Agenda Latinoamericana-Mundial’2001-2002
Concurso de Páginas Neobíblicas
Accésit
Desde que el Señor la
eligió juez y profeta, Utopía había dinamizado al pueblo
como nadie lo hizo antes. Sus enemigos temían su presencia y siempre
fueron derrotados cuando intentaron doblegar la voluntad popular. Pero
Utopía estaba envejeciendo -¿o más bien era el pueblo?, no
sé-; lo cierto y verdad es que los años no perdonan -ni piden
perdón por todo lo que ocasionan-, y entumecieron a Utopía. Su
fuerza ya no era la de antes, enfermaba con más frecuencia, lo que la
obligaba a ausentarse de la escena pública… y de la privada.
Los hechos son los hechos, hay
que ser realistas -afirmación con sentido vago, muy de moda entre vagos
utopistas-, y Utopía ya no podía cumplir su función. Se
iba convirtiendo en un estorbo, en una vieja cascarrabias. Sus hijos, Reforma y
Razón de Estado, ocuparon su lugar. Sin embargo, los hijos no se
comportaron como su madre sino que se volvieron ambiciosos, se dejaron
sobornar, y no obraron con justicia. La laxitud se instaló en sus
aposentos, confundieron al pueblo hasta que éste no supo distinguir los
medios de los fines, ni ligar las causas con sus efectos.
Ante este desorden de cosas, los
sabios, los profesionales del saber, los expertos del realismo,
erigiéndose en portavoces de los sin voz y sin dinero, se presentaron
ante el lecho de Utopía con una corona… de flores y una
única sonrisa para decirle:
-Tú ya eres una anciana, y
tus hijos no se portan como tú. Sabemos que aún te queda cierta
autoridad moral entre nosotros; por lo tanto, antes de que te enterremos,
intégranos en El Sistema Neoliberal para que nos gobierne, como es
costumbre en todas las naciones.
Utopía, disgustada ante esta
capitulación de voluntades, se dirigió en oración al
Señor, pero el Señor le respondió:
-Atiende cualquier petición que el
pueblo te haga, pues no es a ti a quien en el fondo rechazan, sino a mí,
para que yo no reine sobre ellos. Y es que desde que les di alas para volar y
creatividad para realizar lo imposible, andan tirándose a tierra y
revolcándose en el fango de lo meramente posible. Así pues,
atiende su petición; pero antes adviérteles seriamente de todo lo
que va a suponer para ellos tener al Sistema por gobernante.
Entonces, Utopía,
apoyándose en sus muletas, se incorporó de la cama y fue
caminando lentamente hacia el balcón. Abajo una multitud expectante,
irritada contra Reforma y Razón de Estado, pero a la vez marcada con la
huella que en ella dejaron éstas, esperaba una respuesta que
satisfaciese sus aspiraciones de ser como los demás naciones.
Utopía, sabiendo que éstas iban a ser sus últimas
palabras, hizo acopio de fuerzas para comunicar al pueblo la respuesta del
Señor, y dejar claro lo que era evidente. Les dijo:
- Esto es lo que les espera con ese
Sistema Neoliberal que los va a gobernar. Romperá todos sus
sueños de igualdad: dará mucho a pocos y al resto los
dejará sin nada. La competitividad se instalará en vuestros
aposentos desplazando a la solidaridad que hasta hoy era vuestra guía, y
los especuladores pondrán su tienda entre nosotros. El beneficio económico
orientará el sentido de la vida social y privada: lo que no tenga un
precio no tendrá valor. Vuestros bosques serán devorados para
nutrir la avidez maderera de las poderosas naciones extranjeras; serán
talados para plantar soja de exportación y engordar sus cerdos,
perforados para extraer la sangre negra que bombea la energía del
Imperio. Vuestros hijos tendrán que emprender el camino del olvido hacia
tierras de espejos e ilusiones, y allí ser explotados con sueldos de
miseria. Muchos de ustedes puede que hasta lleguen a tener algún
televisor y alguna radio, por donde se les suministrará la realidad de
cada día y se les exorcizará el espíritu crítico. Y
el día en que se quejen por causa del Sistema que ustedes hayan
escogido, yo no estaré aquí para ayudarles porque ya me
habrán enterrado, y la respuesta del Señor quedará apagada
en la profundidad de la noche del Neoliberalismo.
Pero el pueblo, sin tener en cuenta la
advertencia de Utopía, y cegados por la deslumbrante seducción
del Sistema, respondió:
- No importa. Queremos ser englobados por
el Sistema Neoliberal, para ser como las otras naciones, para que nos
desarrolle económicamente y nos explote socialmente, porque nos da
más miedo la singularidad que la claudicación. Mutilamos nuestras
alas y castramos nuestra creatividad en este día como pacto de nuestras
palabras.
Después de escuchar Utopía
la respuesta del pueblo -o de lo que quedaba de él, porque una
opinión tan uniforme más se parecía a la de masa bien
moldeada que a la de pueblo consciente y crítico- se la repitió
al Señor, y el Señor le respondió:
- Atiende su petición.
Utopía conocía las
consecuencias de ésta decisión. Su presencia, incompatible con el
Sistema, tendría que ser desaparecida. Sin embargo, con la certeza que
da la experiencia secular, su rostro reflejaba una conspirativa sonrisa, porque
sabía que su máximo poder se encontraba en la presencia de su
ausencia: cuando no se halla en ninguna parte, su nombre y su fuerza adquieren
todo el significado pleno.
Murcia, ESPAÑA