|
Douglass Cassel, Director del Centro Internacional de los
Derechos Humanos de la Facultad de Derecho de la Universidad Northwestern,
en Chicago.
El derecho internacional y las instituciones internacionales
para mantener la paz y promover los derechos humanos han crecido, en poco
más de medio siglo, desde sueños embrionarios hasta ser
unas realidades incompletas pero prometedoras. Ahora, sin embargo, sufren
las consecuencias de un puñetazo desde el río Potomac. El
poder, el miedo y la ignorancia, todos manipulados por el extremismo militarista
que vige en Washington, amenazan al futuro de los logros del siglo XX.
En las cenizas de la segunda guerra mundial, EEUU -victorioso- tuvo que
decidir. Se encontró muy por encima tanto de los enemigos vencidos
como de los aliados debilitados. Podría optar por la vía
unilateral de una pax americana. Pero conocía de primera mano los
costos de la guerra, y tomó tres decisiones sabias.
Primero, crear una organización multilateral, las Naciones Unidas,
en vez de confiar en su propio poder militar para mantener la paz. Segundo,
en parte para asegurarse de socios fuertes en la empresa de paz, ayudó
a la reconstrucción de Europa y Japón. Y tercero, se dotó
a la ONU un comité ejecutivo, el Consejo de Seguridad, encargado
de la paz y seguridad mundial.
Se facultó al Consejo con la autoridad única de legitimar
el uso internacional de la fuerza militar. Sin su aprobación, ningún
Estado tendría derecho de atacar a otro país, excepto en
casos de autodefensa, frente a un ataque real o inminente.
El Consejo no gozaba sin límites de tales facultades. Cada uno
de los cinco miembros permanentes (China, EE.UU., Francia, Gran Bretaña
y la Unión Soviética -ahora Rusia-) tenía facultad
de vetar sus decisiones.
Durante la guerra fría, se dio un empate. Con pocas excepciones,
la ONU fue incapaz de intervención militar, debido al veto por
un lado u otro en la contienda ideológica mundial. Peor aún,
la amenaza de Moscú fue utilizada por Washington para justificar
intervenciones unilaterales en países tales como Chile, El Salvador,
Grenada, Guatemala, Nicaragua, y República Dominicana, entre otros.
Terminada la guerra fría, la ONU casi nació de nuevo. Los
vetos casi desaparecieron. Se autorizó intervención militar
contra la invasión de Kuwait por Irak (en 1990), para restaurar
la posibilidad de democracia en Haití, y para frenar la limpieza
étnica en Bosnia. Se crearon tribunales penales internacionales
para crímenes internacionales en Yugoslavia y Rwanda.
A pesar de todo, todavía había una tendencia hacia la inacción.
Por ejemplo: EEUU impidió intervención oportuna en contra
del genocidio en Rwanda, China no aceptó un tribunal internacional
para Kampuchea. No obstante, la ONU al fin empezó a mostrar logros
y provocar esperanzas.
En algunas regiones el internacionalismo avanzó mucho más.
Sobre todo en Europa, donde los 45 países entre Islandia en el
Atlántico, y Rusia con costa en el Pacífico, aceptan la
competencia vinculante de la Corte Europea de Derechos Humanos en Estrasburgo.
Y con pasos iniciales, en América Latina, donde todos los países
hispano y lusoparlantes (con excepción de Cuba) aceptan hoy una
competencia similar para la Corte Americana de Derechos Humanos en Costa
Rica.
La gran mayoría de los países entienden que el desarrollo
de las leyes e instituciones internacionales coincide con sus intereses
nacionales. Pocos disponen del poder necesario para defender la paz o
proteger a los derechos humanos de manera unilateral. Para la paz, se
necesita la seguridad multilateral. Para los derechos humanos, es esencial
la acción colectiva.
Algunos gobiernos se resisten. Pero nadar en contra de la corriente de
la globalización es cada vez más difícil. Si bien
es cierto que los gobiernos de hecho se reservan la potestad de seguir
sus propios caminos cuando están en juego sus intereses fundamentales
-sean nacionales o políticos-, en la mayoría de los casos
aceptan el multilateralismo. ¿Cómo explicar de otro modo
la realidad actual, de que la mitad de los países del mundo aceptan
la competencia de la Corte Penal Internacional, sometiéndose así
voluntariamente al riesgo de procesos en La Haya en contra de sus propios
soldados y líderes?
Hay quienes son capaces de resistir. No se puede obligar a México
o a Brasil a que acepten un pacto que no quieren. En otras latitudes China,
India, Nigeria y Rusia son capaces de cantar su propia canción.
Pero hay sin embargo un país cuyo poderío no tiene ni paralelo
ni -por el momento- competencia. Los gastos militares de EEUU ya exceden
al total de todos los demás países del mundo. Su economía
es el doble de su rival más cercano. Su capacidad diplomática,
aun cuando no invencible, es la más poderosa del mundo.
Después de la guerra fría, EEUU de nuevo se vio enfrentado
al dilema de 1945: abrazar al multilateralismo para la paz, o imponer
su propio imperio militar. Por varias razones, optó de nuevo por
el camino multilateral. No se había recuperado de su humillación
en Vietnam. Tampoco estaba acostumbrado a encontrarse sólo por
encima del mundo. Y en 1990 el Presidente de turno fue un republicano
internacionalista (Bush padre), seguido de 1993 a 2001 por un demócrata.
Fue sólo en aquel tiempo cuando EEUU cayó en la tentación
del unilateralismo militar. Bush padre invadió a Panamá.
Clinton llevó a la OTAN a bombardear a Yugoslavia durante la crisis
de Kosovo. Ni el uno ni el otro fue autorizado por el Consejo de Seguridad.
Ninguno de los dos cumplió con el derecho internacional.
Sin embargo, aquellos casos fueron caracterizados como excepciones. Se
insistió en que el de Panamá fue un caso de autodefensa...
y que Kosovo fue supuestamente una excepción (que no figura en
la Carta de la ONU) para una intervención por motivos humanitarios.
Explicaciones poco creíbles, pero que trataban de poner a salvo
la regla general: sólo se permite la guerra por autorización
del Consejo de Seguridad, o en caso de auto defensa. La política
oficial de EEUU quedaba así comprometida con la ONU y con el derecho
internacional.
El 11 de septiembre de 2001 cambia todo. El poderío estadounidense
ahora se combina con el miedo. Y está en manos de un presidente
nuevo, que no respeta a la ONU. La mayoría de sus asesores manifiestan
desprecio no sólo hacia la ONU, sino hacia cualquier otro país
de menor poder -es decir, hacia todos los países del mundo-.
A principios de 2001 ellos entran en el Pentágono ya con su programa
de unilateralismo y militarismo. Pero no logran venderlo de inmediato
al jefe, por ser políticamente inaceptable entre el público
del país. Hasta que el 11 de septiembre le da al presidente un
cheque en blanco para defender al país frente al terrorismo internacional.
Para la intervención en Afganistán, todavía hubo
argumentos -discutibles- de autodefensa.
El caso que revela una ruptura abierta es el de Irak. En septiembre de
2002 Bush dice a la ONU: o hacen lo que quiero, o serán irrelevantes.
En marzo de 2003, cuando no hay mayoría en el Consejo de Seguridad
para invadir a Irak -felicitaciones a México y a Chile por resistir
presiones fuertes de la superpotencia y no entregar sus votos- Bush invade.
Cuando los abogados de Bush plantean justificaciones jurídicas,
nadie los cree. Más importante es la realidad, reforzada por declaraciones
públicas de los asesores del Pentágono: en temas de seguridad
EEUU hará lo que quiera. No importa ni la ONU ni el derecho internacional.
Permitirán a la ONU sobrevivir, pero con misión de marinero,
no de capitán.
Quedan en peligro, pues, los logros y los sueños del siglo XX.
Y hay que rescatarlos. Dado el hiperpoder de un sólo país,
se necesita un esfuerzo amplio y fuerte, fuera y dentro del país
que amenaza el orden público mundial. Para eso está la solidaridad
y la lucha. No hay tiempo para descansar. Ni mucho menos para perder la
esperanza. La historia nos enseña que no hay imperios permanentes,
sólo sus ilusiones lo son.
|