PUEBLOS INDIGENAS EN DIÁLOGO CON LOS DEMÁS PUEBLOS DE LA HUMANIDAD

Las culturas indígenas resitúan los valores humanos

 

Eleazar López Hernández

CENAMI. México

 

 

 

 

 

 

Introducción

Los pueblos indígenas de América y del mundo hemos sido en los últimos 500 años unos perfectos desconocidos para las sociedades dominantes: nadie nos veía, nadie nos oía. No miraban nuestro rostro, no mentaban nuestro nombre. Pero en los últimos años se nos ha subido a la cabeza lo indígena y hemos irrumpido en los escenarios públicos tal cual somos, con nuestro rostro y corazón propios, con nuestra palabra milenaria. Los pueblos indígenas del mundo somos los descendientes y herederos de la sangre y cultura de los habitantes originarios de la tierra; somos el vínculo más seguro de la población actual con sus raíces ancestrales. Los indígenas conservamos las semillas primigenias de la especie humana. En nuestras culturas se halla la sabiduría acumulada de siglos y milenios que puede hoy ser referente privilegiado para abrir caminos de futuro para tod@s. En el diálogo para la vida los pueblos indígenas tenemos mucho que aportar y mucho que recibir.

 

¿Cuántos indígenas hay?

La población indígena mundial ni siquiera ha sido contada con veracidad. Los hacedores de censos no saben con qué criterios definir quién es indígena y quien no lo es; a menudo prevalen estereotipos que nos equiparan con indigentes y en consecuencia fácilmente reducen u ocultan deliberadamente nuestro número y porcentaje. En varios países de América se ha afirmado incluso que, gracias a Dios, ya no hay indígenas, porque al escolarizarse, al hablar la lengua nacional y al migrar a las ciudades nuestra gente se hizo invisible para las estadísticas oficiales.

Sin embargo estudios serios, que parten de criterios antropológicos culturales, reconocen que en el continente americano hay, al menos, entre 50 a 60 millones de indígenas (cf. DEMIS-CELAM 1987, Banco Mundial 1990, Johnstone 1993); en Africa habitan 15 millones; en las islas del Pacífico Sur, Australia y Nueva Zelanda, 16 millones; en Asia oriental, 67 millones; en Asia occidental, 7 millones; en el Sur/Sudeste Asiático, 80 millones (cf. Revista IWGIA, 1990). De modo que estamos hablando de un total de cerca de 250 millones de personas, en una gama enorme de pueblos que se mueven con esquemas de vida enraizadas en tradiciones culturales y espirituales anteriores a la globalización actual. Una cantidad y variedad humana que no resulta insignificante

 

Imagen distorsionada de los indígenas

En muchos países, sobre todo del llamado Primer Mundo, se tiene una imagen distorsionada de los indígenas. Como Estados Unidos de América respecto a México, la gente del Norte piensa que los del Sur somos unos sombrerudos apáticos que nos sentamos debajo de un nopal sin importarnos nada de lo que pasa a nuestro alrededor. Nos consideran seres conformistas que nos da lo mismo el calor que el frío, la comodidad que la penuria, el día que la noche, morir que vivir.

Nada de eso es verdad. Es una caricatura ideologizada de nuestro ser. Los indígenas somos diferentes de los demás grupos humanos y tenemos razones en nuestra historia y en nuestras raíces ancestrales para mantenernos diferentes. Nuestra otreidad no ha sido comprendida y a menudo es rechazada en casi todos los ámbitos sociales considerándola fuerza disgregadora del conjunto. Aunque somos la parte más profunda de las sociedades nacionales, no hemos sido incorporados con orgullo y dignidad en los proyectos de las naciones. Por eso mantenernos diferentes ha sido un acto de afirmación de nuestra identidad negada y la exigencia ante los demás del reconocimiento de nuestros derechos colectivos.

 

Indígenas, hombres y mujeres de palabra

Los indígenas sabemos hablar; y lo hacemos en serio. Lo hemos hecho desde siempre; porque somos hombres y mujeres de palabra. Sabemos que la palabra es la esencia del ser indígena y del ser humano en general. Somos fruto de la palabra divina y de la palabra de nuestra comunidad. Juntos construimos el consenso, la palabra comunitaria y luego la desgranamos como se desgrana el maíz de la mazorca para comunicar nuestra experiencia humana. Hablamos para llevar al otro nuestra palabra, pero también sabemos callar para escuchar la palabra del otro.

Las formas indígenas de vida, aunque parecen primitivas y arcaicas, contienen valores que se refieren a realidades fundamentales de nuestro ser humano: el lugar supremo que ocupa la vida natural, animal y humana, el espíritu comunitario con que hombres y mujeres, ancianos, adultos y niños construyen y viven el bien común, la interrelación con el mundo trascendente de lo sagrado, los espíritus y los muertos que da sentido pleno a la existencia humana. Estos valores humanos están siendo borrados del esquema educativo con que se forma a las nuevas generaciones para el mundo del mercado globalizado. Por eso las culturas indígenas pueden contribuir a poner de nuevo en su lugar esos valores de la humanidad.

 

Indígenas, aguerridos opositores al neoliberalismo

Han sido los pueblos indígenas los primeros en plantearse en serio el asunto de la globalización neoliberal. Las organizaciones indígenas independientes, los organismos no gubernamentales de Derechos Humanos y los servidores pastorales de las comunidades indígenas nos esmeramos por muchos años en escudriñar el sentido y trascendencia de dicha globalización y sus implicaciones en las comunidades. No es la modernidad en sí misma lo que más nos preocupa; pues los pueblos indígenas no le tememos a la modernidad.

En la historia pasada nuestros abuelos(as) supieron construir modernidades y globalizaciones de gran envergadura. Mesoamérica, por ejemplo, como categoría antropológica es el resultado de una transformación globalizante y modernizadora nunca antes conocida: del nomadismo los pueblos que vivían desde el sur de lo que ahora es EEUU hasta el norte de Panamá pasaron a la civilización urbanística a partir de la agricultura del maíz, durante más de mil años: 500 años antes de Cristo y 800 después de Cristo. Los Aztecas, con su tecnología de las chinampas, el comercio distante y su concepción de la guerra, implementaron en el Anáhuac mexicano una modernidad grandiosa. Lo mismo hicieron los Incas en los Andes, y los Guaraníes en el Cono Sur; y no se diga de los Mayas en la península de Yucatán y en Guatemala con su sabiduría del tiempo, del espacio y de las matemáticas. La modernidad y el progreso no son enemigos de los pueblos indígenas. Sí lo es la injusticia con que esta modernidad se construye. Y ante la injusticia nuestros pueblos han sabido reaccionar airadamente no sólo ahora, sino en toda su historia.

Ante los tratados de libre comercio y los macroproyectos modernizadores los pueblos indígenas percibimos de inmediato no la bondad de un planteamiento globalizador que nos viene a resolver los problemas de miseria y postración, sino la voracidad despiadada de un modelo social que, después de habernos despojado de nuestro capital básico, constituido por la tierra y sus recursos naturales, ahora regresa por lo poco que nos queda. Se trata de un sistema que enfatiza la mercantilización de todo, y la pérdida del valor humano, pues pone el mercado por encima del ser humano. Esto lo dijimos desde finales de los 80s y más abundantemente a principios de los 90s. Pero nadie en el poder nos hizo caso. La globalización se impuso, a pesar de las voces indígenas y no indígenas en contra. No había alternativa argumentaron sus defensores.

 

Nunca más un mundo sin nosotros

El lema zapatista en el sureste mexicano ha sido: “Nunca más un México sin nosotros”. Los indígenas de más allá de estas fronteras también han afirmado lo mismo, pero en sus propios contextos: “Nunca más un mundo sin nosotros”. Es un lema aglutinador de la resistencia de los pobres y excluidos del neoliberalismo mundial. Todas y todos nos hemos percatado de que somos una misma gran familia que no puede ver impávida que le invadan su hogar, profanen su casa, nos echen de ella y construyan un mall o mercado enorme donde no hay cabida para nosotr@s. Para los que no son indígenas, estrechar hoy la mano del indígena, mediante un diálogo de culturas, es retornar a las fuentes primigenias de la humanidad para construir juntos el futuro deseado por tod@s sobre bases sólidas, que tienen una consistencia y resistencia a los embates del tiempo probada por los pueblos originarios.

 

Conclusión

Estamos hoy en un tiempo especial que da posibilidades para que las utopías indígenas fecunden a la humanidad y haya pronto un nuevo amanecer de la vida. El Espíritu de Dios y el espíritu humano siguen aleteando sobre el caos de la modernidad actual en espera de hombres y mujeres que, junto con El/Ella, seamos cocreadores y coformadores de un nuevo cosmos, de una Tierra sin males o de la Casa grande para todas y todos. Los indígenas percibimos claramente estas señales de los tiempos y, aun con el riesgo de ser rechazados, ponemos a disposición de los demás hermanos y hermanas del planeta, en un diálogo amplio intercultural e interreligioso, las semillas de humanidad que venimos guardando en los trajes de nuestras culturas ancestrales.