas experiencias misioneras
escondidas, de pequeños grupos que no tratan de llamar la atención
y tratan de expresar el evangelio en una forma más sencilla, más
comprensible y menos formal, mas auténtica. Ellos constituyen una
fuerte reserva de fuerza evangélica. Estos grupos buscan una respuesta
al reto de la sociedad latinoamericana que parece tan inmutable. Creen
que el fermento del evangelio podrá un día provocar una
ruina del modelo de sociedad establecida. Creen que la inercia de la Iglesia
es una de las grandes fallas que impiden una transformación real
de la sociedad.
En América Latina está cada vez más claro que
todo está bloqueado y nada avanza porque las élites
no quieren perder sus privilegios, no quieren compartir, ni tienen ninguna
solidaridad con el mundo de los pobres. No faltan discursos bonitos, pero
en cuanto se trata de plata, los discursos se acaban. No hay manera de
romper esta barrera que oponen las clases dirigentes a cualquier intento
de reforma. Hasta el momento no se ha encontrado ninguna fuerza social
capaz de reducir esta resistencia de los privilegiados. Sin embargo la
gran mayoría se presentan como cristianos. Los dominadores se presentan
como representantes fieles de la religión. Ante esta situación,
uno no puede evitar la pregunta: ¿cómo las Iglesias cristianas
aceptan esta situación? ¿Creen que realmente no se puede
hacer nada? ¿Creen que el cristianismo debe permanecer en las conciencias
individuales y dejar intacta la sociedad establecida, aunque sea injusta?
¿La Iglesia católica no podría hacer algo más?
¿No podría liderar un movimiento de contestación
de todas las Iglesias cristianas? Desgraciadamente, el ecumenismo casi
ha desaparecido y ha perdido su capacidad de intervención en la
sociedad. No hay una liga de los cristianos por un mundo diferente.
La mayoría de los católicos fue desmovilizada por los movimientos
espiritualistas que no valoran la acción en la sociedad humana
y buscan conversiones individuales. Manifiestan buena voluntad en sus
discursos pero no movilizan a sus adeptos en una gran campaña de
denuncia y llamada a las clases dirigentes para que acepten y hagan abandono
de sus privilegios, como la nobleza en la revolución francesa.
Hay una minoría escondida que espera su hora, espera los signos
de tiempos nuevos. Sabe que sin un cambio en la jerarquía nada
podrá tener mucha eficacia. Pero creen que todavía la jerarquía
puede cambiar si cambia la cabeza.
Si la voz de la Iglesia se limita a emitir documentos o a hacer discursos,
no puede tener eficacia. Sólo una movilización de millones
de personas puede cuestionar a los responsables de la situación
de la sociedad actual. Ésta sólo será posible con
la aprobación de la jerarquía. No se le pide que esté
en la delantera, sino simplemente que abra el camino.
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