La mujer en el cruce de culturas
Carmiña Nava
Vivimos en
un mundo cada vez más múltiple y plural. Las diversas culturas
ancestrales que mucho tiempo habían permanecido en silencio y en la
sombra, se redescubren, se manifiestan, buscan y dicen su palabra, recuperan su
orgullo y su razón de ser. Los procesos de postmodernidad y
globalización han ayudado a ello. Aunque haya centros de poder que
imponen sus dinámicas, muchos centros han estallado y, en los márgenes, otras
miradas y otras voces se recuperan. Esto supone que diversas tradiciones y
formas culturales se cruzan, en ocasiones dialogan, en ocasiones chocan...
En este
cruce, hombres y mujeres se diferencian. Tienen distintos roles y
posibilidades, porque el género, es una realidad que atraviesa seres y
culturas, en sus procesos más definitivos de delimitación y
búsqueda de identidades. Los hombres y las mujeres no se comportan ni se
entienden por fuera de la construcción genérica en la cual han sido
socializados/as: "El género se perfila como resultado de la
producción de normas culturales sobre el comportamiento de los hombres y
mujeres, mediado por la compleja interacción de un amplio espectro de
instituciones económicas, sociales, políticas y religiosas" (1).
Para mirar esas
diferencias, al menos en el nivel de lo aparente, podemos registrar por
ejemplo, los papeles distintos que juegan y han jugado las mujeres en
tradiciones y situaciones como las del Islam, la cultura japonesa, en Africa,
en la Europa del medioevo, o en las costumbres noreuropeas o norteamericanas de
hoy.
Desde
Occidente que se considera hoy avanzado en lo que tiene que ver con las
discriminaciones raciales o genéricas, se miran las costumbres del Islam
como radicalmente opresivas de la mujer. Hay situaciones en las cuales hoy
todavía (siglo XXI) se ejerce la mutilación o
amputación del
clítoris de la mujer, como una manera de controlar sus sensaciones y su
sexualidad... Realmente son situaciones determinadas por la cultura,
situaciones extremas... Pero todas las mujeres sabemos que en todas las
culturas hemos luchado y luchamos por mejores condiciones y por mayor equidad.
Según
los momentos, en cada cultura, la mujer ha desempeñado papeles de mayor
o menor importancia, ha realizado más aportes o menos... en la
construcción de la vida social e institucional. En la medida en que ha
tenido posibilidades de expresarse, de moverse, de construir... su aporte ha
sido insustituible; en la medida en que su contexto cultural la ha arrinconado
y silenciado, sus
potencialidades han ido quedado más estrechas.
Por el
lugar en que la mujer ha sido colocada más o menos tradicionalmente, su
papel y su aporte en este mundo de hoy, intercultural y de diálogo,
puede ser doblemente significativo. Por y desde este lugar la mujer ha
desarrollado prácticas más cercanas a la tolerancia, al
diálogo, a la acogida, al apoyo mutuo, a las búsquedas
conjuntas...
"Las
mujeres no aportan valores a la cultura de paz, sino que aportan ajenidad, tal como decía Virginia
Woolf en Tres
Guineas. Se trata de una experiencia que coloca a las mujeres en un lugar
diferente al hombre, ni mejor ni peor, diferente, porque históricamente
lo que han hecho es cuidar, y eso desarrolla una posición... Las mujeres
se resisten a perder la cultura del cuidado" (2).
En este
marco y perspectiva, la mujer popular latinoamericana, mayoritariamente mestiza
-en lo étnico, pero sobre todo en lo cultural- puede decirse que es una
privilegiada, porque ella misma es un cruce de culturas y es constructora de
una vida eminentemente intercultural y dialógica.
Esta
realidad, el papel de la mujer popular en el mestizaje, se ha ido construyendo
a través de los siglos en el Continente. Muy tempranamente, en la
época de la Colonia, ya era observable este aporte. José Luis
Romero lo registra en su bella obra sobre nuestras ciudades:
"A
la hora de recogerse, cada núcleo social se agrupaba en sus barrios,
pero mientras duraba la actividad cotidiana los grupos se interpenetraban,
inclusive los más cerrados y exclusivistas. Comprar y vender eran
funciones que intercomunicaban y durante un instante equiparaban a los dos
términos de la operación. Quizás por eso repararon tanto
los viajeros y observadores en el papel de las mujeres que llenaban las calles
y el mercado, cada una de las cuales volvía luego a su núcleo con
algo de lo que había comprado, pero también con algo de lo que
había oído y aprendido. La mulata o la mestiza observaba los
vestidos, las costumbres y el lenguaje de su cliente de buena posición y
procuraba imitarla; pero su cliente aprendía los usos vernáculos
y populares y terminaba gustando del encanto de los colores vivos que
ostentaban las ropas de las gentes del pueblo, de sus platos preferidos, de las
palabras vernáculas que incorporaba al español, de los giros
lingüísticos que inventaba el ingenio popular..." (3).
El
mestizaje se fue haciendo costumbre, se fue haciendo una nueva cultura, pero
sobre todo creó hábitos de diálogo e intercambio,
hábitos imprescindibles para la sobrevivencia en los medios sociales
determinados por la escasez económica. Estos hábitos, estas
costumbres se han transmitido en nuestro Continente, de madres a hijas, hasta
nuestros días.
Por ello
creo que la mujer latinoamericana, especialmente aquella que ha crecido en la
entraña misma del pueblo, puede mostrarnos un camino para lograr el
diálogo, el respeto profundo y el enriquecimiento mutuo entre culturas.
Porque definitivamente el siglo XXI, no puede ser para la humanidad el destino
de los modelos de la televisión, sino el destino de los encuentros entre
la gran familia humana. Oriente y Occidente se necesitan y sus caminos
sólo serán vigentes hacia el futuro, si logramos como humanidad
un horizonte común que nos lleva a la armonía con el universo y a
la paz, de la mano con la equidad y la justicia.
La
ubicación como eslabón fundamental en la creación del
mestizaje, que ha tenido tradicionalmente la mujer latinoamericana, ha sido
reforzada a lo largo de la segunda mitad del siglo XX... porque en las nuevas
culturas populares urbanas ella ha sido y continúa siendo gestora y
proveedora de la vida. Con la llegada a la ciudad, en las diferentes
generaciones de migrantes, los roles campesinos más o menos tradicionales
al interior de la familia, tienden a transformarse. La mujer en la nueva
situación muestra más capacidad de adaptación, de riesgo y
de inventiva... es decir más capacidad de diálogo cultural. Esto
le permite salir al paso de la extrañeza, el desempleo y el aislamiento. La
necesidad de supervivencia en las nuevas coordenadas, la llevan a ser pionera
en lo que los sociólogos/as colombianos/as han denominado como el
rebusque.
La
capacidad de rebusque aumenta en la medida en que quien lo realiza es más capaz de
intercambio y diálogo con los distintos medios, lógicas y
lenguajes en los que se debe mover. No hay éxito en la supervivencia si
se niega o rechaza lo diferente, ese éxito sólo es posible cuando
hay interacción. La interacción requiere hallar la puerta para penetrar en el mundo del otro.
En los
procesos de migración la mujer hay ido construyendo una nueva identidad,
en la que ha recogido las mayores riquezas de sus tradiciones y ancestros. La
mujer mestiza, en la que se cruzan etnias, culturas y prácticas, asume
nuevos e insospechados roles, que no tienen que ver sólo con
reivindicaciones personales, sino con una nueva forma de hacer y de ser... Ivone Gebara, llama a estas
posibilidades conquistadas por la mujer latinoamericana poder: "En
primer lugar llamo poder a lo que para las mujeres pobres es sencillamente
capacidad de vivir, capacidad de apelar a las diferentes energías
disponibles para existir, para sobrevivir, para vivir... Poder como capacidad
de organizar la vida, de encontrar salidas, de arreglárselas creando
pequeñas alternativas y continuar así hacia delante tocando la
vida" (4).
Estos
hechos que lidera la mujer popular y que podríamos llamar costumbres
para la sobrevivencia... una de las cosas que logran fundamentalmente es agudizar el oído
y la vista. Se trata de un entrenamiento para la escucha. Sólo desde la escucha es
posible cualquier diálogo... mucho más el diálogo
intercultural que nos está pidiendo el nuevo siglo, el nuevo cruce de
culturas.
Por todo
ello, podemos hablar de la necesidad de estar a la escucha de las mujeres, para que ellas nos enseñen a
respetar y comprender las diferencias. Diferencias culturales que no
sólo son de género, sino también de religión, de
evaluación social, de roles, de estructuras mentales y/o familiares...
Diferencias en fin que nos constituyen a los hombres y mujeres de hoy.
Notas:
(1) AA.VV.,
El género: la construcción cultural de la diferencia sexual, Introducción de Marta
Lamas. Edición de la UNAM - ESTUDIOS DE GÉNERO, México
1996
(2) Carmen
CHAVES RUBIO, Aportaciones del movimiento de mujeres a la cultura de la paz,
Entrevista con
Elena Grau. Cátedra UNESCO, sobre Paz y Derechos Humanos, Universidad
Autónoma de Barcelona, 2000.
(3)
José Luis ROMERO, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Editorial Siglo XXI, Tercera
Edición, Bogotá 1984
(4) Ivone GUEVARA, Levántate y anda, Ediciones Dabar, México 199