Globalizar los Derechos Humanos

 

 

Plataforma Internacional por la Globalización de los Derechos Humanos

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El nuevo escenario mundial

 

Decía Homero que los molinos de la historia muelen con parsimonia, pero ello no es óbice para que sus muelas se revolucionen de vez en cuando y cambie con rapidez relativa el escenario mundial. Hoy vivimos en una de esas singularidades históricas, en los próximos años la sociedad mundial va a sufrir, está sufriendo ya, cambios profundos a consecuencia de las nuevas tecnologías.

 

Los modernos medios de transporte, como el tren de alta velocidad o los aviones, están achicando las distancias en nuestro planeta. Las recientes tecnologías de la comunicación, como la telefonía móvil o Internet, nos permiten estar más y mejor comunicados que nunca. La televisión nos trae a casa en tiempo real las imágenes de lo que acontece en cualquier otra parte del mundo. Cada vez tenemos una sensación más doméstica y próxima de nuestro planeta. Ello tiene como consecuencia natural el que determinadas facetas de la actividad humana traspasen fronteras y tiendan a expansionarse por todo el globo terráqueo. Es lo que se conoce como fenómeno de la globalización.

 

El fenómeno globalizador es mucho más complejo y diverso de lo que los medios de comunicación nos están haciendo ver. Desde una perspectiva desconocedora de la realidad globalizadora, o tal vez por simplificar titulares, los medios de comunicación están confundiendo la mera globalización de la economía con el fenómeno de la globalización en su conjunto, una parte con el todo. En las recientes manifestaciones en contra de la globalización de la economía que han tenido lugar en Seattle, Praga, o Davos, por poner sólo unos ejemplos palmarios, los medios de comunicación han tildado a los participantes de manifestantes "antiglobalización". Los que han participado en estas manifestaciones se habían organizado previamente a través de Internet, la red más globalizadora; se desplazaron hasta la ciudad donde tenía lugar el encuentro mediante esos medios de transporte que están achicando el mundo, y se comunicaron en las calles utilizando la telefonía móvil. Y si algo les movía hasta allí es la honda preocupación de que la globalización de la economía, tal como está concebida, va a suponer un mayor distanciamiento, que hoy ya es abismal, entre los países ricos y los países pobres. La manifestación de personas de países ricos demandando que se creen las estructuras económicas internacionales que permitan que las condiciones para una vida digna estén al alcance de cualquier ciudadano del planeta constituye la más elevada expresión globalizadora. Por lo que no se trata tanto de negar un fenómeno globalizador, en el amplio sentido de la palabra, en el que todos estamos ya inmersos de forma bastante activa, como de orientar el mismo hacia las necesidades sociales más perentorias.

 

Ahondemos, pues, en el concepto de globalización, y distingamos cada una de sus facetas. Cierto es que la globalización de la economía está avanzando rápidamente y que la defienden con vehemencia los poderosos centros del poder económico mundial (como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico o el Foro de Davos). Con ella se pretende la creación de un mercado mundial que no represente obstáculo alguno para el movimiento de capital y mercancías, nada se dice de las personas.  Como la globalización de la economía avanza a lomos de las nuevas tecnologías, los países menos desarrollados quedan fueran del festín por carecer de la suficiente capacidad tecnológica y productiva. Qué duda cabe que esto producirá más hambre y miseria, y que la presión migratoria hacia los países desarrollados, que hoy día ya es intensa, alcanzará niveles todavía más angustiantes. La globalización de la economía, tal y como está planteada, beneficiará esencialmente a las grandes corporaciones transnacionales, que podrán elegir, ya han empezado a hacerlo, los países donde instalan sus plantas de producción, para rebajar costes, y los países en los que se vende la producción, para aumentar beneficios. Mientras tanto las personas veremos las fronteras de siempre si intentamos salir de nuestro país, y los habitantes de los países pobres no podrán entrar libremente a los países más desarrollados en busca de una vida más digna. El escenario mundial asemejará a una cocina en la que el cocinero/multinacional puede elegir entre coger peces/personas de una u otra pecera, pero los peces no pueden cambiar de pecera. No es ése el mejor mundo que podemos desear.

 

 

La paradoja de los Derechos Humanos

 

Paralelamente a este esplendor científico y tecnológico, simultáneamente a la riqueza opulenta de los países llamados desarrollados, en una sociedad mundial que es globalmente más rica que nunca, nos encontramos con la paradoja de que una parte importante de la humanidad vive en la pobreza más indigna. El holocausto silencioso (y silenciado) de las casi 100.000 almas que el hambre y la miseria siegan a diario, los 4.000 millones de personas que viven con menos de 2 $ diarios, los más de 1.000 millones de personas que no tienen acceso al agua potable, los 250 millones de niños esclavos, los millones de mujeres que son anuladas en Afganistán, así como la pervivencia de la guerra, son señalas de alarma permanentes que ya va siendo hora de que hagan mella en las conciencias de los ciudadanos y ciudadanas de los países ricos, por ser éstos los que están en mejor disposición de dar solución al problema. Y es que nos hemos acostumbrado a un mundo en el que la conculcación diaria y masiva de los derechos humanos es la norma. Conculcación por acción, de todas aquellas personas que con sus actos niegan la dignidad de los demás seres humanos, y conculcación por omisión, de todos aquellos que vemos cómo los medios de comunicación nos sirven las imágenes de la guerra, del hambre y de la miseria, y no hacemos lo suficiente para solucionarlo, escudándonos en una impotencia irreal, pues el mundo será lo que las personas queramos que sea, si realmente lo queremos.

 

La conculcación de los derechos humanos es el mayor problema que tiene hoy, que ha tenido siempre, la humanidad. Por lo que más importante que globalizar capital y mercancías es globalizar a las personas, trabajar de forma decidida por un mundo estructuralmente más justo en el que se reconozca de forma efectiva la igual dignidad de todas las personas.  La aspiración a un mundo mejor, más humano, necesariamente ha de tener como punto de partida una carta de derechos individuales que las personas se otorgan sobre la base de su dignidad inherente. Sólo un mundo en el que se cumplan de forma efectiva los derechos humanos podrá llegar a ser un mundo justo, en el que no quepa la pena de muerte, ni la guerra, ni la anulación como personas que viven las mujeres afganas, ni el hambre y la miseria. Hace más de 52 años que disponemos de esa Carta de derechos. Como afirma la europarlamentaria Emma Bonino, "(La Declaración Universal de Derechos Humanos-DUDH), que con tanta frecuencia es aún hoy escarnecida, es portadora de una verdadera revolución de las costumbres y de un potencial de cambios de la condición humana que, lenta pero inexorablemente, hace evolucionar las diferentes culturas jurídicas".

 

La Carta de Derechos Humanos es mejorable, toda carta de derechos lo es. Desde que la DUDH fue aprobada han irrumpido en el escenario mundial nuevas preocupaciones sociales, como el deterioro medioambiental o los peligros de un mal uso de la genética, que merecen tener un reflejo nítido en los derechos reconocidos de las personas. Podemos hacer una crítica, asimismo criticable, de su legitimidad, coherencia o culturalidad; como hizo el Premio Nobel de Economía Amartya K. Sen en una de sus conferencias para el Banco Mundial. Podemos replantearnos el camino hacia un mundo más justo, dejando los derechos humanos al margen, y comenzar un sesudo debate sobre diferentes alternativas. Podríamos, en fin, jugar a ver "si son galgos o podencos", mientras ante nosotros hay una realidad tangible que no nos decidimos a abordar, como es el holocausto del centenar de miles de personas que a diario mata la pobreza, mientras la globalización de la economía sigue cabalgando veloz a lomos de un objetivo nítido y consensuado por sus valedores. En ese hipotético e incierto viaje alternativo hacia un mundo mejor pero sin derechos humanos, como decía Thomas S. Eliot, "nunca dejaríamos de explorar, y el final de todos nuestros viajes será volver al punto de partida, y conocer ese lugar por vez primera ". Si hoy no tuviésemos una Carta de derechos tendríamos que sentarnos e "inventarla". Afortunadamente la tenemos, y constituye el mejor punto de partida hacia un mundo más justo.

 

Más de 50 años con/sin derechos humanos han servido para corroborar lo que ya se intuía  desde un principio, que una carta de derechos no sirve de mucho sin un entramado legal internacional  que permita su puesta en práctica. Dentro del frente de acción contra la globalización de la economía ha llegado el momento de reivindicar con más fuerza que nunca la creación de ese marco legal internacional que permita el cumplimiento efectivo de los Derechos Humanos. Lo único que urge globalizar son, pues, los Derechos Humanos

 

 

Globalizar los Derechos Humanos

 

La caída del muro de Berlín en 1989 y la posterior implosión de la Unión Soviética ensancharon la alameda por la que discurren las tesis neoliberales; y casi cerraron simultáneamente las sendas de los planteamientos ideológicos alternativos. Habíamos caído en lo que algunos denominaron "pensamiento único", un planteamiento unidireccional y puramente mercantilista. El paso siguiente de las tesis capitalistas era predecible: intensificar la globalización de la economía aprovechando la llegada de las nuevas tecnologías: el mercado por encima del Estado, los beneficios por encima de las personas (recuérdese lo que está pasando en África con los enfermos de sida), a pesar de que ello genera más hambre y miseria para los países más desfavorecidos. El Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Banco Mundial y la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) se constituyeron en valedores poderosos de la globalización económica, en una especie de gobierno mundial "a la sombra".  Resultado de la apisonadora neoliberal: un distanciamiento creciente  entre países ricos y pobres que ha provocado una presión migratoria hasta ahora desconocida. La cohabitación  del consumismo desaforado y opulento del Norte con la miseria que anida en el Sur.

 

Pero a mediados de los años noventa el pensamiento crítico dio muestras de estar, aunque debilitado, vivo. Las protestas contra las injusticias de la globalización económica empiezan a contar con nombres propios, como el del campesino francés José Bové, con organizaciones combativas de nuevo cuño, como ATTAC, y con manifestaciones masivas muy mediatizadas en su vertiente violenta: Seattle, Praga, Niza, Davos, Barcelona o Génova. Todo ello provoca una tímida reacción social en pos de un mundo más justo. El Foro Social Mundial de Porto Alegre cataliza esta reacción bajo la proclama de que "es posible un mundo mejor", no tanto porque individualmente las personas estemos convencidas de que nuestro mundo es mejorable sino porque colectivamente empezamos a creer que la meta es alcanzable. El Foro de Porto Alegre constituye una primera plataforma hacia un mundo más justo, aunque sus propuestas finales son un tanto dispersas.  La demanda de cancelación de la deuda externa, de poner fin a los ajustes estructurales, de supresión de los paraísos fiscales, de aumento de las ayudas al desarrollo, de que los países del Sur jueguen un mayor protagonismo mundial, de aplicación de la tasa Tobin a los mercados de divisas, de inversiones sustanciales en educación y sanidad, de facilitar el acceso al agua potable a miles de millones de personas, de emancipación de la mujer, y otras muchas más, podrían haberse simplificado en dos palabras: derechos humanos. En las próximas convocatorias del Foro Social urgirá el llegar a una mayor concreción en las alternativas a las tesis neoliberales, pues los valedores de la globalización económica tienen muy claro el objetivo, un mensaje único y nítido, disponen de casi todos los medios materiales y propagandísticos, y nos llevan décadas de ventaja.

 

También a mediados de los noventa irrumpe en la escena mundial la figura del subcomandante Marcos y su movimiento zapatista. Marcos, un militar que no quiere serlo,  se suma al fenómeno antiglobalización económica demandando con hábil retórica el derecho de las minorías a existir, la defensa de lo local frente al rodillo neoliberal: "... es necesario hacer un mundo nuevo. Un mundo donde quepan muchos mundos, donde quepan todos los mundos".  La figura emblemática de Marcos, hombre armado de palabras, jefe militar de un ejército que "es un ejército muy otro", cargado de fetiches simbólicos (gorra raída, pasamontañas que mantiene viva una cierta incertidumbre sobre su personalidad, pipa, un reloj en cada muñeca marcando dos tiempos históricos diferentes, linterna y transmisores siempre dispuestos), que se distancia del modo de actuación de organizaciones político-militares latinoamericanas de las décadas sesenta y setenta, y que como finalidad suprema aspira a dejar de ser necesario, ha cautivado a los intelectuales de izquierda europeos, tras tantos años de sometimiento ideológico, que han visto en él un posible germen de un mundo más justo. La defensa de la dignidad de los indígenas y el control autónomo de la tierra donde viven es la bandera del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), una demanda extensible a todos los pueblos de la Tierra. Como asegura el propio Marcos, "nuestro discurso ha logrado tocar el oído de mucha gente más".

 

Resumiendo las demandas de Porto Alegre y del Movimiento Zapatista, empieza a haber una demanda social por un mundo mejor, y en ese mundo han de tener cabida todos los mundos, todas las culturas. Pero ese mundo mejor no será tal si dejamos al margen los derechos humanos, éstos han de ser el pilar que le dé asiento.

 

En la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidades el 10 de diciembre de 1948, ya subyace la idea globalizadora, aunque no se usa literalmente esa expresión, más propia de estos años que ven doblar el milenio. La Declaración no hace distingos entre los seres humanos:


Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.


   Este primer artículo de la Declaración, el más bello de todos, deja clara ya de entrada la más elevada idea globalizadora, la que iguala en dignidad y derechos a todos los seres humanos.

 
   La DUDH tiene treinta artículos, diecinueve (el 63 %) empiezan con la expresión "Toda persona...", y a continuación reclaman un derecho; dos (el 7 %) arrancan con "Todos los seres humanos"; dos comienzan por "Todo individuo", otro (3 %) empieza por "Todos (los seres humanos)..."; otro por "Los hombres y las mujeres..."; y cuatro (el 13 %) comienzan con "Nadie...", y a continuación relacionan una tropelía que constituye una ofensa para la dignidad de las personas, como la esclavitud o la detención arbitraria, y que esos artículos dejan fuera de lo que podríamos llamar dominio en el que se deben desenvolver las relaciones entre las personas.

 
   La DUDH es la mayor expresión del espíritu globalizador de las personas, sin olvidar el respeto debido a las particularidades de los pueblos. No es pues una idea nueva, no es un snobismo de los nuevos tiempos. Por si la intención del resto de articulado de la DUDH no es suficientemente contundente, el artículo 28 remacha la idea globalizadora:


Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos.

 
   Mucho antes de que surgiera el fenómeno de la globalización económica, ya se habían sentado, pues, las bases para la globalización social y política, aunque no se han establecido los mecanismos para hacerla efectiva.


   Concretando la globalización en lo social, la DUDH se asegura de proclamar la igualdad de derechos para todas las personas, sin establecer matiz alguno entre ellas, más bien cerrando cualquier posibilidad de matización.

 


   Concretando la globalización en lo político, en lo democrático, el artículo 21 dice:

1. Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos.


2. Toda persona tiene derecho de acceso, en condiciones de igualdad, a las funciones públicas de su país.

 
3. La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público, esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto.

 
   Concretando la globalización del estado de derecho, los artículos del 7 al 11 dicen:

Artículo 7

Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación.

Artículo 8

Toda persona tiene derecho a un recurso efectivo, ante los tribunales nacionales competentes, que la ampare contra actos que violen sus derechos fundamentales reconocidos por la constitución o por la ley.

Artículo 9

Nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado.

Artículo 10

Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de cualquier acusación contra ella en materia penal.

 
Artículo 11

1. Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias para su defensa.
            2. Nadie será condenado por actos u omisiones que en el momento de cometerse no fueron delictivos según el Derecho nacional o internacional. Tampoco se impondrá pena más grave que la aplicable en el momento de la comisión del delito.


Una demanda social

 

El primer paso para avanzar de forma decidida hacia la globalización de los Derechos Humanos, y que no es otra cosa que la demanda de que la Carta de Derechos Humanos se cumpla de forma efectiva, es fomentar la adhesión a la demanda de los miles de millones de personas que aspiran a un mundo en el que los derechos humanos se respeten. La adhesión de millones de personas, si va acompañada de la consiguiente repercusión en los medios de comunicación, y en los organismos gubernamentales tanto estatales como internacionales, permitirá el crear un estado de opinión favorable a la globalización de los derechos de las personas.

 

Aunque solicitar el cumplimiento de los derechos humanos constituye una demanda histórica, ahora concurren dos circunstancias especiales que hacen que ésta tenga aún más sentido:

1. Dado que el proceso globalizador, en su conjunto, ya está en marcha, es el momento de demandar con más fuerza que nunca la globalización más necesaria, la de los derechos humanos.

2. Por primera vez en la historia disponemos de las tecnologías, esencialmente Internet, que nos permiten a los ciudadanos y ciudadanas del mundo empezar a manifestarnos masivamente por ese mundo más justo. Esta manifestación "cibernética" tiene ventajas esenciales y evidentes: por una parte la participación directa: las personas podemos manifestarnos directamente en el nuevo escenario mundial, y no a través de los gobiernos que nos representan, por lo que la expresión ciudadana es más genuina que nunca. Por otra parte, la agilidad y la dimensión de la movilización: Internet permite la recogida de adhesiones de forma rápida, ágil y masiva, fácilmente se puede conseguir la adhesión de millones de personas.  Por último, la libertad de expresión: incluso desde países no democráticos en los que la conculcación de los derechos humanos constituye una realidad salvaje, los ciudadanos pueden manifestarse a través de Internet de forma segura, aportando sus datos personales a una base de datos confidencial que se encuentra en un país democrático.

 

Miles de entidades de todos los continentes (asociaciones, ayuntamientos, universidades, parlamentos, fundaciones, sindicatos, etc.), con un respaldo social de millones de personas, ya se han manifestado en la dirección web www.spglobal.org por la globalización de los Derechos Humanos.

 

Cabe decir que Internet es todavía una herramienta elitista. Máxime si tenemos en cuenta que más del 50 % de la población mundial nunca ha efectuado una llamada telefónica. Pero es evidente que esa élite social que tiene acceso a las nuevas tecnologías es la que más pude hacer por un mundo más justo. Y más importante aún, el imparable avance de la tecnología hará que en poco tiempo Internet se extienda cada vez más por todo el planeta, especialmente a medida que se vayan introduciendo los teléfonos móviles de nueva generación, que permiten un acceso cada vez más ágil y completo a Internet. No está lejano el día en que a través de una terminal móvil podamos hacer compras, ejercer el derecho al voto, acceder a bibliotecas, y por supuesto manifestarnos por un mundo más justo.

 
   En la singularidad histórica que estamos viviendo, los ciudadanos y ciudadanas del mundo tenemos la oportunidad de trabajar para que los molinos de la historia produzcan un mundo en el que ya no tenga cabida la guerra, ni el hambre, ni la miseria. Un mundo mejor, en el que quepan todos los mundos, todas las culturas, todas las sensibilidades, y en el que el cumplimiento efectivo de los Derechos Humanos constituya el punto de partida. En palabras de
Cyril Joad: "... casi todos nosotros sabemos muy bien que nuestra misión es dejar un mundo algo mejor de como lo encontramos". Manifestémonos todas y todos por ese mundo mejor en la dirección: www.spglobal.org.