El fin no justifica los medios

Carta al presidente Bush

 

 

La prensa tiene sus ritmos, y no sé si cuando aparezca esta carta Vds. habrán capturado a Bin Laden (BL), ni si estará ya muerto, o aparecerá un buen día en Sudán o en Oklahoma. Pero esto no impide que me dirija a Vd. sin más título que el de la ciudadanía desarmada frente al señor del imperio. Soy ciudadano de un país que fue imperio durante un período de su historia. Y ello me obliga más a recordarle lo que todos los imperios olvidan: que el fin no justifica los medios.

Buscar y juzgar a BL es un fin justo y tiene Vd. derecho y deber de hacerlo. Pero para conseguir ese fin no tiene Vd. derecho, a bombardear salvajemente todo un país como Afganistán, y luego otros países con los que ni siquiera ha habido una declaración formal de guerra. Ni a causar miles de víctimas civiles, niños y mujeres, tan inocentes como las que murieron en el atentado de las Torres, y que no dejan de ser víctimas injustas porque se las llame “daños colaterales”. Decir después a los niños americanos que renuncien a un bombón o a un juguete para darlos a los afganos, ya no es compasión sino sarcasmo y propaganda barata. Como los espejitos y demás cachivaches que los soldados del imperio español llevaban a los indios cuando la conquista.

Ya sé que el régimen talibán no quiso entregar a BL. Pero esto tampoco autoriza sus brutales bombardeos por dos razones: los talibán pidieron que antes se les presentaran pruebas. En esto actuaban bien, porque la justicia no puede ejercerse con sólo sospechas por vehementes que sean.

Además, un régimen no es un país: los autores de los atentados del 11S estaban contra el gobierno de los EE UU por su convicción (que otros muchos comparten), de que ese gobierno es culpable de lo que pasa a los árabes. Pero eso no les autorizaba a atacar a todo el país ni a tomarse la justicia por su mano, ni aunque lo hicieran de una forma suicida y más arriesgada que la forma cobarde y cómoda de sus bombardeos. Ese fue su crimen. Y eso mismo es lo que Vd. ha hecho. Un verdadero acto de terrorismo imperial que le pone a la altura de ellos. En un mundo civilizado no es así como se resuelven los problemas ni se ejerce la justicia. La democracia es el imperio de la Ley y Vd. pretende sustituirla por la ley del Imperio.

Incluso ahora, si el deficiente vídeo que Vd. exhibe es una prueba concluyente, está Vd. obligado a presentarlo ante un tribunal internacional para que él decida eso. Ni Vd. ni nadie puede ser a la vez acusador, juez y verdugo, porque eso es lo más contrario a la separación de poderes que toda conducta democrática exige. Y lo más contrario al bien moral que, como decían los antiguos, tiende a ser difusivo, no a concentrarse.

Ya sé que ese tribunal mundial de justicia no existe hoy en día. Pero no me negará que es precisamente su país el que tiene más culpa de eso. También yo considero muy probable que fuese BL el autor de los atentados. Pero eso no convierte a su vídeo en prueba concluyente, tanto por la manera violenta como fue obtenido, como porque sabe Vd. bien cuántas informaciones han sido silenciadas, deformadas o censuradas en esta guerra; y eso vuelve sospechosas todas las demás informaciones. La célebre pregunta del derecho romano: “cui bono” (a quién sirve esto), no ha perdido vigencia.

Así siente también lo mejor de su propio país que Vd. no parece conocer. Amber Amundson, madre de dos niños, que perdió a su marido en el ataque al Pentágono, decía en el “Chicago Tribune” el pasado 25 de septiembre: “mi angustia se multiplica exponencialmente por el temor a que la muerte de mi esposo sea utilizada para justificar una violencia contra otras víctimas inocentes... él no hubiera querido una respuesta violenta para vengar su muerte. Pido a los líderes de nuestra nación encontrar el coraje de responder a esta tragedia incomprensible rompiendo el círculo de la violencia”. Este tipo de gentes a las que Vd. ha despreciado solemnemente son lo mejor y lo más verdadero del ser norteamericano, que Vd. y los suyos están aniquilando. Y ya que Vd. tiende irresponsablemente a tomar el santo Nombre de Dios en vano, permítame también que le cite a T. Merton, célebre monje trapense norteamericano a quien Vd. quizá no conozca: “Cuando rezo por la paz, no rezo sólo para que los enemigos de mi propio país dejen de querer la guerra, sino sobre todo para que mi propio país deje de hacer cosas que hagan inevitable la guerra”.

Estos norteamericanos admirables son los que me permiten pensar y decirle públicamente que Vd. ha actuado como un criminal en el poder, traicionando los ideales originarios de su país, que ponían precisamente en el pacifismo y el diálogo la originalidad de la nueva nación. La célebre sentencia de Lord Acton (“todo poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”) vale primariamente de los imperios de esta tierra. Lo siento.

Acepto que mis palabras desarmadas no tienen mas autoridad que la de un ciudadano particular entre 6000 millones de este planeta. Creo no obstante que muchos ciudadanos del mundo las comparten. Si tuviéramos un tribunal internacional, recurriríamos a él contra Vd. incluso aunque luego Vds. se rieran de la sentencia como hicieron ya con las del tribunal de La Haya cuando Nicaragua. Ahora la impotencia no nos deja más forma de actuar que gritos inútiles como esta carta. Pero creo que no debemos renunciar a ellos: pues la moralidad, la verdad y la justicia son siempre débiles en este mundo inhumano, y deshumanizado por los imperios.

 

José Ignacio González Faus